lunes, 3 de mayo de 2010

EL PÍCARO DICE: 1

Capítulo 1


Caía ya la tarde en Fuenteplateada cuando el viajero, exhausto por las largas horas de trayecto hasta su destino, se detuvo al fin a descansar.

Se hizo a un lado del camino y se apoyó sobre la solitaria roca cercana, que parecía tener como única razón de existir invitarlo a tomar asiento, y luego lanzó un largo suspiro en dirección a su acompañante.

-Yo no soy como tú, necesito recuperar fuerzas de vez en cuando –se quejó medio en broma con una campechana sonrisa surcando el rostro, bajo los atentos y acusadores ojos del monstruo. Por un momento creyó que la criatura arrancaría a soltar improperios.

Pero los espíritus de la naturaleza no hablaban.

No al menos ese lenguaje absurdo y extremadamente limitado de los hombres.

En su lugar, se agitó un par de veces y aquellos enormes irises amarillos que carecían de pupilas refulgieron de comprensión. Seguramente, a cualquiera le habría parecido que el gesto de su amigo resultaba grotesco o amenazador, pero a él le hacía bastante gracia. Para ser un espíritu, se asemejaba bastante a un robusto hombre con una armadura de placas hecha de cortezas de árbol.

Ignoraba de dónde había salido aquél extraño ser, pero aún más ignoraba por qué desde que se vieran por vez primera, la criatura no había dejado de seguirle donde quiera que fuese.

Pero, cariñosamente, él lo llamaba Raíces.

-¿Dónde estará ese idiota? Se está retrasando –masculló en voz baja el muchacho, apoyando el rostro sobre sus manos y zambullendo la vista en el broncíneo cielo del horizonte. El pelirrojo cabello caía despuntadamente por su frente. Sus ojos lucían como el fuego, bruñidos por la luz del sol.

A lo lejos; tan lejos donde el sendero parecía desvanecerse, una silueta llamó su atención. Aguzó la vista con perspicacia y entonces se sonrió a sí mismo.

Si se trataba de un caminante solitario, quizás podría llevarse algún botín a casa.

Raíces gruñó por lo bajo.

Era un sonido similar al chirriar de las ramas mecidas por el viento en una noche especialmente tormentosa. Pero al joven no le importaba que su acompañante desaprobara sus métodos y costumbres; después de todo él no le había pedido que le siguiera.

Para cuando se puso en pie, caminando resueltamente hacia el centro del sendero, el extraño viajante desconocido se había detenido muy cerca, apenas a unos metros de distancia. Se mantuvieron por un momento en silencio.

Luego, el joven habló así:

-Hola; amigo –lo saludó cortésmente, fingiendo un interés que en absoluto tenía -¿Camino a Varanas?

Pero el desconocido no respondió, sino que alzó el tímido rostro y dos hermosos ojos azules le escrutaron con temor poco disimulado desde la oscuridad que la capucha de su túnica le procuraba.

Algo sacudió las entrañas del joven hasta ponerlas del revés.

Porque aquél viajero desconocido era una muchacha muy hermosa.

Exacerbadamente hermosa.

Acaso fuera por lo grato de aquella sorpresa, o por la maliciosa perspectiva que su imaginación abordó en milésimas de segundo, que esbozó una ladina sonrisa que habría helado el corazón del más templado caballero. Y sin embargo; aquella misteriosa joven no se movió un ápice de su lugar.

-Por favor… ¿os importaría haceros a un lado del camino? –inquirió la chiquilla amablemente, con una voz tal dulce que bien podría haber sido el propio arrullo de un lago cercano.

El muchacho rió ante tal ocurrencia.

-¿Es que el camino no es lo bastante ancho para los dos?-bromeó él.

-No es tu cuerpo lo que me corta el paso, tanto como la maldad de tus intenciones- replicó la doncella, aunque sin perder aquél tono cordial propio de una dama de educación exquisita.

-Entiendo; sois muy intuitiva –hubo de conceder el muchacho. –Siendo éste el caso; ¿podéis intuir también que no me iré hasta tener lo que quiero?

-Os lo ruego… no busco problemas.

-Tampoco yo. Busco vuestro oro – se rascó la cabeza con gesto de autosuficiencia. La muchacha aún tardó un par de segundos en responder.

-No tengo dinero…

-¿Me tomáis por idiota? –la cortó él. -¿Creéis que no tengo ojos en la cara? –Dio un paso al frente, con el garbo felino que caracterizaba todos sus movimientos. Parecía disfrutar enormemente con aquella situación; después de todo, a cada palabra salida de su boca conseguía que ella se pusiera más y más nerviosa.

Y eso era algo que le encantaba.

Avanzó aún un par de metros más mientras se llevaba la mano distraídamente a su cinto, de donde extrajo una de sus dos gemelas dagas plateadas, rasgando el aire con un metálico sonido. La hizo bailar entre sus dedos, resbalando juguetonamente, mientras se cercioraba de que la chica no perdiera de vista la hoja del arma en ningún momento.

Sentía la mirada acuciante de la mujer; la tensión y el desasosiego que la invadían. Y; proporcionalmente, cuanto más se estremecía ella por el miedo más relajado se encontraba él.

Ya lo tenía.

El control de la situación.

Cortó al fin las escasas distancias que entonces los separaban; salvando apenas tres pasos más, y se detuvo tan cerca de ella que podía oler su extasiante fragancia de flores.

Inspiró un instante tan sólo.

Azucenas.

Luego ella cruzó su cara con una sonora bofetada.

El silencio imperó durante un breve instante entre los dos; antes de que él clavase sus ojos en los de ella con tanta determinación, que la chica se sintió tan perdida como si el muchacho pudiera desnudarla con la mirada.

-Provienes de una familia de nobles- comentó él, sin dar importancia a las reacciones de la doncella. –Tus manos son suaves y bien cuidadas, no has trabajado nunca. Además no eres de por aquí, tu acento te delata. Por tu pálida piel deduzco que vienes de las zonas frías. Y además estudias magia.

-¿Có…cómo dices?- por un instante quedó tan impresionada de lo que aquél joven había logrado deducir con sólo echarle un vistazo por encima, que no se le ocurrió nada mejor que decir.

-Ese colgante no es un objeto usual… -el chico señaló con desgana el pequeño cristal que pendía del cuello de la mujer, y ella trató de ocultarlo sin éxito aparente. –Sólo un archimago llevaría un artefacto así, y sólo a otro mago le sería confiado. Los hechiceros sois muy maniáticos. No obstante, aunque eres elfa, eres demasiado joven para ser una archimaga, de lo que deduzco que aún eres una aprendiz. ¿Te lo legó tu maestro?

-Basta. He tenido suficiente; si me permite tengo cosas mejores que hacer –la maga se hizo a un lado del camino y pasó por su lado sin prestarle la más mínima atención. Sin embargo, su gesto se había truncado.

-Entonces, ¿Puedo quedarme esto?

Se giró sobre sí misma para dedicarle una mirada rápida, pero no pudo evitar que sus ojos se abrieran como platos cuando descubrió que su colgante ya pendía en las manos del pícaro. Él sonreía alegremente, escrutándola con una sugerente mueca de malicia.

-¿¡Cómo habéis podido?! –gritó ella, perdiendo por primera vez la compostura, y él se echó a reír.

-Es mi trabajo; Y soy bueno en lo mío. De hecho; soy muy bueno.

-¡Devolvédmelo inmediatamente!

-No creo que haga eso… -resolvió el joven, guardando el colgante en el bolsillo de su pantalón con indiferencia.

-¡He dicho que me lo devolváis! ¡Ahora!

-Tenéis muy mal genio…

-¡Estáis agotando mi paciencia!

-Creo que es hora de irme.

Los gritos histéricos de la doncella no fueron suficiente para evitar que el muchacho se diese la vuelta. No obstante, apenas dio el primer paso cuando hubo de apartarse del camino. Se lanzó y rodó por los suelos con increíble agilidad, justo a tiempo de esquivar una potente llamarada de fuego que la maga le había lanzado. Se puso en pie; agitado, y la encaró de nuevo. Parecía enfadada, y eso sí lo hizo sonreír de verdad. La sensación de un combate inminente despertaba todo un nido de polillas en su estómago.

-¿No os parece una falta de delicadeza atacarme por la espalda?

-Ya no lo pediré más. O me devolvéis el colgante o…

-¿O qué? ¿Me lanzaréis otra llama de fuego?

La nueva lengua de flamas pasó por su lado con tanto poder que, aunque aún tuvo tiempo de esquivarla, prendió levemente los bordes de su pañuelo. El joven prorrumpió en carcajadas.

-¿Así que ibais enserio? ¿Queréis un duelo? Que emocionante –desenfundó sus dagas con presteza, sin dejar de acuchillarla con la mirada. –Os advierto, mi lady, que soy muy rápido. ¿Seréis capaz de derribarme antes de que os alcance y os degüelle?-

Y sin mediar palabra más echó a correr en pos de la muchacha, que apenas tuvo tiempo de reaccionar y lanzar su hechizo, cuando él ya casi había llegado hasta ella.

El pequeño rayo impactó sin embargo de lleno sobre el pícaro, provocando un estruendo atronador que lo inundó todo con su flagrante luz cegadora. Y para cuando los restos del hechizo se disiparon por completo, ya no quedaba nada de él allí.

Nada.

La dama retrocedió despacio, asustada de su propio poder.

-¿Lo…lo he matado? –Se llevó las manos al rostro, tratando de serenarse. No supo porqué, la perspectiva de haber eliminado al ladrón se le antojó aterradora. Después de todo, como él había dicho, ella no era más que una aprendiz. Había sido su primer combate real. ¿Por qué no se alegraba de haber vencido?

-No os sulfuréis, princesa. Hace falta bastante más para derrotarme –dijo la voz a sus espaldas. No podía creerlo; no podía ser verdad. Estaba segura de haberle acertado de lleno. ¿Había esquivado el hechizo? ¿Cuándo? ¿Cómo?

La joven sintió que la sangre se le helaba cuando el chico la tomó con delicadeza por la espalda y posó suavemente la afilada hoja de su daga en su níveo cuello.

-¿Me…vas a matar? –dijo ella, tan asustada que su voz fluctuaba.

-¿Tienes miedo? –se burló el pícaro, mas su risa no duró demasiado.

El crudo sonido del impacto y el insoportable dolor fueron lo último que el muchacho pudo apreciar antes de caer al suelo y perder la consciencia.



Cuando abrió los ojos allí estaba él; Dakarai.

Su mejor amigo.

Aún no acababan de disiparse las nieblas de su desmayo, pero oía claramente la aguda voz del elfo taladrándole los oídos mientras lo zarandeaba con brusquedad. Le dolía la cabeza.

-Kisahj. ¡Kisahj, ¿estás bien?! –decía el muchacho, escrutándolo con gesto de preocupación.

-Algo me golpeó en la cabeza…-el pícaro se llevó instintivamente la mano a la zona dolorida y descubrió su propia piel teñida de sangre.

-Si, he sido yo. Te di con el martillo; perdona- no sabía porqué, no le parecía para nada fuera de lo habitual. Todo era siempre tan absurdo…

-¿Me haces el favor de curarme…? –comenzó a decir Kisahj.

-Sí, claro, enseguida.

-¿….para que pueda sacarte las tripas y venderlas como comida para cerdos?-

Dakarai esbozó una mueca no del todo convencida, sin embargo no medró en su empeño de ayudar al pelirrojo muchacho.

-Entiéndeme; de lejos me pareció interpretar que estabas atacando a la princesa –se excusó el chico.

-Eso hacía.

-Ah –Dakarai apretó las manos sobre la herida de su amigo con mala intención.

-Auch, idiota. Ten más cuidado. Y ¿se puede saber desde cuándo te inmiscuyes tú en mis asuntos?

-Desde que te dedicas a atracar a alguien que está bajo mi custodia.

-¿Qué? –aquello lo había descolocado por completo. El druida resopló con paciencia infinita.

-Te hice venir para una misión que nos va a dejar una buena suma. Ella es la persona que nos pagará si la ayudamos.

Ambos amigos dirigieron una mirada perdida a la chica. Permanecía tranquilamente sentada en la misma roca que Kisahj ocupara poco antes. Al pícaro se le antojó que hacía horas de aquello.

-Aunque claro, con la impresión que le has causado dudo que quiera encargarnos el trabajo –Dakarai arrugó el morro.

-Así que una princesa contratando cazarecompensas… esto se pone interesante –Kisahj rechazó la mano que Dakarai le había tendido y se puso en pie por sí mismo.

-El cazarecompensas soy yo. Tú eres un ladrón de tres al cuarto.

Pero Kisahj ya no lo escuchaba. Se había acercado caminando de nuevo resueltamente a la doncella, y Dakarai hubo de apurarse por seguirlo. Cuando los ojos del ladrón se cruzaron con los de ella, Kisahj sintió de algún extraño modo que su vida había cambiado para siempre.

-Princesa; él es Kisahj. Estará a vuestro servicio para esta misión. Kisahj, ella es la princesa Silv, sé respetuoso con ella –los presentó Dakarai.

Kisahj tan solo; sonrió.



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by Rouge Roge

Reseñas: Este primer capítulo marca el que considero el inicio de mi historia en Runes. Aunque llevaba ya algunos meses jugando; conocer a la PRINCESA lo cambió todo. Realmente, no fue en un camino donde nos encontramos sino en un punto de resurrección, y haciendo gala de mi sempiterna estupidez mental la reté a un duelo (que vencí, por cierto). Menos mal que vino Dakarai a salvarla de aguantarme xD


6 comentarios:

  1. "Alzando el rostro sólo miro al frente. Ese andar elegante, esa parla incontrolable, esa sensación de autosuficiencia... A su lado, la joven dama, inocente. Y es entonces cuando me paro a pensar, ¿qué nos deparará a partir de ahora el mundo? Y sólo una única respuesta viene a mí, nítida: No lo sé, tampoco quiero saberlo. Pero estoy seguro de que merecerá la pena"

    Daka! Daka! Dakarai! (no tengo apellidos porque no necesito padres)

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  2. Que bonito joder esto demuestra que hasta los pícaros tenemos sentimientos xDD

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  3. Este día volví al juego tras haber pasado las Navidades sin jugar un solo día.
    La verdad, es que me alegro de que ese día me entraran ganas de jugar, pues si no, no habría conocido a Kisahj, Dakarai y creo recordar que también estaba Dark aquel día...
    Por cierto, me ha encantado como has relatado la historia Kisahj ^^

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  4. A mandar, mi lady! En los sueños de Kisahj, siempree brillará vuestro nombre,más fulgurante que cualquier constelación. ¿Será eso a lo que llaman amor? Imposible que el pobrepueda saberlo;no se ha enamorado en los 24 añitos de su existencia (aunque realmente en esta historia aún se supone que ronda los 22...) <--- dato que solo Dakarai puede entender XD

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  5. La narración es explendida, haces que la historia parezca muy interesante aun siendo una historia que por el principio parece tipica (esta scada de un juego de rol XD).
    Narras de lujo en serio, me gustaria narrar tan bein como tu XD

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