viernes, 7 de mayo de 2010

EL PÍCARO DICE: 4

Capítulo 4

El traqueteo de los cascos de caballo acompañaban los pensamientos del elfo mientras se zarandeaba levemente por el vaivén de la carroza. A su lado, el joven Kaldezeit lo miraba todo con sus enormes ojos cargados de codiciosa curiosidad.
Una curiosidad casi infantil.
Y junto al niño,el cochero real se afanaba por guiar a los hermosos caballos bretones que tiraban del carro, en cuyo interior,y acomodada en los lujosos sillones, viajaba la princesa Silv.
Dakarai suspiró casi imperceptiblemente, con aquellos sus ojos violáceos perdidos, mirando sin llegar a ver, entre los elementos del paisaje. Fueron las palabras de Kaldezeit las que lo sacaron de su ensimismamiento.
-No te preocupes; ya volverá- dibujó una conciliadora sonrisa. Dakarai aún tardó en comprender a qué se refería el pequeño mago. -Tu amigo, el pícaro.
-Ah...- cayó al fin en la cuenta.-No lo creo... No sabes lo que dices. Kisahj odia a los caballeros. No los puede ni ver. No se acercará a la orden a menos de diez lemas de distancia.
-Supongo...los ladrones no se llevan bien con la justicia.
-No...-reflexionó el elfo-los motivos son algo distintos.
-¿Qué quieres decir? -Kaldezeit se acomodó en el sillón con intriga. Parecía haber encontrado un tema del que hablar para paliar el aburrimiento; después de tantas horas de conversación frustradas con el cochero. Dakarai pensó entonces que muy poca gente conocía de verdad a su amigo. Tan poca, que sólo él y otra persona en el mundo sabían de donde provenía realmente. Y esa otra persona era el hermano de Kisahj.
-¿Te suena de algo el apellido Antarath?- dijo el druida, sin estar seguro de por qué le contaba aquello al niño. Sabía de sobras que si Kisahj estuviese allí,le habría tirado del carro de una patada por atreverse siquiera a mencionar esa palabra.
Pero el pícaro no estaba.
Le gustase o no, ya no sabía qué rumbo había seguido su amigo.
-¡Antarath!-repitió Kaldezeit.-¡Por supuesto! ¿Cómo no iba a conocerlo? Es el apellido de una de las casas de mayor linaje de los caballeros elfos. Tan antigua, que se dice que en la primera conquista de Fuenteplateada ya había un Antarath. En los manuscritos consta que...
-Está bien, ya veo que te suena un poco-rezongó Dakarai,mirándolo de reojo. No había esperado que un muchacho tan joven tuviera idea de aquellos temas.
Dentro del carruaje, la princesa Silv se estremeció levemente. No había podido evitar enterarse de la conversación de los jóvenes; tan finos eran sus oidos de elfa. Al oír aquél nombre el estómago le había dado un vuelco. Se puso aún más inquieta cuando Dakarai volvió a hablar.
-Kisahj desciende del último de los caballeros reconocidos por la casa Antarath -dijo el elfo,y Kaldezeit abrió los ojos como platos.
-¿Ese ladrón de poca monta pertenece a la casa Antarath?-luego sonrió tanto que parecía que la boca no le cabría en la cara.
-¿Qué tiene de gracioso?-inquirió Dakarai sin comprender.
-Estoy feliz. ¡He conocido a un Antarath!
-En lo que a Kisahj respecta,ese apellido es más un lastre que un orgullo para él.
-¡Un lastre! ¿Cómo puede pensar así? ¿Es que no ve que es un gran honor pertenecer a una casa con tal renombre?
-Bueno...-explicó el druida-eso es porque aunque es descendiente directo de Lüthien Antarath, no es más que un hijo bastardo nacido fuera de las condiciones de la orden de los elfos para heredar el cargo de su padre. Y en consecuencia, Lüthien lo abandonó siendo apenas un niño. A él y a su madre.
Silv se removió incómoda. Conocía a la casa Antarath. Aquellos recuerdos le traían amargas sensaciones.
-Supongo que a ojos del mundo, un caballero es todo valor -prosiguió el druida, en vista de que el pequeño mago tenía la mirada posada en las puntas de sus pies -pero los defectos de los hombres quedan ocultos bajo el brillo de sus armaduras.
Kaldezeit asintió. No podría estar más de acuerdo.
-En ese caso... comprendo que Kisahj no quiera venir-comentó el niño.-Después de todo, ¿no es una jugarreta que su mejor amigo lo haya dejado también para unirse a una orden de caballeria?-el chiquillo sonrió,con una pristina mueca de inocencia, pero Dakarai sintió que su garganta se secaba por segundos. No se había planteado el tema de aquél modo. Del modo en que sólo un crío,tan claramente, podría.
-¡Anda! ¡Mira, Dakarai; ya estamos en Cascadargentada!-
El elfo alzó la vista, y el paisaje de casitas inundó el panorama por momentos. La alegre música del festival de primavera sonaba por las calles del pueblo, más modesta que en la enorme ciudad de Varanas, pero también más acogedora. Los niños se acercaban al carruaje correteando, entre risas y algarabía.
Apenas media hora después ya avistaban los altos muros del castillo de la Orden. Las enormes puertas de madera empalizada se abrieron de par en par para dar paso al suntuoso carruaje. Se detuvieron en mitad del inmenso patio de armas, donde un grupo de guardias se apresuraron a formar un largo pasillo para recibir a la princesa. Dakarai se sintió levemente cohibido. El ambiente en aquél lugar era ligeramente más turbador de lo que lo había imaginado. Cuando la pequeña portezuela del carruaje se abrió, el fornido caballero que aguardaba ante ella tendió una mano a la princesa para ayudarla a descender.
-Mi lady...-le dedicó una profunda reverencia el hombre a la dama, y ella asintió apenas perceptiblemente.
-General- correspondió a su saludo.
Dakarai y Kaldezeit se miraron un tanto desorientados. Luego decidieron bajar de un salto del carruaje. Cuando la princesa y el caballero pasaron por su lado, se detuviron ante ellos.
-General, estos son los jóvenes aventureros de los que os hablé en mi carta. Creo que tienen un gran talento; os agradará descubrir que pueden aportar mucho a esta Orden.
El caballero sonrió con gentileza.
Tenía el cabello fino y liso a la altura de la nuca, de un color blanco casi tan puro como el del propio Dakarai. Aunque era joven para ser humano, se comportaba de modo tan respetable que su saber estar parecía provenir de una experiencia de centenas de años; tan dura había sido su educación.
-Soy el general Sir Klaud. Bienvenidos -los recibió el hombre.
-Gracias. Mi nombre es Dakarai -respondió el druida.- Y él es Kaldezeit.
-Debéis ser muy versados en el arte de la magia; supongo. La princesa no dejaría entrar a cualquiera en la Orden.
-En realidad...-objetó el elfo-la magia es sólo uno de mis talentos. -Señaló altivamente su enorme martillo de piedra, y luego se maldijo a sí mismo en sus adentros. Había hecho un comentario estúpido propio de Kisahj.
Pero Klaud rió.
-Acompañadme -añadió al fin el hidalgo- os mostraré el castillo.
Dakarai y la princesa se perdieron tras el paladín, seguidos de cerca por un pequeño mago tan inquieto, que en lugar de caminar iba dando saltitos.

-Eh, tú, elfo -el hombre golpeó los barrotes de hierro de la celda; y el pícaro abrió los ojos, aburrido. Lanzó una mirada furtiva desde la oscuridad de las sombras al guardia del calabozo, que colocó la fuente de latón en el suelo y luego la empujó al interior de la celda con una patada de desprecio.
Kisahj echó un vistazo al cuenco.
-¿Otra vez pan y agua? ¿Es que no pensáis cambiar el menú?-comentó con desgana el muchacho,
sin siquiera acercarse a la comida.
-Ojalá te pudras; ladrón. Esta vez no vas a salir de aquí así como así.
-Ya...-el joven se cruzó de brazos y volvió a cerrar los ojos para dormirse.
-¿Me estás oyendo? ¡Yo mismo te estaré vigilando!
-En cuanto amaine la tormenta me marcharé. No me gusta dormir al descubierto cuando llueve -dijo el chico sin prestar atención al gesto del guardia. El hombre chistó por lo bajo y se perdió por el pasillo, farfullando palabras inconexas que parecían tener relación con el pícaro.
Hacía ya una semana que se había separado de Dakarai. Cuando el druida se fue, volvió a quedarse sin dinero, sin un techo para cobijarse, y lo que era más importante; sin compañía. Ninguna de esas tres cosas le había preocupado nunca demasiado. Sin embargo en aquellos días ya no conciliaba bien el sueño.
Lanzó una mirada perdida por el pequeño ventanuco de su celda. En lugares como aquél se encontraba como en su casa; no en vano podía entrar y salir a su antojo. Era imposible para los peleles de la guardia que le dieran caza a menos que él mismo se dejase atrapar. Y en aquellos momentos, cuando la lluvia fuera era tan torrenciosa, y cuando las pensiones estaban a rebosar de viajeros no tenia un sitio mejor al que ir.
Porque odiaba la lluvia; siempre la había odiado.
Sí; definitivamente, en cuanto saliera el sol se escaparía otra vez.

Al undécimo día de su estancia allí, Dakarai ya conseguía moverse con soltura entre sus compañeros. Conocía a muchos de ellos, había aprendido sus nombres y rangos, y se mostraba siempre solícito con las peticiones de sus superiores. Sobretodo, había hecho buenas migas con el general Klaud, y de paso con el pequeño mago Kaldezeit, quien había resultado tan afable que ni siquiera Kisahj seguiría odiándolo por el incidente con Bernok de haber estado allí.
No obstante, aun se sentía extraño por haber pasado a formar parte de una orden de caballería. Su pasado no era lo que se podría decir impecable.
"Los defectos de los hombres quedan ocultos tras el brillo de sus armaduras" se recordó una vez más. Nunca conseguía olvidar esas palabras. Sobretodo porque provenían de la boca de cierto rufián pelirrojo.
De pronto, el cuerno de batalla de la orden resonó alto y claro, y las campanas de alerta bramaron cortando el aire con su tañer desesperado. Dakarai sintió que el corazón se le aceleraba, latiéndole con violencia y golpeándole el pecho como si lo quisiera romper. ¿Qué podía estar pasando? ¿Qué podía ir mal?
Atravesó el corredor de fría piedra del castillo a toda velocidad, en dirección a la sala de los generales. Para cuando llegó la encontró vacía. Por la ventana, oyó las voces que provenían del patio.
-¡Formad, deprisa!¡No dejéis que llegue al edificio! ¡Proteged a la princesa!-Los soldados iban y venían en medio de un descontrolado caos. Entre todos ellos, el general Klaud daba las órdenes pertinentes al pelotón. Dakarai no cesaba de preguntarse qué estaría ocurriendo.
Las enormes raíces brotaron del suelo, etéreas e incorpóreas, aferrando con una fuerza aplastante a los caballeros más cercanos, y luego el poderoso enemigo se cernió sobre ellos como una bestia demoledora, arrasando todo a su paso. Dakarai frenó en seco, con los ojos abiertos como platos mientras sus hermanos de armas caían inconscientes.
-No...no puede ser...-masculló, sin dar crédito a la imagen que presenciaba.
Aquél inexplicable desasosiego que le inundaba el pecho lo empujó, de algún modo, a darse la vuelta y salir corriendo. Tenía un presentimiento.
Un mal presentimiento.

-¿A qué viene todo esto? ¡Detenedlo inmediatamente! -dijo la princesa, levemente irritada. Tenía el ceño fruncido y al echar un vistazo rápido desde la ventana de su torreón, descubrió al imparable monstruo que asediaba el castillo, luchando en aquél momento contra el general Klaud.
-No tengáis tanta prisa - repuso él, y dio un paso al frente con una expresión tan sombría que a la muchacha se le pusieron los vellos de punta.
-¿Qué....qué queréis de mí?
En aquél momento Dakarai abrió la puerta de la estancia de par en par. Llevaba su enorme martillo en las manos, y jadeaba por el cansancio. Había subido los doce pisos de la torre a toda velocidad.
La princesa y su captor lo miraron, la una con alivio y el otro con sorpresa.
-Vaya... has venido.
-¡Kisahj! ¿Qué demonios pasa aquí?
El pícaro dibujó una divertida sonrisa, como si encontrase todo aquello de lo más entretenido.
-¿Cómo has sabido que era yo?-inquirió el muchacho.
-¡Raíces está abajo atacando a la caballería! ¡Los ha hecho añicos a todos! -gritó, furioso, el druida. Kisahj se rascó la cabeza.
-Ah, ya veo.
-Kisahj, será mejor que... -Dakarai dio un paso al frente, pero el pícaro alzó su daga para apuntarlo con ella.
-No -sentenció. -No te muevas; voy a hacerlo.
-¿Qué? -la expresión del elfo albino se truncó en pasmo.
Kisahj lanzó una larga mirada a la princesa Silv, quien lo observaba con estupor, y tragó saliva. Luego se arrodilló frente a ella, con la cabeza gacha en una profunda reverencia.
-¿Có...cómo? -Dakarai no sabía ya qué demonios estaba pasando.
-Mi lady -habló Kisahj, con voz firme, y el corazón de la joven latió desbocado con las palabras del pícaro.-He derrotado a todos los caballeros que se han interpuesto en mi camino y he alcanzado la parte más alta de la torre trepando únicamente con mis manos para llegar hasta vos y pedíroslo en persona. Esta es mi prueba de valor. Por favor, princesa...aceptadme como caballero de esta Orden.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Cuando volví de mi almuerzo fue con Silver con quien hablé para poder ingresar en el gremio. Ella no sólo me atendió solícitamente; también se mostró encantada con el hecho de que se me hubiera ocurrido la estúpida idea de tener el rango de general...

9 comentarios:

  1. Ojalá tu entrada en la Orden hubiese sido tan espectacular... JAJAJA

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  2. kisahj contaras lo de la niña ?¿? :P





    kaldezeit

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  3. xDDD

    Mi lady!!! (Kisahj se quita el sombrero de mosquetero xD)

    La "niña" era un ser angelical y adorable con el cabello de color rosa,tan pequeña y delicada que habría cabido entre mis brazos. Pero eso era de espaldas.
    Por delante tenía barba y cara de mala leche y Dark y yo estabamos peleando a ver kien se la ligaba antes hasta q la vimos de frente xDDDDDDDDD

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  4. quizás no debería de haber leido lo que acabo de leer.....

    Trauma de Daka ---> Subiendo xD

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  5. Me he ligado de todo en ese juego =D

    Algunos ligues salieron frustrados desde el principio, como el de la niña con barba xD
    Otros se frustraron a mitad del proceso, como el de cierta maga-tocapelotas que se fue recientemente del gremio, o la friki de el señor de los anillos que nos acusaba de haber emboscado a su colega.
    Me pregunto cuando tendre un ligue en condiciones, copon xD

    PD. No se podia esperar mas de un tio que le pide matrimonio a toda cosa viviente con la que se cruza, jajaja

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