lunes, 31 de mayo de 2010

EL PÍCARO DICE: 9

Capítulo 9


El sol acariciaba ya la zona más alta del cielo.
Un impecable cielo azul, moteado por alguna pequeña y casi invisible nube extraviada de su rumbo.
Los rayos de luz, firmes aunque suaves como corresponden al calor primaveral, se colaban juguetonamente por el enorme ventanal de la habitación del elfo, llenándolo todo de vida a su paso.
-Ah...sí...justo ahí...ahhhh perfecto...-Kisahj dibujó una sonrisa satisfecha mientras se acomodaba entre los mullidos almohadones de pluma. La muchacha, arrodillada tras él, profirió una leve risita cantarina, deslizando sus suaves manos por la espalda desnuda del muchacho, y masajeándola con sutileza.
-Abrid la boquita, Sir Kisahj...-murmuró la joven de pelirrojos cabellos que estaba a su derecha, extendiendo hacia el rostro del joven un jugoso racimo de uvas. Extrajo de él una pequeña fruta para depositarla sensualmente en los labios del elfo. Él la aceptó, encantado, y luego giró el rostro hacia la tercera mujer, que descansaba la mejilla sobre su hombro izquierdo.
-Sir Kisahj, deleitadnos nuevamente con vuestras hazañas en la abadía maldita, os lo suplico...-la chica dibujó un atractivo gesto mientras acariciaba con la yema de su dedo la clavícula y el pecho del ladrón. Henchido de orgullo, él inspiró antes de preguntar:
-¿Otra vez? ¿No te cansas?
-Es tan excitante... -dijo ella, por toda respuesta, y el joven carcajeó completamente de acuerdo.
Tres golpecitos sumamente delicados, pero con la firmeza de quien no duda, resonaron en la puerta entonces.
-¡Adelante! -concedió el joven permiso a su visitante, y Silver abrió el portón de par en par. Cuando irrumpió en la estancia, no pudo evitar que un gesto de tedio asomara a sus facciones, y si las miradas acuchillasen, probablemente Kisahj no habría sobrevivido a aquél asalto. La dama entró en el dormitorio, caminando con garbo, y a su paso las tres jóvenes doncellas se escabulleron a toda prisa entre murmullos y risitas, cerrando la puerta tras de sí y dejando a solas a la princesa y el pícaro.
-Mi lady, que alegría que vengáis a ver a este pobre elfo convaleciente...- Kisahj alzó las cejas y dibujó una enorme sonrisa. La mujer arrugó el morro.
-Dejáos de tonterías, Sir Kisahj. ¿Es que no tenéis educación? No habléis a una princesa desde la cama, ponéos en pie.
-Como ordenéis... -el pícaro se encogió de hombros, y después abandonó el cómodo lecho de almohadones en el que se había hecho hueco. Y, dejando las sábanas tras de sí, se mostró completamente desnudo ante su señora.
Silver abrió los ojos como platos. Creyó que le daría un síncope por la impresión, y se apartó varios metros del muchacho, al tiempo que giraba el rostro completamente avergonzada.
-¿Qué estáis haciendo, por el amor de Dios? ¡Cubríos inmediatamente! ¡¡Cubríos, cubríos!!- hacía exagerados aspavientos con la mano, como si intentase espantar a una mosca.
Una mosca enorme.
-A sus órdenes, princesa -Kisahj se rascó la cabeza, desentendido, y echó mano a una de las sábanas para taparse. La dispuso envolviendo su cintura, y después miró a la joven inquisitivamente-¿Algo más?
La doncella aún tardó algunos segundos en atreverse a volver el rostro, y cuando lo hizo,los restos del rubor seguían tiñendo sus mejillas. El ladrón esbozó una media sonrisa casi imperceptible.
-He venido...- la muchacha se encaró con el chico, tratando de recuperar la compostura. Se detuvo cerca de él, y lo escudriñó de arriba a abajo- a comprobar que efectivamente ya estáis repuesto de vuestra última misión en abadía y lleváis días ganduleando sin razón.
Él vaciló un instante, desviando la vista.
-Bueno...yo no lo llamaría gandulear... satisfacer a tres jovencitas varias vecces al día cansa más de lo que os podéis...
-¡Me da igual, no quiero oírlo! - Silver truncó el gesto,visiblemente irritada. Ninguno de sus caballeros haría nunca gala de tal desparpajo,y sin embargo, allí estaba él. Tan vulgar y descarado que no creía que existiera una palabra para definir la inmensidad de las emociones que la hacía sentir. Cuando lo miraba,no sabía adivinar si Kisahj le caía bien o si por el contrario lo odiaba a muerte. Eran aquellos ojos rojos. Ellos tenían la culpa de todo.
Porque Kisahj era un tipo indeseable; una manzana podrida dentro de su leal Orden de caballería. La mala hierba que ella debería esforzarse por arrancar de su jardín. Todo eso era Kisahj.
Pero luego, lo miraba a los ojos... aquellas dos esferas de fuego líquido, y de algún modo, sabía que no quería deshacerse de él.-¡Sois un...un...! -buscó a toda prisa algun insulto que describiese con suficiente acierto la repulsa que Kisahj le causaba, sin conseguirlo, y finalmente suspiró, vencida. Para cuando decidió que podía volver a hablar sin tener que gritarle a la cara, lo azotó con la mirada desde el fondo de sus gélidos ojos azules. -Tenéis una nueva misión. Le dejaré a Dakarai las instrucciones; preparáos para partir de inmediato.
Luego se dio la vuelta y cerró la puerta con un sonoro golpe, dejando de nuevo al muchacho a solas en el cuarto. Kisahj bostezó sonoramente, estirando los brazos hasta ponerse de puntillas y luego se dispuso a buscar su ropa con una única pregunta en mente "¿Qué mosca le habrá picado?"

Cuando irrumpió en el enorme comedor, Dakarai ya cruzaba la sala desde la otra punta con un humor de perros. Se dirigió hacia él en apenas unas cuantas zancadas, y al detenerse, sin mediar palabra alguna extendió ante el rostro del pícaro un ajado papiro que mostraba la imagen retratada de un hombre encapuchado.
-¿Qué es esto...?
-Calla y lee -le ordenó el druida.
-Se busca vivo o muerto... ¿Yuri el sibilino? ¿Qué pasa con este tio?
-Es lo peor que me podía haber pasado; que me envíen contigo a cazar a un bandido de tres al cuarto...-
-¿Enserio? ¿La misión que me ha mandado Silver sólo consiste en atrapar a un vulgar y sucio ladrón?
Dakarai lo acuchilló con la mirada de reojo, sin comprender del todo el motivo que llevaba a su amigo a pensar que era tan distinto del tal Yuri.
-No es una misión cualquiera. Es la más mierda de las misiones. Para gente de nuestro nivel, esto es poco menos que una puerta a la humillación. ¡¡No sé qué diablos le has hecho a la princesa pero por tu culpa en vez de estar labrándonos una reputación en la Orden estamos casi como al principio!!
-Bueno...- Kisahj dobló el papel por la mitad y lo guardó dentro de su chaleco, sin darle importancia- ...el principio no estaba tan mal.
Dakarai resopló, fastidiado.
Normalmente pretendía tomarse las cosas con calma pero a menudo el ladrón lo sacaba de sus casillas. Se mordió la lengua para no gritarle a la cara el verdadero motivo de su enfado. Él no tenía nada que ver con aquella absurda misión; pero Silver no había conseguido que ningún otro caballero accediese a ir con Kisahj. Fuera por el motivo que fuese, la mayoría de la gente de la Orden lo consideraba más un rival que un compañero, y finalmente la muchacha había recurrido a él.
Y Dakarai no podía decir que no.
No a ella; a su adorada y admirada princesa.

Cuando montaron a lomos de los hermosos corceles, Kisahj parecía relajado. Dakarai no conseguía dejar de lado su estado receloso, si bien cuando la hermosa chica se acercó correteando hasta ellos, su atención se distrajo momentáneamente.
-Sir Kisahj, ¿de nuevo os vais?- dijo ella, agarrándose a los faldones de la camisa del elfo. Él reparó entonces en su presencia, y dibujó una sonrisa campechana desde lo alto del caballo.
-El deber es el deber, Yetmaja.
-Pero me prometisteis que hoy...- fingió dibujar un puchero de tristeza, pero finalmente rompió a reír, con las mejillas encendidas de rubor.
-Cuando vuelva; quizás -el pícaro le guiñó un ojo a la doncella, y ésta asintió conforme.
-No me falles -le advirtió a modo de broma.
-No lo haré.
Y luego espoleó vivamente su caballo negro al tiempo que el gigantesco portón de madera se abría para ellos. Los jóvenes abandonaron el castillo dejando una espesa nube de polvo tras de sí, y para cuando la arena volvió a asentarse, se habían perdido por el horizonte.


La carrera a lomos del palafrén cobraba un sentido completamente distinto cuando la persona que montaba a su lado era Kisahj. Le bastaba con mirarlo para sentirlo pavonearse sobre su caballo,cortando el viento como si el animal tuviera alas. El elemental se inclinaba para ofrecer menor resistencia al aire que azotaba sus cabellos, y al cruzar de forma casual su mirada con la de Dakarai, le dedicó una burlona sonrisa de mofa.
Eldruida chistó y azuzó a su yegua ceniza para que corriese más rápido. No sabía el motivo,pero siempre acababa por abandonarse a la contagiosa y ordinaria competitividad de su mejor amigo.
Para cuando los animales detuvieron su desenfrenado galope,ya abordaban las lomas de Fuenteplateada.
Lejos de los caminos,internados en los incipientes boscosos, hicieron un alto para estirar las piernas, y se dejaron caer sobre el tronco de un árbol cercano con el entusiasmo de quien sale de acampada. Kisahj volvió a extraer entonces el anuncio de búsqueda que había guardado entre sus ropajes, y lo desplegó con curiosidad poco disimulada.
-¿Qué? -inquirió Dakarai, con la leve esperanza de que el pícaro hubiese recordado alguna pista de utilidad, pero el elfo pelirrojo se mesó la perilla un par desegundos,ydespués negó con la cabeza.
-¿Qué sabemos del tipo?
-Se le conoce como Yuri el sibilino. Ronda las estepas de Fuenteplateada y suele atacar cerca de los caminos. Según dicen, nunca va solo. La última vez fue visto cerca del lago al norte de Varanas.
Kisahj chascó la lengua,disconforme, guardando de nuevo el papel.
-No me suenan su cara, ni su nombre.
-Pues vaya. Se supone que serías útil por estar familiarizado con esa clase de gentuza.
El pícaro suspiró largamente, cruzando los brazos tras la cabeza.
-Date por contento; es una buena noticia que no lo haya oído nunca antes. Eso significa que no es más que un aficionado. Nada de lo que tengamos que preocuparnos.
-Ojalá sea verdad y acabemos esta misma noche- el druida hundió la vista en el infinito con desgana, apoyando los codos sobre sus propias rodillas.
-¿Tienes alguna prisa por volver?
-Preferiría dormir sobre un colchón mullido y blando.
-Ilumíname; ¿no eras druida o algo así?- Dakarai entrecerró los ojos acusadoramente hasta hacerlos parecer dos diminutas rendijas.
-Sólo intento que se me note lo descontento que estoy.
-Pues...- el malicioso elfo se puso en pie con sorna.-Entonces estarás aún más descontento cuando te cuente mi plan...

"¡De ninguna de las maneras; me niego! ¿Por qué tengo que disfrazarme yo de mujer? ¡Estás loco!" había dicho Dakarai, pero no había conseguido rebatir las razones del pícaro.Porque, efectivamente, no tenían modo de encontrar a Yuri si no le ofrecían primero un cebo. Y porque, como había dicho Kisahj, el druida carecía por completo del sigilo necesario para mantenerse oculto mientras se desarrollaba el plan. Y aún más, porque para llevar el disfraz Dakarai tendría que ir desarmado, pero eso, para un druida, no era gran problema. Por el contrario, su amigo el ladrón no era nadie sin sus perniciosas armas puntiagudas.
"No tengas miedo; sólo intentarán violarte", aseguró el elemental por toda respuesta.
Y ahora Dakarai estaba allí; en mitad del camino.
Solo.
Ignoraba en qué momento el ladrón había desaparecido de su lado, internándose en el boscaje hasta hacerse prácticamente invisible. O al menos, en lo que a él respectaba, no lograba descubrirlo donde quisiera que estuviese escondido, y eso hacía que su mal humor no hiciera sino acrecentarse. Se sentía indescriptiblemente ridículo, con aquella, su capa azul de terciopelo, envolviendo su cuerpo a modo de vestido y cubriendo su cabeza como una capucha. Kisahj se lo había pasado en grande llenándole el pelo de florecillas silvestres e incluso había bromeado con meter algunas en su escote. Dakarai quiso desollarlo, aun a sabiendas de que si lo hacía tendría que orar a Gaia durante eones.
Pero empezaba a pensar que merecería la pena.
En estos y otros pensamientos de igual índole se regodeaba el druida, cuando sintió que algo se movía entre los arbustos. Su agudo oído de elfo lo hizo ponerse alerta enseguida, si bien el sentido común rápidamente desechó aquella idea. Tenía que actuar como una doncella indefensa paseando por el bosque. Tenía que mostrarse vulnerable.
Maldijo a Kisahj otra vez en sus adentros.
Se esforzó cuanto pudo por mantener aquella compostura de pasividad y siguió caminando como si nada, fingiendo atender más al gran ramo de margaritas que llevaba en brazos que a los numerosos pares de ojos que comenzaban a refulgir a su alrededor, entre los helechos. Para cuando empezaba a impacientarse, varios hombres lo asaltaron, apareciendo de la nada tras los árboles colindantes. Dakarai apretó los dientes al tiempo que dos de ellos se cernían sobre sí, aferrándolo firmemente por las muñecas.
-¿Estás sola,preciosa? -se burlaron los ladrones.
Pero el druida no tuvo problema en deshacerse de ellos.
Apenas con unos simples movimientos, los hombres salieron despedidos a causa de su fuerza bruta, y ni aun cuando los cinco varones que eran pusieron su mejor empeño en reducirlo lo consiguieron.
-¡¿Qué clase de mujer es ésta?!- gritó uno de los bandidos. Dakarai frunció el ceño con enojo y acabó por arrancarse el improvisado vestido, dejando su torso y su cara al descubierto.
-¡No soy una mujer! ¡Maldita sea! ¡Sois unos inútiles!
-¡Es un elfo!- los hombres lo señalaron con una mezcla de pavor y desagrado, que era justo lo que Dakarai había necesitado para terminar de enfurecerse. Bramó airado; la amabilidad y el encanto que le eran propios habían sucumbido, subyugados por su rabia. No tenía su martillo al alcance, pero tanto más le daba. Los destrozaría con sus propias manos.
Con todos y cada uno de los músculos de su cuerpo en tensión, el druida dio un pisotón al suelo con tal fuerza, que éste se resquebrajó en las zonas más cercanas, y algunos de sus enemigos cayeron al suelo, perdiéndo el equilibrio. Ni siquiera tuvieron tiempo de levantarse, porque Dakarai se lanzó sobre ellos con ansia, y el azote de la madre Gaia los sacudió de arriba a abajo en forma de espinosas zarzas.
Cuatro de ellos cayeron con este único ataque letal del muchacho, y el único de los hombres que quedó en pie se sintió tan atemorizado de la feroz expresión el elfo albino, que echó a correr despavorido, perdiéndose por el sendero.
El joven chistó, e hizo ademán de perseguirle, pero entonces Kisahj saltó desde la copa del árbol donde había permanecido oculto todo aquél tiempo, y cayó de pie junto a él.
El drow frenó su carrera y lo fulminó con la mirada, sintiendo que le arrearía un sopapo a él también si osaba hacer un solo chiste acerca de lo que acababa de ocurrir. Kisahj debió intuirlo, porque no dijo nada.
-Espera; le daremos algunos segundos de ventaja -comentó el pícaro, echando un vistazo al lugar del camino por el cual había desaparecido el bandido poco antes.
-¿Piensas dejarlo ir?
-Algo así. Cuando crea que nos ha despistado,entonces volverá tranquilo a su base, y podremos seguirle.
-¿Vamos a adentrarnos en la base de los bandidos? -Kisahj lo miró largo y tendido, como si no acabara de comprender el modo de pensar tan poco eficaz de su amigo.
-Los jefes siempre están vagueando por casa y mandan a sus secuaces a hacer el trabajo sucio. Parece mentira que no lo sepas...
Dakarai se cruzó de brazos.
-Disculpa, no he tratado nunca con ladrones tan organizados -masculló,con sarcasmo.
-Yo trabajo de forma independiente -el pícaro sonrió de par en par, dandole un leve puñetazo en el hombro al druida,sin siquiera moverlo del sitio. -Por cierto,ya podemos ir...-señaló la senda, que discurría graciosamente por el bosque, y Dakarai asintió.

Más allá del diminuto puente que cruzaba el riachuelo de Fuenteplateada en dirección a Costa Cuervo; atravesando la explanada plagada de guardias; estaba el campamento de los bandidos. A simple vista, podían contarse unos veinte o treinta hombres asentados en la base. El resto, probablemente, estarían trabajando fuera.
-Vale, ¿Dónde está Yuri? -se quejó Dakarai, oculto tras la roca. Un par de metros más allá, Kisahj se asomaba levemente entre los matorrales para ver mejor.
-¿Y cómo quieres que lo sepa? ¿Qué esperabas,que apareciera su nombre en amarillo sobre su cabeza o algo asi?
Dakarai resopló con fastidio.
-No vamos a poder encontrarlo sin liarla parda.
-No veo el problema...- el destello de las dagas plateadas lo cegó apenas un segundo cuando Kisahj las desenvainó con aire sibilino. De un salto, trepó ágilmente sobre el montículo tras el cual se ocultaba el druida y se escabulló hacia la parte superior de la roca. Dakarai chistó, a sabiendas de que no tardarían en meterse en líos.
Efectivamente, apenas un par de segundos después oyó el sonido de los primeros forcejeos. El bandido cayó al suelo, inerte, y para cuando Dakarai asomó levemente la cabeza, ya había cuatro cadáveres más dispersos por la zona.
-¡Maldita sea,avisa por lo menos! -abandonó finalmente su escondite, echando a correr tras su amigo y desenvainando violentamente su martillo. A aquellas alturas, el campamento entero se puso en alerta, alborotados por el ruído del elfo albino.
Kisahj lo miró de reojo.
-Dakarai, ¿crees que podrías ser un poco más sutil que un mamut en estampida? Acabas de fastidiarme el factor sorpresa.
-¿Te refieres a moverme como tú; que pareces una bailarina? Solo te faltan alas de mariposa...
-¡¡Destripadlos!! ¡¡A los dos!! -uno de los hombres del campamento gritó, y a su orden el resto de los bandidos se abalanzaron sobre ellos.
-No tienes remedio, te gusta hacer las cosas a lo basto -Kisahj se lanzó en una carrera contra los tipos que pretendían asediarlo. En el camino, aún tuvo tiempo de lanzar un par de dagas contra ellos y derribarlos, acertados de lleno en el cuello y el pecho. Después saltó sobre sus enemigos, y utilizándolos para proyectarse hacia arriba, aprovechó un par de piruetas en el aire para deshacerse de los bandidos. Visto desde fuera, Kisahj era poco menos que una estela plateada, por cuanto el movimiento de sus dagas era tan fugaz, y los destellos del sol se reflejaban hermosamente en las hojas de metal, ahora teñidas de sangre.
Dakarai bufó, en desacuerdo con su amigo.
-¡Yo no hago las cosas a lo basto!- pero apenas acababa de decir aquellas palabras cuando de un único puñetazo se había librado de dos hombres. Debido a la discusión que mantenía con Kisahj, no se había percatado de que lo habían rodeado una decena de ladrones, que comenzaban a atacarlo desde todos los ángulos. El druida se esforzaba por esquivar los ataques, pero acabó por cansarse y, en el descuido, una de las armas le atravesó el flanco izquierdo.
Dakarai resquebrajó el aire con un grito de dolor; aquél sonido distrajo momentáneamente la atención de Kisahj. Pero sólo por un segundo.
El drow alzó su martillo en lo alto, con la hiriente puñalada matándolo de tormento, y aquél fue el momento en que todos sus enemigos se cernieron sobre él, acuchillándolo vilmente hasta que su torso desnudo no fue sino una masa sangrante. Cuando Dakarai dejó caer el arma con toda la fuerza de que fue capaz,el golpe fue tal que los hombres salieron despedidos y cayeron inconscientes debido a la onda expansiva. El chico jadeó unos instantes, y pronunciando algunas palabras arcanas en la lengua de los druidas, un halo de verde resplandor lo acarició como una mágica cascada de pies a cabeza, y sus heridas se cerraron como si nunca hubieran estado allí.
Dirigió entonces una fugaz mirada a su hermano de armas.
Poco más allá; Kisahj danzaba juguetonamente por entre sus adversarios, y a su paso ninguno sobrevivía. Raíces había aparecido de la nada, como era usual. Nunca abandonaba a Kisahj, fueran cuales fueran las circunstancias. Mientras tuviese energías para mantenerse en este mundo, Raíces seguiría fielmente al pícaro allá donde fuese, aunque nadie, ni siquiera él mismo, acababa de comprender la razón por la cual lo hacía. Entonces reparó en uno de los bandidos, que se había mantenido al margen de la contienda.
Cautelosamente, trataba de alejarse del campamento pasando desapercibido, y si bien entre la multitud Dakarai no había logrado reconocerlo, al mirarlo ahora a la cara enseguida supo que se trataba de Yuri.
-¡Kisahj! -avisó a su amigo,al tiempo que echaba a correr tras el hombre. El enemigo rompió en una carrera vertiginosa en dirección al bosque, seguido de cerca por el druida.
-Raíces,encárgate tú -ordenó el chico al espíritu, y éste se removió perezosamente en su lugar, produciendo un sonido acompasado, como el interior de un camarote de madera en una noche especialmente tranquila.
La sombra fugaz de Kisahj pasó junto a Dakarai mientras perseguían a Yuri.
Al mirar de reojo, el druida apenas sí pudo distinguir al joven de tan rápido como corría,y lo adelantó en cuestión de segundos. En un frugal movimiento, extrajo una daga venenosa de la parte trasera de su cinturón. Apuntó apenas un segundo y la lanzó con fuerza hacia EL Sibilino.
No obstante, él había podido intuír la trayectoria del arma, y de unn salto, rodó por los suelos para esquivarla. Kisahj chistó, disconforme, pero Dakarai agradecía que al menos hubiesen dejado de correr. Su equipo era realmente pesado para soportar aquél ritmo. Los tres hombres semiraron entre sí, jadeando por el esfuerzo.
-Hasta aquí has llegado, me temo...- el pícaro se regodeó en su propia maldad mientras escrutaba a Yuri con una amenazadora sonrisa que bien podría haber helado la sangre de cualquiera.
Detrás de él, Dakarai asió con fuerza su martillo.
Aquella tensión duró apenas un segundo.
Después, Yuri cayó de rodillas ante ellos.
-¡Por favor! ¡Por favor,no me matéis! ¡Os lo suplico; tened piedad!- gimió lastimosamente el hombre. Las caras de los amigos se descuadraron por momentos, sin poder dar crédito a lo qu oían. ¿El terrible y sanguinario asesino de Fuenteplateada se rebajaba a aquél bochorno?
-¿Qué diablos...? -Kisahj miró de reojo a Dakarai, sin atreverse a descuidar la figura de su enemigo, pero a aquellas alturas él andaba lamentándose y arrastrándose por el suelo hacia los pies del pelirrojo elfo.
-¡Seguro que muchos de los humildes aldeanos de Fuenteplateada también clamaron piedad! ¡Y no se la concediste! -el druida frunció el ceño, mientras Kisahj removía la pierna, tratando de alejar al bandido de sí.
-¡Por favooor! ¡No quiero morir! ¡Soy muy miserable!
-¡Daka por dios arréale de una vez con el martillo que me está dando grima!
El chico dudó un instante. Lo cierto era que empezaba a sentirse en un compromiso.
-¡Haré lo que sea! ¡Os daré todo lo que tengo! ¡Pero dejadme vivir!
Finalmente, Dakarai tragó saliva y asintió a su mejor amigo.
Había tomado una firme decisión; aunque sabía que a Kisahj no le gustaría.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Yuri siempre ha sido uno de los personajes que más me ha divertido matar, y recuerdo que me lo soleaba con lvl 13 cuando habia visto a picaros del 17 morir delante de mi, jeje. Me encantaba esa sensación de poder que te deja el quedar por encima de los demás. Daka y yo lo ajusticiábamos día sí día también, y aun hoy, cuando paso cerca de allí, si tengo tiempo no pierdo la oportunidad de matarlo.

¡¡Es taaan divertido!!



jueves, 27 de mayo de 2010

EL PÍCARO DICE: KISAHJ, PERSONA Y PERSONAJE

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INTRODUCCIÓN

"En un plano apartado del mundo, el último de los nueve planos creados por el Dios de Dioses para confinar a las criaturas mortales; Septentrion.
Allí nació Kisahj.

De su llegada a la vida habría cabido esperar una buena noticia. Sin embargo, desde el momento mismo en que aquél niño abrió los ojos, estuvo destinado a sufrir y a traer calamidad a quienes le rodeaban.

Su padre, caballero de una de las más nobles casas de elfos, los abandonó a él y a su madre siendo no más que un retoño, movido por la ambición y el reconocimiento social. En busca de un heredero legítimo de la más pura sangre para su apellido, Lüthien Antarath, que así era su nombre, se marchó un día sin dar explicaciones y nunca regresó.

Su madre era una hermosa mujer llamada Kaiana; buena y cariñosa, que siempre lo quiso desde el instante en que supo que Kisahj dormía dentro de ella. Sin embargo, Kaiana no pertenecía al mundo de los elfos. Tampoco al de los hombres.
Era una elemental de fuego.
Los elementales, criaturas arto poderosas y sempiternas, que contemplan a los mortales como pequeños insectos desde su balcón, nunca aprobaron la relación de Kaiana con Lüthien. Viéndose obligada a abandonar a su propia familia por amor al hombre que no mucho después la traicionó, Kaiana se asentó en un pequeño poblado de humanos. Y allí vivió con su hijo algunos años.
Y allí enfermó de pena y murió, dejando a Kisahj completamente solo en el mundo."

  • KISAHJ COMO PERSONAJE
Kisahj es, probablemente, mi creación más compleja de todas cuantas haya tenido jamás, de lo que presumo siempre encarecidamente. Su condición y forma de ser le procuran destacar entre los demás personajes proyectando sobre ellos una sombra que no siempre es bien recibida, por lo cual considero que escribir sobre Kisahj y lograr un buen equilibrio escénico es un asunto bastante delicado.

En la historia original, Septentrion Chronicles, Kisahj aparece por vez primera como personaje terciario en la segunda quincena de capítulos, con un papel sin importancia, cuyo cometido es ser un bandido que captura a los protagonistas y los entrega a la guardia real para obtener una recompensa, y que además les propone ayudarlos a escapar una vez ha cobrado la suma previo pago de una cantidad adicional.
Más tarde su figura será recuperada como personaje secundario dentro del grupo de protagonistas. Su papel en teoría no reclamaba demasiada atención. Kisahj se presenta, ni más ni menos que como el hermano mayor de Dahedras, uno de los personajes con más peso dentro de la historia. No obstante, el famoso ladrón no tardaría demasiado en hacer de las suyas, y empezar por robar... la atención de los lectores.


"Kisahj se crió con su madre en una pequeña aldea alejada de los bosques y los núcleos de civilización. Su condición de semielemental de fuego lo empujaba a tener preferencia por las zonas cálidas, y es por ello que vivió casi toda su infancia en ambientes prácticamente desérticos, a los que se adaptaba con suma facilidad. Pero, aún más, su raza también le costó numerosos problemas, pues ni su madre ni él fueron nunca aceptados entre las gentes del pueblo, quienes les temían y recelaban hasta el extremo de no dirigirles la palabra. Cuando la madre de Kisahj enfermó, él tuvo que aprender a valerse por sí mismo. Procuró por todos los medios posibles ayudar a Kaiana; buscando trabajo para pagar las medicinas que salvarían la vida de la mujer. Sin embargo, ni todos sus esfuerzos fueron suficientes para obtener ayuda de los pueblerinos, y desesperado y hambriento, Kisahj comenzó a robar. Tenía doce años cuando descubrió que nadie le iba a regalar nada en la vida, y que tenía que ser más listo que ellos. O al menos; más rápido."

Desde su primera aparición en Septentrion Chronicles, Kisahj se mete en el bolsillo al lector usando como estrategia principal aquella actitud despreocupada y sumamente egoísta que lo convierte en un personaje inigualable en el grupo. Si tuviera que describir de algún modo a Kisahj, escogería la mejor frase que jamás dijeron de él: "Demasiado bueno para ser malo, y demasiado malo para ser bueno."
Así pues, esta doble cara de maldad-nobleza lo acerca lo máximo posible que nunca alguno de mis personajes ha estado de ser NEUTRAL.
La característica más distintiva de Kisahj es su individualidad e independencia, que se mantienen en todo momento a lo largo de la historia. A pesar de viajar en un grupo de ocho personas, Kisahj no participa en la mayoría de las ocasiones de las preocupaciones de sus compañeros, y parece mantenerse al margen de los intereses comunes, siguiendo los suyos propios. Desaparece continuamente sin que nadie sepa adónde ha ido o cuándo volverá, y actúa de forma conflictiva tanto con los conocidos como con los extraños.
Por todo esto, Kisahj es un verdadero imán de problemas.
Y lo que es peor: encanta a todo el mundo.

"Egon se presentó un día como otro cualquiera en la casa de Kisahj. Era un muchacho apenas un poco mayor que el propio niño, que decía venir de lejanas tierras. También era un elemental. Al oír por casualidad en la plaza del pueblo el problema de Kisahj, decidió ayudarle prestándole algunas monedas para las medicinas de su ya moribunda madre. El picaruelo se sintió muy reconfortado por este gesto de amabilidad; el primero que había recibido en su corta pero intensa vida. No obstante, pese a los esfuerzos invertidos, la madre de Kisahj no logró sobrevivir y finalmente el niño, a sus doce años de edad, se quedó huérfano. Egon sintió tanta lástima por él que decidió hacerle compañía algunos días, pues sabía que estaba solo en el mundo. Aquellos días se postergaron durante semanas, meses. Y cuando perdieron la cuenta del tiempo que había pasado; era como si se conocieran de toda la vida."

Siempre he defendido la idea de que la cara malvada del pícaro luce una eterna sonrisa porque ya no le quedan lágrimas por llorar. No teme a nada ni a nadie porque ya no tiene nada que perder. Ésa es la verdadera esencia de Kisahj, y así quise plasmarla en Servant's Awakening, el tomo de cómic autoconclusivo que sirvió de precuela a las aventuras de Septentrion Chronicles, donde aparecía un breve pero concentrado retazo de la infancia del que más adelante sería conocido como Rouge Rogue.
Servant's Awakening
narraba la historia desconocida de Dahedras antes de unirse a la aventura de Septentrion, y por supuesto hacía mención a su hermano, el pícaro.
Esta aparición de Kisahj era el pasaporte que necesitaba como licencia a sus fechorías. Después de leerlo, nadie podría negar que Kisahj es verdaderamente malvado, pero en su pasado encontramos los motivos que lo empujaron a ser quien es. Del mismo modo, tampoco se puede obviar el hecho de que a veces puede demostrar que tiene corazón, aunque no quiera abrirlo al mundo.

"Fue pasado más de un año desde la muerte de Kaiana, cuando Dahedras llegó a su vida. Kisahj y Egon, en alguna de sus escapadas habituales para delinquir en las calles encontraron al niño vagabundo y lo invitaron a pasar la noche a cubierto. Entre conversaciones, descubrieron que aquél niño, que había venido desde tan lejos buscando a su hermano mayor, era a Kisahj a quien se estaba refiriendo. Para el pícaro, enterarse de que tenía un hermanastro fue un golpe muy duro. Aún más, cuando supo que aquél crío de diez años había sido también abandonado por Lüthien Antarath, como hiciera con él tanto tiempo atrás. Egon y Kisahj decidieron hacerse cargo del niño, cerrándose de este modo el triángulo. Aquellos fueron,sin duda alguna,los años más felices de la vida del ladrón. Los tres hermanos, que si bien no lo eran de sangre la vida los había unido como si lo fueran, se dedicaron a corretear sin rumbo fijo, lejos de aquella aldea que tan malos recuerdos les traía, descubriendo el mundo y viviendo como nunca antes. Eran los años en que Kisahj solía sonreír. Sonreír de verdad."

La experiencia me ha enseñado a valorar todas las caras posibles de Kisahj.
Como personaje secundario dentro de la historia de Septentrion, hube de someter a los verdaderos protagonistas a sus trastadas y fechorías, a sus caprichos sin sentido, sus desaires y sus bromas pesadas. En definitiva, siempre supe bien lo que era SOPORTAR, con todo el peso de la palabra, a Kisahj. Cuando cobra un papel importante dentro de la historia, el modus operandi del pícaro parece cambiar drásticamente. Aparecen sus ambiciones y preocupaciones, comienza a haber un motivo aparente detrás de sus elecciones y desde luego, el PERSONAJE va dejando paso a la PERSONA. Persona que no habíamos podido ver antes, cuando su actuación estaba relegada a un segundo plano.

"La estabilidad de aquellos tiempos no duró demasiado. Cuando Dahedras expresó su deseo de convertirse en druida y servir a la Diosa de la naturaleza, Gaia, comenzó la cuenta atrás sin que ninguno de los tres hermanos lo supiera. A partir de entonces, y durante dos años, se dedicaron a vagar por la región con el único objetivo de encontrar a una persona. Lüthien Antarath. Por petición expresa de la propia Diosa, Dahedras debía superar una prueba para poder convertirse en druida. Vencer su mayor temor. En vistas de que el mayor temor del niño no era sino el afrontar al hombre que lo abandonó tiempo atrás, sus hermanos mayores lo apoyaron en todo momento para que su sueño se cumpliera. Al menos, eso parecía. Kisahj nunca llegó a estar de acuerdo con esta idea y, si en su mano hubiera estado, Dahedras no habría vuelto a toparse con Lüthien nunca más. El pícaro conocía el dolor de ser despechado por su padre, y comprendía la experiencia tan traumática por la que tendría que pasar su hermano menor. Aun así, al término de aquellos dos años consiguieron localizar de nuevo a Lüthien. Y luego, todo se desmoronó. Cuando Lüthien puso sus mayores empeños en eliminar del mapa los vestigios de sus errores pasados, acabando con la vida de Dahedras y Kisahj, todo se torció. En aquellos instantes, Kisahj tomó una decisión desesperada; procurar exilio al niño mientras Egon y él mismo le cubrían la retaguardia. Dahedras huyó a regañadientes, bajo la promesa de su hermano de que volverían para buscarlo cuando acabase la batalla. Pero aquella promesa no llegó a cumplirse."

  • KISAHJ COMO PERSONA
" Cuando tomó a Egon entre sus brazos ya casi no respiraba. -Eh -dijo Kisahj, arrodillándose a su ladao y obviando el dolor de sus propias heridas de combate. Había ahora una mucho más certera que lo desgarraba por dentro, invisible, e implacable. Egon le dedicó una mirada perdida desde el desvaído fondo de sus ojos color fango. El pícaro ni siquiera sabía con certeza si podía escucharlo cuando comenzó a sollozar descontroladamente. -No te mueras, ¿eh? Se nos está haciendo tarde para la cena... Hubiera podido decir algo más elocuente, pero aquello bastó. Egon se esforzó por dibujar una media sonrisa, si bien había perdido el encanto y la fiereza que le eran propios. Luego, cerró los ojos como si durmiera, y ya no los volvió a abrir."

Como persona, Kisahj resulta aún más complejo que como personaje. Tanto, que ni siquiera yo alcanzo a adivinar hasta dónde llegaría en sus ambiciones; cuál es el límite en que se fusionan su personaje, ése que él finge ser, y la persona que subyace en el fondo.

Hay un único momento en la historia de Septentrion en que Kisahj muestra un atisbo de debilidad. Por lo demás, hasta donde se conoce, la frívola máscara de la que se sirve para aparentar despreocupación le ha valido para mostrarse indiferente en situaciones que le eran arto dolorosas, como la muerte de su propio hermano mayor.
Tras la desaparición de Egon, presa de un rencor irracional y descontrolado que no tiene razón de ser, Kisahj se desvanece de la vida de Dahedras como si nunca hubiera existido. No vuelve a buscar al niño, tal como le había prometido que haría, sino que se marcha sin más y sin que su hermano llegase jamás a saber si Kisahj seguía, o no, vivo.
No es hasta 5 años después que Kisahj decide buscar a Dahedras, y vuelven a reencontrarse de nuevo, no obstante este reencuentro será al principio mucho más frío de lo que habría cabido esperar, pues Dahedras no consigue perdonar el acto de traición de su hermano.
A lo largo de la historia de Septentrion, los lazos de afectividad de los hermanos, en inicio tan deshilachados, iran cobrando fuerza de nuevo poco a poco para demostrar que, pese a todo, sigue habiendo alguien en el mundo que a Kisahj le importa.







miércoles, 26 de mayo de 2010

EL PÍCARO DICE: 8

CAPÍTULO 8

El muchacho retrocedió de nuevo un par de pasos, furioso, y con toda la fuerza de que fue capaz se lanzó desesperadamente contra la puerta de piedra, martillo en alza. No habían conseguido moverla ni un ápice.
Silver se llevó las manos a los oídos para protegerlos del ensordecedor estruendo del choque del arma contra la roca. El eco del golpe retumbó en la sala sordamente, con tal potencia, que algunos trozos de techo se desprendieron, y cayeron cerca de donde ellos estaban.
Pero eso, a Dakarai, no parecía importarle.
-¡Dakarai! ¡Basta! -Klaud y Kladezeit se arrojaron sobre él, en el preciso instante en que el elfo volvía a levantar el martillo para descargar contra el monolito que les cercaba el paso. Sulfurado, el druida forcejeó con sus amigos y se resistió a rendirse.
-¡Soltadme! ¡Echaré abajo esa puerta! ¡Kisahj!
-¡Déjalo ya! ¡Es imposible, está sellada con magia!- trataban de hacerle entrar en razón, pero el chico estaba tan obcecado que no encontraba dificultad para zafarse del mago y el caballero. Tal era su fuerza.
A un lado, Silver contemplaba aquella escena visiblemente conmocionada. Había tanto dolor en la expresión de Dakarai, que la chica sintió que su corazón se turbaba como si pudiese compartir la angustia del muchacho. También ella se sentía impotente en aquellos momentos.
-Dakarai...-musitó. Su voz era tan suave, que el nombre del elfo en sus labios sonaba como una caricia llena de ternura. Posó delicadamente su mano sobre el brazo del joven, y aquél contacto fue como una puerta de salida a las tinieblas de Dakarai. Giró, presto, el rostro hacia ella, ignorando a los dos hombres, y al hundir su mirada en los ojos de la chica, pudo darse cuenta de lo inepto que estaba siendo. De nada le serviría perder el tiempo en aquel lugar.
Si Kisahj seguía vivo; y no le cabía duda de que así era, tenía que encontrarle. Tenía que hallar otro camino; aunque tuviera que abrirlo él mismo a martillazos.
Suspiró largamente, más relajado.
-De acuerdo...-dijo al fin. Klaud y Kaldezeit se miraron, interrogantes. -Démonos prisa. Si existe algún modo de llegar hasta Ancalon, por los Dioses que ese pícaro malnacido dará con él. Estoy seguro.
Echó a andar entonces, con un ímpetu que no estaba convencido de que fuera real. Los demás le siguieron sin decir nada,pero no habían pasado por alto el claro cambio de actitud del joven.
De repente, era como si aquella apariencia serena y relajada que le era tan propia se hubiera evaporado.
Como si sus ánimos se hubiesen quedado atrás,con el ladrón.

Abrió los ojos lentamente.
Sumergido en algún punto entre la consciencia y el desmayo,Kisahj podía sentir el molesto goteo del agua de alguna estalactita sobre su mejilla izquierda.
Una y otra vez,las pequeñas perlas acuosas discurrían por su rostro, produciéndole un agudo escozor. Fue precisamente ese escozor el que lo trajo de vuelta al mundo de los despiertos.
Al principio,todo era oscuridad.
Aún tardó algunos segundos en percatarse de que estaba vivo.
Dolorosamente vivo.
Cuando trató de incorporarse, la acuciante punzada que sacudió de arriba a abajo su columna vertebral lo hizo gemir de dolor, y maldijo varias veces en sus adentros antes de conseguir autocontrolarse.
Le dolía todo el cuerpo.
Echó un vistazo rápido a su alrededor, y tras cerciorarse de que estaba completamente solo, intentó ponerse en pie,apartando pesadamente los escombros que aprisionaban sus piernas. Apretó los dientes, de nuevo hostigado por el tormento.
No recordaba en qué momento había perdido la conciencia.
Lo último que recordaba era el preciso instante en que el puente de piedra se había venido abajo. Luego; nada.
Y allí estaba; al menos, seguía vivo.
Se preguntó por cuánto tiempo más,ya que,aunque sus lesiones no eran graves, sí era cierto que le impedirían moverse con la presteza usual en combate.
Qué bien le habría venido la ayuda de Dakarai.
"¿Raíces?", quiso decir,pero la voz no acudió a su garganta.
Alarmado, recordó la extraña advertencia que el sacerdote le hizo antes de entrar. Aquellas almas consideradas impías serían mermadas por el espíritu de Ancalon, y el efecto ya había comenzado. El pícaro había perdido la voz, y no era capaz de estimar de cuánto tiempo disponía antes de que el resto de sus sentidos sucumbiesen al poder de la maldición.
No obstante; no pensaba quedarse a averiguarlo.

Kaldezeit lanzó una mirada perdida al techo.
Desconfiaba acerca de si los murciélagos volverían a sorprenderles en cualquier momento, y ya empezaba a tener dolor de cuello de vigilar el área sobre sus cabezas. Sin embargo, no podía prestar atención a sus molestias, ni tampoco al desolador panorama de cadáveres que se había abierto ante ellos allí abajo.
-Klaud...- musitó el chico, apenas perceptiblemente. De pronto se sintió un poco idiota al hacer aquella pregunta. -¿Crees que Kisahj estará bien sólo?
El caballero lo miró un instante sin saber bien qué responder. Aún echó un vistazo a Dakarai, que caminaba el primero,fingiendo no haber escuchado la pregunta del niño.
-Kisahj no está solo, tiene a Raíces con él...- lo tranquilizó Silver co un gesto cordial, y lo cogió de la mano para infundirle cariño.
-Eso mismo -lo secundó Klaud -¿Acaso no recuerdas los problemas que causó el primer día que llegó a la Orden? Se las apañarán bien.
-Ya...supongo que tenéis razón...-el chico mago asintió, no del todo convencido, y la princesa le dedicó la sonrisa más segura que fue capaz de esbozar. Realmente, tampoco ella tenía la certeza absoluta de que sus palabras fuesen ciertas.
En aquél momento, algo pareció moverse cerca de ellos.
Silver sintió que algo se encogía dentro de su pecho,por el desasosiego.
No obstante,parecía haber sido la única en notarlo, pues los demás continuaban su camino como si nada. Deseando que tan sólo hubiera sido producto de su imaginación,apretó el paso para mantenerse cerca de los muchachos,si bien aquella inquietud no terminó por desaparecer.
Se internaron en un pequeño habitáculo regado de deshechos, donde casi era imposible adivinar por dónde pisaban de tanto polvo como había. Restos humanos y de animales se esparcían por doquier. También, lo que según parecía, antaño fueron lujosos muebles de dormitorio.
-¿Qué es todo esto...? -Dakarai frunció el ceño y se detuvo frente a una de las pequeñas camas,cuyas sábanas,en otros tiempos blancas,se veían entonces ajadas y deslucidas. En algunas zonas se apreciaban restos de sangre.
-¿Aquí vivía gente...?-Kaldezeit arrugó el morro.
-Mirad, esto parece un diario -Klaud llamó la atención de los presentes mientras alzaba el pequeño tomo entre las manos para que pudiesen verlo. La cubierta de piel de color azul estaba llena de polvo. Las láminas de su interior se habían endurecido por el paso de los años,perdiendo su flexibilidad.
-¿Figura algún nombre en él?- Kaldezeit se acercó a toda prisa, con la ilusión de un amante de las reliquias históricas. Si aquél diario tenía más de cincuenta años,habría valido la pena bajar a aquél horrible lugar sólo por poder leerlo.
-Figuran las iniciales A.H.- el caballero se rascó la cabeza.
-¿Ancalon? Pero...su apellido, ¿no empezaba por P? -Dakarai se mesó la barbilla.
-Ancalon....Hi...bara...- apostilló Kaldezeit, abriendo los ojos como platos.No podía creer lo que él mismo estaba diciendo.Su corazón se aceleraba por momentos,presa de la emoción de un descubrimiento tal.
-¿Hibara? ¿Estás diciendo lo que yo creo?-Klaud cayó de repente en la cuenta.
-¿Ancalon se desposó con el hijo de los Hibara aunque él era sacerdote?
Los muchachos se deshicieron en teorías y sus palabras se enredaron en una conversación sin sentido a los oídos de Silver. No había estado prestando la más mínima atención desde que llegaron a aquél lugar.Todos sus sentidos estaban alertas,impidiéndole concentrarse en nada.
La chica escrutó el techo de la estancia, con inseguridad.
Después las paredes llenas de telarañas, el suelo.
Y al fondo,por la misma puerta por la que hubieron entrado, aquella sombra volvió a cruzarse despacio. Arrastrándose lastimeramente.
Silver dio un respingo,asustada, y tartamudeó al hablar.
-¡Chi, chi,chicos!
-...no tendría sentido,es probable que lo mantuvieran en secreto...-
-..pasa la página,pasa la página, estamos cerca de averiguar lo que pasó realmente-
-...os lo digo yo,hacedme caso...-
Ninguno de los tres parecía hacerle el menor caso.
-Chicos,algo se ha movido...
-¡AQUI ESTÁ! ¡Kaldezeit, traduce!
Silver tragó saliva e inspiró,cargándose de valor.
Si bien era cierto que no le atraía demasiado la idea de averiguar sola qué era lo que se había movido allá fuera,también se sentía mal consigo misma por depender siempre de los demás. Después de todo, ella se había ofrecido voluntaria para ayudar en aquella misión,y hasta entonces no había hecho más que dar pequeños traspies que habían ralentizado el avance del grupo. Ahora, al fin parecían haber encontrado un documento de valor. Alguna prueba que pudiera ayudar a acabar con la maldición de Ancalon. Y mientras los jóvenes investigaban, ella se encargaría de protegerlos de... lo que quisiera que fuese aquella extraña amenaza.
Inconscientemente, asió su cayado con fuerza y se dirigió a la salida de la habitación. Caminaba despacio, aunque no sabía por qué. Quizás para que el enemigo no la descubriera. Quizás para no ahogar con sus propias pisadas los sonidos provenientes del exterior.
Y no tardó en oírlos; unos gemidos lastimosos y desagradables que le erizaron la piel.
-Bien...tú puedes...- se infundió ánimos a sí misma. Contó hasta tres, con la vara en ristre, y salió de golpe. Se había preparado concienzudamente para afrontar a alguna criatura maldita. Habría podido con más murciélagos, ratas o lo que se le viniese encima.Pero aquello la dejó sin palabras.
No pudo más que gritar.

El alarido de terror de la mujer inundó las galerías subterráneas y llegó hasta él,claro como si la tuviera delante. Kisahj alzó la vista deprisa, con el corazón alertado. Aquella era la voz de Silver. Si había podido escucharla, significaba que no estaban muy lejos.
Echó a correr torpemente apoyándose en la pared más cercana. Cojeaba de la pierna derecha; tenía la rodilla hecha añicos.
Hubiera dado lo que fuera por poder llamarla.
Por hacerles saber que estaba allí.
Quizás irían en su búsqueda, quizás le esperarían. Pero la única pista que le quedaba para encontrar a sus amigos,era ahora un grito que se perdía en la nada de su memoria, y no podía determinar qué dirección tomar para encontrarles. Se maldijo a sí mismo un millón de veces,por no haber creído al sacerdote. Pero en el fondo supo que aunque hubieran cabado su tumba delante de sus narices, habría bajado de todas formas.
Porque nunca abandonaría a Dakarai.

-¡Princesa! -los muchachos acudieron hasta ella lo más deprisa que fueron capaces. Cuando abandonaron la sala,lo que encontraron los dejó estupefactos. La chica se hallaba en mitad de la estancia,rodeada de...¿muertos vivientes?
-¡Por Gaia, qué clase de magia oscura es esta! -Dakarai enarboló su enorme martillo azul, y una fría ráfaga huracanada lo desestabilizó levemente. Silver había invocado a los cuatro vientos y en aquél momento,la sala se vio sacudida por sus infrenables vendavales. Las decenas de zombies que los rodeaban cayeron arrastrados por la fuerza de la magia arcana de la princesa, lo suficientemente lejos para que el druida,el mago y el caballero pudieran acercarse a ella.
-Princesa, ¿estáis bien? -Klaud fue el primero en alcanzarla. Desenfundó el enorme espadón,al tiempo que la muchacha asentía.-Dakarai, tú y yo delante.
-Eso está hecho- el druida se acercó de un salto para ocupar la posición que le correspondía, junto al caballero, y un círculo arcano de luz verde se dibujó mágicamente a sus pies. -Se van a enterar estos de lo que es morirse bien muertos.
Cuando los zombies volvieron a cargar contra ellos, los magos creyeron por un instante que sus compañeros desaparecían bajo la montaña de enemigos que los asediaban. No obstante, embravecidos, los jóvenes se deshacían de ellos incansablemente.
-¡Hay que sellarlos uno a uno para que desaparezcan! -vociferó Klaud. Silver y Kaldezeit se miraron; comprendiendo entonces que aquél era su trabajo.


Golpes.
Hechizos.
Sonidos al fondo de la galería.
Kisahj volvía a sentirlos. Se sonrió vagamente mientras apretaba el paso,pues notaba a cada instante más cerca a sus compañeros. Con un poco de suerte,los alcanzaria antes de que siguieran avanzando sin él.
Con un poco de suerte...
Pero la suerte no parecía querer estar de su lado.
Masculló dolorosamente mientras se llevaba las manos al rostro cuando se chocó contra aquella pared de roca, y casi cae de espaldas. Pronto, el inconfundible sabor a hierro acudió a su boca por aquella herida que se había abierto en su ceja y que no dejaba de sangrar. No había visto la piedra.
No la había visto porque...
Desesperado, alzó las manos para cerciorarse de que aquella pared seguía allí. Pudo tantearla con los dedos, y comprendiendo lo que eso significaba resolló lastimeramente,como un animal acorralado. Todo estaba oscuro.
Terriblemente oscuro.
Ya no podía ver nada.
No sabía cómo saldría de allí.

-¡Rápido, dentro!- Klaud les hizo una señal para que lo siguieran a través del enorme arco de piedra. Aún,muchos de los zombies seguían en pie.
Los muchachos cruzaron la habitación corriendo tras el caballero, que se abría paso majestuosamente entre la horda de enemigos con apenas unas estocadas. Cuando cruzaron el umbral, el hidalgo se detuvo para sellar la puerta con un gigantesco escudo mágico; el mismo que había usado para protegerles de los murciélagos,poco antes.
-Eso los retendra mientras encontramos la salida... -se sacudió el joven las manos.
-Esto...creo que no será necesario...-Kaldezeit señaló algún punto a las espaldas de sus compañeros,y todos se giraron a la vez. Tragaron saliva con aprehensión.
Ante ellos, la hermosa figura de una mujer fantasmagórica se alzaba a algunos metros del suelo, contemplándolos con impavidez. Silver ahogó un grito.
-¿Es...? -inquirió Dakarai.
-¿Y quién va a ser si no? -se quejó Klaud, ante la obviedad de la pregunta de su amigo. Aún se miraron,incómodos,algunos instantes en silencio.
-¿Qué...se supone que tenemos que hacer?
Entonces, Ancalon se acercó rauda hacia ellos.
Cruzó la sala volando a tal velocidad que ninguno tuvo tiempo siquiera de reaccionar, y se detuvo frente a la doncella con gesto inquisitivo. Klaud apretó con fuerza el mango de su espadón, preparándose para atacar de un momento a otro, pero Dakarai hizo un gesto con la mano que lo obligó a contenerse.
Ambas mujeres se miraron a los ojos en completo silencio.
-¿Qué...? -musitó Silver, en voz baja. Parecía mantener una conversación con el espíritu que nadie más podía entender.
Ancalon se revolvió, inquieta.
-No...ellos son mis amigos...
El espíritu abrió sus refulgientes ojos blancos de par en par, con gesto amenazador.
-Márchate, este ya no es tu lugar- Silver dio un paso al frente, si bien Ancalon no se movió del sitio. Los muchachos miraban a ambas mujeres alternativamente, tratando de dilucidar el significado de aquellas deliberaciones.
De repente, sin que nadie lo esperase, una extraña figura cruzó la estancia con una rapidez tal, que apenas lograron vislumbrarla. Se lanzó sin dudarlo sobre el incorpóreo espíritu de Ancalon y la pequeña flecha de sangre bailó en el aire algunos segundos. Kisahj no pudo caer apropiadamente y se lastimó el hombro derecho, pero el ente maldito gimió, furiosa, llevándose la mano al sangrante corte que el muchacho había hecho en su pecho.
-¡KISAHJ!- gritaron todos a la vez. En aquella llamada, había una mezcla de alivio, euforia y enfado. Por una parte, todos se alegraban de ver con vida al ladrón. Pero también, acababa de agredir al espíritu y no creían que las negociaciones llegasen a buen puerto después de aquello.
-¿Qué has hecho?¡Idiota! -bramó Dakarai,mientras el joven trataba torpemente de ponerse en pie. Se acercó hasta él a toda prisa, y descubrió que estaba herido en varias partes de su cuerpo. No osbtante,aparte de las magulladuras, lo que llamó la atención del druida fueron los ojos de su amigo. Blancos.
Ciegos.
-No...no puede ser....-masculló, incrédulo.
-"¡Aparta!"- Kisahj lo empujó a un lado al tiempo que uno de los hechizos de Ancalon fulminaba el lugar donde,instantes antes, había estado Dakarai. -"¡Tened cuidado! ¡No es un espíritu! ¡No os dejéis engañar! ¡Podemos dañarla!" -gritó el pícaro en sus adentros, señalando a sus amigos la herida que acababa de infligirle al espectro.
Sorprendidos por aquella extraña revelación, los jóvenes azotaron de nuevo con la mirada a la mujer. Ella vociferó, histérica, y su cuerpo comenzó a transformarse por completo, desgarrando su anterior apariencia humana para adquirir una nueva forma material, de mucho mayor tamaño. El monstruo bramó,furioso, dispuesto a acabar con las vidas de los jóvenes, extendiendo sus tentáculos cuan largos eran y barriéndolo todo con ellos.
Kisahj se lanzó al suelo y rodó torpemente, sin poder orientarse.
Klaud corrió hasta Silver en el momento en que una de las extremidades de la criatura se cernía sobre ella,y apretándola contra su cuerpo, alzó una mano para hacer aparecer un poderoso escudo que los protegió del golpe. Silver se removió apenas perceptiblemente. Cuando Klaud se dio cuenta de que la tenía tan cerca, se ruborizó hasta extremos insospechados. Carraspeó azorado, y separándose de la chica a toda velocidad, alzó su espadón en lo alto.
-Mi lady, os protegeré. No temáis nada.
-No -Silver se situó a su lado, decidida -lucharemos juntos, esta vez.
-Pero... -sin embargo, el caballero no pudo objetar nada. En los ojos de su señora, un extraño brillo de determinación acalló sus dudas. Si ella confiaba en él de aquél modo, ¿qué tan ingrato sería por su parte no confiar también en su dama?
Klaud sonrió, comprendiendo de golpe que las cosas habían cambiado mucho. El muro invisible que los había separado hasta entonces desde donde alcanzaba su memoria; el deber de un caballero de servidumbre incondicional se había hecho añicos.
A partir de entonces, todo sería diferente entre la princesa y él.
Quería confiar en el poder de la amistad.
Dakarai rasgó el aire con un grito furioso cuando fue a caer sobre Ancalon con toda la fuerza de que fue capaz. El peso de su poderoso martillo retumbó en la sala, poco antes de que la lluvia de esquirlas de hielo que había invocado Kaldezeit acuchillaran a la criatura sin piedad. Ancalon trató de resistirse,pero le resultó imposible.
No se había dado cuenta de que aquellas poderosas zarzas la aferraban al suelo sin posibilidad de moverse.
Raíces había regresado.

-¿....oirme?
El pícaro entornó los ojos, herido por la cegadora luz del sol.
-¿Kisahj...? -Dakarai paseaba una mano abierta por delante de sus ojos. Finalmente, el ladrón se sintió lo bastante molesto para apartarla de un golpe.
-¿Se puede saber qué diantres haces?- se incorporó de mal humor, y descubrió a todos sus amigos rodeándole. Lo miraban expectantes, con un brillo de emoción en los ojos.
-¡Eh! ¡Estás curado!- el druida dibujó una henorme sonrisa que dejaba ver sus blancos dientes, y echó a reír, feliz. Kisahj se llevó las manos a la garganta, sorprendido.
-Ah...es...es cierto. ¡Puedo ver! ¡Puedo hablar!
-¡Yo tambieeeeeen!- el anciano sacerdote pasó correteando feliz por el lado de los jóvenes,sin prestarle la más mínima atención al pelirrojo elfo.
-¿Qué ha pasado? -al fin se puso en pie, temeroso de volver a sentir el agudo dolor en su rodilla, pero la herida estaba curada.
-Vencimos a Ancalon- explicó Klaud, quien tomó un lugar relevante en el campo de visión del pícaro.
-¿Qué? ¿Enserio? Apenas recuerdo nada después de que Raíces volviera.
-Estabas muy débil, ya. Por un momento te creímos muerto-Kaldezeit le dio un leve codazo en las costillas.
-¿Muerto? Enano, ya te vale.
-Creemos que al derrotar a Ancalon, los efectos de su maldición desaparecieron...- Silver habló entonces tímidamente, y Kisahj posó por vez primera sus ojos en ella. La doncella estaba sucia, y tenía rasguños por doquier. Con todo, seguía siendo tan hermosa y elegante como siempre.
-¡Si! ¡Han desaparecido! -Liam Perre volvió a carcajear, henchido de emoción. -¡Chúpate esa, Ancalon!
Kisahj sonrió, y se rascó la cabeza con aire desinteresado.
-Supongo que me alegro de no haberme quedado mudo de por vida. Era insoportable...
-¿Cómo demonios supiste que Ancalon era un ser vivo? -quiso saber Klaud, y en aquél momento todos cayeron en la cuenta de que aquella pregunta tenía sentido.
-¿Estás de coña?- bufó el ladrón- un pícaro que se precie debería presumir de valerse de todos sus sentidos. Estando ciego, y mudo, ¿de verdad piensas que no iba a reparar en que había seis corazones latiendo en esa sala?
Klaud lo miró de reojo, sin acabar de creerse las palabras del chico. Aun así,no dijo nada más.
-Bueno, parece que la abadía estara ahora tranquila, sin la bruja...-Kaldezeit hablaba solo en voz alta.
-¿Bruja?
-Eso dice aquí -señaló el antiguo diario que habían encontrado en los pasadizos.
-¿Lo cogiste? -la pregunta de Dakarai estaba a medio camino entre el reproche y el orgullo.
-¡Por supuesto! ¡Será un importante documento de valor histórico para Fuenteplateada!
-Eso será si yo no lo vendo antes por un buen pellizco...- Kisahj le quitó la pequeña libreta al niño, aprovechando su mayor estatura.
-¡Eh! ¡Devuélvemelo!
-Antes cógeme si puedes-lo desafió el pícaro,cuando ya echaba a correr en dirección a los caminos de fuera.
Klaud, Dakarai y Silver los observaron en silencio algunos segundos antes de seguirlos también.
-¿Cómo pueden tener tanta energía? -se quejó el caballero, rendido.
-Lo del niño es normal -masculló el druida - pero lo de Kisahj...
-Pero...-intervino Silver,con una leve sonrisa.- Si no fuera tan incansable...

... no sería Kisahj.


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by Rouge Rogue

Reseñas: Supongo que en la historia, tal como en la realidad, todos íbamos tomando nuestro lugar en el grupo. No por nada nos hicimos amigos. La amistad nace de experiencias inolvidables.

Dedicado a mis amigos del Runes ;)

domingo, 23 de mayo de 2010

EL PÍCARO DICE: 7

Capítulo 7


-Eres el tío con más potra del mundo...-Dakarai lanzó una mirada rápida por la ventana del carro en marcha y arrugó el morro. Fuera, el paisaje boscoso quedaba lentamente rezagado, y en su lugar era sustituido por las hierbas bajas de los extensos prados.
-No me digas...-Kisahj se acomodó en los mullidos sillones del transporte, y cerró los ojos dispuesto a echar una cabezada, mientras su amigo resoplaba con fastidio.
-¿Cómo has conseguido que la princesa te levante el castigo; si no has cumplido ni una sola de las tareas que se suponía que tenías que hacer?
Kisahj meditó un instante.
No pudo evitar que a su mente acudiesen los recuerdos del baile de máscaras, un par de noches antes. Se sonrió con autosuficiencia. Quizás Silver estaba contenta; después de todo.

-Apuesto a que ha comprendido que soy un caso sin remedio-comentó,sin más.

-No sé qué clase de estratagema habrás usado con ella, pero no todos se van a dejar engatusar por tus encantos. Klaud está que trina.

-¿Debería preocuparme o algo así...?-el carro se detuvo entonces, y ambos muchachos se incorporaron con curiosidad para mirar al exterior.

-Eh, tú, despierta-el pícaro zarandeó levemente a Kaldezeit, quien se había quedado dormido poco después de haber iniciado el viaje. El chico abrió los ojos somnoliento, restregándose torpemente hasta que se le hincharon de forma considerable.

-Ya hemos llegado-anunció Dakarai al niño, y acabó por despabilarse del todo.

-¡¿Enserio?!-Saltó del vehículo a toda prisa, ardiendo en deseos de corretear por los alrededores. Su rostro estaba cargado de la ilusión propia de los críos. Kisahj y Dakarai se encogieron de hombros, y salieron tras él.

Lo primero que alcanzaron a ver, fue la enorme verja negra del cementerio abandonado, frente al carruaje, y un pequeño escalofrío los recorrió de arriba a abajo. El viento ululante, como susurros malditos, los llamaba más allá del camino, desde el fondo de la abadía.

-Eh, jefe,¿qué clase de sitio es este?-Kisahj se había girado para preguntar al cochero,sin embargo el hombre no le respondió, pues espoleaba vivamente los caballos y se perdía de vuelta a casa por el camino. Los muchachos truncaron el gesto.

Al volver la vista de nuevo al frente,el austero panorama del camposanto les puso la piel de gallia.

Árboles muertos, rejas oxidadas, restos de lápidas, y al fondo, el enorme caserío de piedra maltratado por los años. En medio de toda aquella desolación, lo único que llamaba la atención era Kaldezeit, que trotaba alegremente por el serpenteante camino,ajeno a los nefastos vaticinios de sus amigos.

Se aventuraron al fin a internarse en los ruinosos dominios, y cuando llegaron a la entrada del edificio, se detuvieron a los pies de la escalera de mármol ascendente.

De pronto, una fugaz sombra cruzó a espaldas de los jóvenes, tan rauda, que aunque todos se giraron alarmados por el movimiento,ninguno pudo ver nada.

-¿Qué...?- masculló Kisahj.

-¿Lo habéis sentido, no? - a Dakarai le temblaba levemente la voz.

-Será mejor que busquemos de una vez a Klau...-pero no acabaron tal frase, pues al volver la vista al frente se deshicieron en gritos por el susto.

Una figura pequeña y menuda había aparecido ante ellos, en mitad de la escalera. Se trataba de un hombre muy anciano y desgarbado, que vestía una larga túnica blancade la orden de los sacerdotes.

Tras el anciano, pronto se dejaron adivinar pasos precipitados que provenían del interior de la abadía.

-¿A qué viene tanto escándalo? -Hubiera parecido un ente venido del más allá, por cuanto la resplandeciente luz blanca que lo envolvía cegaba a los muchachos, de no ser que Kisahj conocía muy bien aquella voz.

-¿Klaud?

El caballero se apartó del pequeño haz de luz que se reflejaba en cada una de las placas de su fulgurante armadura, creando tal efecto de brillos. Los tres jóvenes suspiraron al verle.

-¿Qué demonios hacemos aquí?- quiso saber Kisahj. El anciano sacerdote se acercó entonces hasta él dando alegres saltitos y el pícaro creyó que se desmayaría por la grima. -¿Quién es este viejo tan raro? ¿¡Quieres decirle que deje de olisquear mis ropas!?

La tensión cortaba el aire en aquellos momentos en que el ladrón trataba inútilmente de zafarse del clérigo,sin conseguirlo, pero nadie hizo nada.

-Perdonad, dejad que os presente. Éste hombre es Liam Perre; un acólito de la orden blanca. Él nos ha mandado llamar para una misión en el fondo de esta abadía. Dado que carece de vista, se vale de su olfato para poder determinar a la gente que es digna de entrar en el sagrado santuario.

Los muchachos repararon entonces en que las palabras de Klaud eran ciertas. Los lechosos y desvaídos ojos del anciano se perdían en algún lugar del infinito mientras el hombre se movía torpemente. Dakarai sintió tanta lástima, que por un momento casi hubiera querido abrazar al diminuto anciano y compadecerse de él. Pero eso fue sólo un segundo antes de que el viejo hundiera sus narices en las ropas del druida y aspirase con emoción.

-¿Que? ¡No! ¿Ah? Jajaja-el elfo no pudo evitar echarse a reír por las cosquillas. Kisahj y Kaldezeit, presa de la vergüenza ajena, se apartaron del lado de su amigo. Entonces una tímida y dulce vocecilla apareció a espaldas de Klaud. Una voz suave, como el discurrir de un manantial.

Como el piar de una alondra mañanera.

Como la voz de...

-¿¡Silver!?- gritaron al unísono Kisahj y Kaldezeit. Dakarai seguía riéndose a carcajadas, ajeno a cuanto le rodeaba.

-El anciano acólito asegura que es absolutamente necesaria la presencia de una...-Klaud se sonrojó sobremanera al pronunciar estas palabras- ...dama de gran pureza para llevar a buen término esta misión. Mi lady se ofreció personalmente y...

-Princesa, ¡eres virgen!- Kaldezeit se acercó correteando hasta ella y se abrazó a sus faldas con una enorme sonrisa. Kisahj y Klaud abrieron los ojos como platos, si bien a la doncella le agradó sobremanera el gesto y sonrió con ternura maternal al devolverle el abrazo al niño.

Apenas un par de segundos después, el pequeño mago volvía a estar junto al pícaro, con un buen chichón en la cabeza.

-Y bien, ¿en qué consiste la misión?- inquirió el ladrón, recuperando la compostura.

-El fondo de la abadía está maldito- Liam Perre había aparecido de nuevo junto a ellos sin previo aviso, asustándolos a todos. Dakarai se incorporó también a la conversación visiblemente abochornado por los sucesos. Tenía el rostro sonrojado y los ojos aún llorosos por la risa.

-¿Qué clase de maldición es esa...?- se atrevió a hablar Silver, y las miradas de todos los presentes dejaron de acuchillar con sorna al druida para centrarse en ella.

-Por las noches...se oye el llanto maldito de una mujer -respondió el acólito.-Es el espíritu de Ancalon, una dama la cual, según cuentan las leyendas, se enamoró de un joven y apuesto noble, el hijo de los Hibara. El muchacho ingresó en una orden sacerdotal por capricho de sus padres, impidiendo de este modo que ambos pudieran encontrarse. No obstante, Ancalon, empujada por su amor incondicional, se internó en las profundidades de la abadía, donde se ocultaba de los sacerdotes para poder ver a su amado en secreto. Cierto día, un accidente lapidó los pasadizos secretos y Ancalon quedó atrapada para siempre en el interior- aquella historia había tomado ciertos tintes fantasmagóricos que a Dakarai no acababan de hacerle mucha gracia.

Silver se removió, inquieta, apenas perceptiblemente.

-Me aburro...- bufó Kisahj, y Klaud lo azotó con la mirada.

-¿Qué se supone que debemos hacer?-Dakarai intercedió en vistas de atraer de nuevo la atención del caballero. El anciano dirigió el rostro hacia él, aunque no podía verlo.

-No lo sé. Todos cuantos se han adentrado en aquellos túneles han perecido, y los que lograron regresar habían enloquecido lo suficiente para no poder contar lo que vieron -los muchachos se miraron entre sí con incertidumbre.- Ancalon odia a los hombres, debéis encontrarla como sea, y en ese preciso instante sólo la doncella virgen sabrá lo que Ancalon desea a cambio de dejar en libertad esta abadía.

-¿Cómo sabes eso si nadie ha regresado vivo o cuerdo? -Kisahj se mesó una inexistente perilla.

-Hace ya algún tiempo...yo mismo bajé al fondo de la abadía con algunos compañeros. Con nosotros, venía una mujer. Ella era la madre superiora, una mujer vieja y arrugada como una pasa,pero virgen al fin y al cabo. Consiguió ver a Ancalon y comunicarse con ella, pero pereció en el camino de vuelta, de un ataque al corazón por una pequeña broma que le gastó un amigo -el sacerdote se hurgaba la nariz despreocupadamente sin atender a las miradas de reproche de los presentes.

Los jóvenes suspiraron, desanimados.

Iba a ser un trabajo duro.


-Los clérigos tienen tendencia a ocultar pasadizos bajo las lápidas- masculló Dakarai por lo bajo, completamente inconforme,mientras descendían las escaleras de piedra descuidada que los conduciría al interior de la abadía. El anciano Liam Perre sonreía cortésmente y los despedía con la mano.

Encabezando el grupo, Klaud y Dakarai cubrían a la princesa. Tras ella, Kaldezeit y Kisahj cerraban el comité.

El pícaro fue el último en poner un pie en aquella interminable escalinata, si bien antes siquiera de poder avanzar, el anciano lo agarró fuertemente por el brazo para impedirlo. Él lo miró inquisitivo.

-Sólo las almas puras deberían bajar ahí abajo...-musitó el hombre, con tono sombrío.

-¿Acaso quiere ir usted en mi lugar? -repuso el chico con burla, y el hombre soltó su brazo.

-Si tu alma no es limpia, el mal de Ancalon te corromperá. Usará la maldad que hay en tí para atraerte.

-Ya...ya...- Kisahj se rascó la cabeza y se dio la vuelta,obviando las advertencias del viejo clérigo,para adentrarse en la oscuridad del pasadizo.

-Te quedarás mudo, ciego y sordo. Y al final todo tu cuerpo le pertenecerá. Devorará tu alma...

Pero Kisahj ya no podía escucharle.

La pesada losa de piedra se había cerrado fuertemente tras de sí.


En la oscuridad, hubo de esperar algunos segundos antes de alcanzar a ver nada. Únicamente el sonido del agua al gotear desde el techo le indicaba que no se había quedado sordo, por cuanto el silencio que los envolvía era tan perturbador.

-Kisahj, ¿vamos?-Kaldezeit lo esperaba a algunos metros de distancia. Parecía verdaderamente impaciente por adentrarse en el corredor, y al ladrón le hizo gracia.

Le caía bien aquél chico.

Echó a andar resueltamente en dirección a sus compañeros. Por aquellos entonces, Klaud se encontraba imbuído de una hermosa luz blanca que iluminaba tenuemente el lugar donde se encontraba. La única luz de que disponían en aquél lugar.

-De acuerdo, he memorizado la estructura base del pasadizo -dijo el caballero. -Avanzaremos siguiendo el sentido de las agujas del reloj. Si viramos siempre en la misma orientación, acabaremos por regresar al punto de inicio una vez hallamos recorrido las catacumbas.

-Ah...bueno-comentó Kaldezeit.-Yo creía que mi brújula resultaría útil, pero si prefieres hacerlo así...- el chico guardó en su túnica el pequeño artefacto de plata.

-Yo había pensado dejar un rastro de zarzas por si nos perdíamos...-Dakarai se rascó la cabeza, mirándose los pies.

-Yo no me desoriento nunca- Kisahj se llevó las manos tras la cabeza -y aunque así fuera, Raíces me llevará adonde haga falta.-El pícaro no hizo nada por disimular el regocijo que llenaba su sonrisa cuando el caballero dirigió una mirada rendida al último miembro del grupo; Silver.

Ella se ruborizó levemente al decir:

-Le pedí un mapa al sacerdote...

El hidalgo resopló con el orgullo herido, y en vistas de que nadie había encontrado de utilidad su brillante propuesta,echaron a andar en dirección a la oscuridad de los corredores.

Durante los primeros minutos,nadie dijo nada. Sus pisadas huecas resonando en el suelo de piedra eran todo cuanto denotaba que no estaban solos. Cuando se aburrió de caminar en silencio,Kisahj se decidió a tararear alguna canción.

-Kisahj, ¿quieres dejarlo de una vez? -se quejó su mejor amigo.

-Pues a mí me gusta...- Kaldezeit dibujó un gesto desilusionado, mientras el pícaro le lanzaba un guiño y tarareaba aún más fuerte.

-¡No es momento de cantar! Estamos buscando un espíritu maldito y asesino, ¿os acordáis?

-A lo mejor lo encontramos antes si llamamos su atención...-apostilló el pelirrojo elfo, como quien no quiere la cosa.

-Con esa canción horrible sólo conseguirás enfadarle antes de tiempo -Dakarai frunció el ceño con fastidio, y Kisahj se echó a reir.

-No te rías, desgracia élfica -el druida se giró para encararlo, y Kisahj le dirigió una mueca de incomprensión.

-No me estoy riendo...-aseguró el ladrón. El silencio se hizo entonces entre los presentes. Los débiles gorjeos continuaban oyéndose, sin embargo, cerca de ellos. Alzaron la vista lentamente hacia el techo de la cueva, y el negro manto que, habían supuesto, se trataba de la roca muerta, se deshizo sobre sus cabezas en miles de pedazos que revolotearon por doquier.

Silver rasgó el aire con un grito de pavor.

-¡Son murciélagos!-gritó Klaud, desenfundando a toda prisa el enorme espadón que llevaba a sus espaldas.

-¡No! ¡Calmaos! -el druida trató de tranquilizar a sus amigos-¡Si no los asustáis no os harán...!¡Auch!- uno de los murciélagos se le había enganchado en la mano, y no conseguía librarse de él por más que lo zarandeaba. Fue entonces que el elfo reparó en los inusuales ojos rojizos del animal; como inyectados de alguna fuerza oscura y tenebrosa.

Cargados de un ansia devoradora.

De sed de sangre.

-¡Corred!¡No son murciélagos normales!- vociferó entonces el chico, haciendo aspavientos con las manos,tan asustado como el que más. En aquél preciso instante, una hermosa cúpula azulada los envolvió mágicamente para protegerlos. Un escudo inmaterial que Klaud había conseguido invocar. Sin embargo, el efecto del hechizo era temporal, y pronto se desvanecería.

-¡Seguidme!-les ordenó el caballero, y echaron a correr prestos tras él, siguiendo la estela blanquecina de su luz a través del laberinto. En medio de la precipitación, Silver tropezó con su propio vestido y cayó al suelo. Kisahj y Kaldezeit se detuvieron junto a ella para ayudarla a ponerse en pie, al tiempo que Dakarai volvía sobre sus pasos un par de metros.

-¡Protégela!-dijo Kisahj, y su amigo asintió. Cogió de la mano a la muchacha y tiró de ella en pos de Klaud.

-¡No os separéis de mí, princesa!

Se adentraron más allá de las sinuosas galerías, y salieron a una estancia mucho más amplia, atravesada en su mitad por un puente de piedra lo bastante ancho como para que cuatro personas corrieran de forma paralela. A los lados del puente, únicamente se apreciaba el vacío.

-¡Kaldezeit, ahora, yo te cubro!- el pícaro le hizo una señal al niño, y sin mediar palabra más,el pequeño mago alzó un enorme muro de fuego que se enervó hasta donde sus vistas se perdían. Toda la sala se inundó de su cálida luz anaranjada, lamiendo las rocas con sus flamas, y consumiendo en su camino cuantas criaturas encontraba. No obstante, mantener aquél hechizo hacía que Kaldezeit no pudiera defenderse sin perder la concentración, y requería de la ayuda de Kisahj y Raíces para retener a las enormes criaturas que escapaban a los efectos del hechizo.

Por su parte, la carrera de Klaud, Dakarai y Silver fue frenada de improvisto, cuando al llegar al final del puente, se toparon de bruces con una sólida pared de piedra.

-¡¿Qué es esto?! ¿Se corta el camino?- se quejó el caballero, incrédulo, con las pupilas dilatadas fijas en el obstáculo que les cercaba el paso.

-¡Es una puerta!- masculló el elfo junto a él, señalando las juntas por donde se suponía que debía abrirse.

-¿Cómo la abrimos? ¿Y si empujamos?- el hidalgo apoyó su hombro contra la dura roca, tratando de determinar el peso que tendría que mover para apartarla.

-No; esperad- Silver se acercó deprisa a la puerta y deslizó con delicadeza la yema de los dedos sobre su superficie. Los hermosos grabados e inscripciones del mineral refulgían tenuemente, de un color violáceo. -Es una inscrpción rúnica. Un acertijo- su voz se truncó en un gemido de impaciencia.

-¿Podéis descifrarlo?-inquirió Dakarai, en un gesto casi suplicante. La muchacha se mordió el labio inferior mientras analizaba con la vista los símbolos tallados en la roca a toda velocidad.

-Es un texto muy antiguo...dice algo como “Libertad o muerte para mis sueños. Para mi pueblo. Para las almas de los hombres.” En su nombre, pasarás. ¿Qué...? No entiendo nada...- la doncella escrutó los rostros de sus acompañantes, tratando de dilucidar una respuesta a aquél acertijo.

-¿Qué diablos...? -Klaud se rascó la cabeza con frustración. No era momento de jugar a las adivinanzas.

-Esa... ¡Esas palabras! -Dakarai señaló el texto con nerviosismo- ¡Las he leído antes! ¡En alguna parte!

-¡¿Dónde?!- lo apremiaron la dama y el caballero, al mismo tiempo. El joven elfo cerró los ojos, tratando de hacer memoria.

-Era un libro antiguo...un libro sobre...-se masajeó las sienes con impaciencia-¡historia!-concluyó al fin.-¡Un libro histórico, estoy seguro!

Ante la luz de aquellas nuevas posibilidades, los tres jóvenes se sintieron repentinamente inquietos.

-¡Kaldezeit ha leído mucho sobre historia!- apostilló Silver, sin poder encontrar ningún dato de interés en sus recuerdos.

-¡Buena idea!- la secundó Dakarai.


Kisahj deslizó con presteza sus armas en un fluído movimiento que rasgó el aire, dejando tras de sí una hermosa estela plateada. A sus pies, los cuerpos sin vida de varias bestias se amontonaban, mientras ponía todo su empeño en salvaguardar a Kaldezeit. El niño mago trataba por todos los medios de concentrarse en la barrera que impedía el paso de las alimañas, y sin Kisahj se habría sentido completamente desprotegido. Entonces, oyó que Dakarai lo llamaba desde algún lugar a sus espaldas. Se giró apenas un instante para corresponder a su llamada, y por un momento dudó acerca de si debía ir.

-Vamos, ya estás tardando. Yo los retengo -apostilló Kisahj al ver que el niño vacilaba. Kaldezeit no esperó un segundo más y echó a correr en dirección a Dakarai,dejando al ladrón por detrás. Alcanzó al druida justo en el momento preciso en que se desvanecía el escudo azulado que los había protegido hasta entonces.

-Mierda, démonos prisa-los azuzó el elfo, temeroso de que Kisahj no pudiera seguir conteniendo a la bandada de murciélagos por mucho rato.

-Kaldezeit, es un acertijo-explicó Klaud a toda prisa -Dice “En su nombre pasarás”.

El joven mago se acercó a la losa de piedra y fijó los ojos un instante en sus extrañas inscripciones, mientras fruncía el ceño, esforzándose por leerlas.

-“Libertad o muerte para mis sueños. Para mi pueblo. Para las almas de los hombres”....-murmuró en voz baja.

-En su nombre pasarás -le recordó Dakarai- ¿Quién fue? ¿Quién lo dijo?

-Fácil -resolvió el adolescente -Éstas fueron las últimas frases del discurso del general Callaway tras la guerra de independencia de Dalanis, cuando fue nombrado Rey.

Como por arte de magia, la gigantesca losa de piedra se hizo a un lado pesadamente, arrastrándose por el suelo y dejando una visible muesca. Luego, todo fue confusión.

El suelo comenzó a temblar estrepitosamente, hasta tal punto, que bien costaba mantenerse en pie. Pedazos de roca de los techos se desprendían por doquier. Silver sintió que su cuerpo se desestabilizaba, y a punto estuvo de caer al vacío, si bien Dakarai la aferró con fuerza contra él a tiempo de salvarla.

-¡Deprisa! ¡Dentro!-Klaud lanzó una rápida mirada a Kisahj, y él le devolvió un guiño de autosuficiencia desde su posición. Echaron a correr hacia el interior de la oscura estancia tan rápido como les permitían las piernas por el continuo temblor de tierra. Cuando se hallaron de nuevo en la más absoluta oscuridad se hizo el silencio.

Los jóvenes se detuvieron a tomar aire.

-Kaldezeit...-farfulló Dakarai, tratando de recuperar su ritmo normal de respiración -eres aún más rata de biblioteca que yo-sonrió, orgulloso del niño. Kaldezeit esbozó una enorme mueca de resolución.

-No sé qué haríais sin mí -respondió -¿verdad, Kisahj?

Y cuando miraron atrás se dieron cuenta de que la puerta se había cerrado de nuevo tras ellos.

Y Kisahj no estaba allí.


Su corazón latía a mil por hora.

Raíces no podría retenerlos por mucho tiempo. Todo temblaba a su alrededor; probablemente aquél puente se desmoronaría tarde o temprano. El pícaro volvió a aporrear la puerta, firmemente sellada ante sí. Los extraños grabados refulgían, en un lenguaje arcano y desconocido, imposible de leer para alguien como él. Golpeó incesantemente hasta sentid los puños entumecidos por el acuciante dolor, dejándose la garganta en llamar la atención de sus compañeros, que a aquellas alturas debían estar al otro lado de la sala sin siquiera reparar en que él no estaba allí.

Finalmente; Raíces cayó rendido y desapareció.

Y en el preciso instante en que centenas de murciélagos se cernían sobre él como bestias descontroladas, Kisahj descubrió algo que le heló la sangre en las venas.

La voz ya no acudía a su garganta.

Se había quedado mudo.

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By Rouge Rogue

Reseñas: En este capítulo he mezclado experiencias de la primera vez que fuimos a Abadía (Daka, Silver, Naern y yo) y alguna que otra vez que he regresado por aquellos lares. Concretamente, la primera vez que fui morí el primero, y de ahí que me quedase rezagado respecto al resto del grupo. De la segunda experiencia, cabe resaltar que en plena abadía, mi teclado se desconectó sin motivo alguno y estuve intentando comunicarme con Dakarai por EMOTICONOS (así de patetico soy). Para el caso,incluso conseguí que entendieran mi problema, justo cuando descubrí que sólo tenía que enchufar de nuevo el teclado.

Espero que os riáis leyendo este cap, tanto como yo escribiéndolo ;)