miércoles, 25 de agosto de 2010

EL PICARO DICE: 14

CAPÍTULO 14

El animal se escabuyó con prisas, internándose en la espesura del boscaje en dirección a la seguridad de su madriguera. Kisahj frenó su carrera a escasos metros de distancia, y se detuvo para coger aire. Apoyando las manos sobre sus propias rodillas, resolló por el largo trecho recorrido tras su presa, y con una sonrisa a medias iluminando su rostro se preparó para sacar al conejo del agujero.
La voz de Dakarai lo interrumpió, sin embargo, en la lejanía, y con un gesto de fastidio el ladrón se dio la vuelta, desistiendo de almorzar en aquella ocasión.
-Maldita sea, ¿dónde te metes? ¡No me estás ayudando nada! -el druida venía cargado con un montón de fardos de plantas, y aún parecía afanado en buscar en las inmediaciones del bosque algunos ingredientes más, por cuanto no dejaba de inspeccionar los suelos.
El otoño había llegado a Taborea.
Aslan no era sino un espeso manto de hojas anaranjadas y cobrizas, arremolinadas a los pies de los altos árboles desnudos. Todo en el paisaje anunciaba la inminente llegada de los tiempos fríos, y Dakarai se preparaba para almacenar el suficiente material para trabajar cómodo en invierno, en vista de que algunas de las plantas dejarían de crecer con las primeras nieves. Silver había encontrado la excusa del druida bastante coherente, de modo que había cedido en darle el día libre, insistiendo a cambio en que Kisahj lo acompañase, y de este modo trajeran también parte de lo recaudado para ella.
-Acabo de perder mi almuerzo por tu culpa- El ladrón se metió las manos en los bolsillos y miró a su amigo con desgana. Dakarai chistó.
-¡Me chivaré a Silver! ¡Estoy harto de hacer tu trabajo y que te vayas de rositas!
-Eres un quejica.
-¡O te pones a ayudarme con las hierbas o cuenta con que envenenaré tu cena esta noche!
-Dioses, como te pones -Kisahj alzó las manos en señal de rendición, reprimiendo una carcajada, y se acercó hasta el drow para echar un vistazo a las plantas. -A ver, ¿qué tengo que buscar?
Dakarai cogió un pequeño brote entre sus dedos y se lo mostró al ladrón con convicción.
-Fíjate bien. Busca plantas como ésta; de hojas moradas y tallos claros. Suelen crecer cerca de los árboles. ¿Lo has entendido?
Kisahj entrecerró los ojos, examinando la hierba, y asintió.
-Hojas moradas y tallos claros...de acuerdo. -Se marchó de allí con la actitud optimista que lo caracterizaba, silbando por lo bajo mientras deambulaba entre las coníferas con despreocupación. Dakarai lo miraba con los ojos entrecerrados. No se fiaba un pelo. Seguramente aprovecharía cualquier momento de despiste suyo para volver a tirarse en cualquier parte sin hacer nada.

Pasó el bonito peine nacarado por su cabello un par de veces más, y cuando se hubo asegurado de que cada una de las oscuras ondas de su pelo estaba en su sitio, sonrió apenas perceptiblemente a su imagen en el espejo. Dejó el peine sobre el elegante tocador y se sentó en el mullido taburete tapizado en terciopelo rojo. Cogió la carta entre sus manos; aquella que descansaba en algún lugar cerca de sus enseres personales. Le había llegado la noche anterior, y aún no se había acordado de leerla. Silver desplegó el papel con parsimonia, y deslizó sus hermosos ojos azules por cada línea del texto, pulcramente relatado. Parecía una petición de ingreso en la Orden.
Una de tantas. ¿O no?

-Anda....Dakarai... -comentó Kisahj a espaldas del drow. El druida estaba agachado, preocupado por salvar el diminuto brote que sostenía entre sus manos. Si tiraba con demasiada rudeza podría romper las raíces, y las necesitaba enteras para elaborar sus pociones. De esta guisa, no se giró para mirar a su amigo.
-Que...
-Mm...-Kisahj dudó un instante, acercándose aún más a él -Encontré una de esas plantas que buscas...
-Pues ponla en el montón -repuso el elfo albino, mientras miraba al transluz las diminutas raíces de la planta y se felicitaba por el trabajo bien hecho.
-Ya lo intenté pero...creo que no quiere estarse quieta -dijo, sin más, y echó a correr de allí.
-¿Cómo que no quiere estarse...? ¿Qué estás hablando? -cuando se giró sobre sí mismo, el druida se encontró cara a cara con un gigantesco bulbo amarillento que se removía, disgustado. Dos largos látigos sobresalían de su cuerpo a modo de brazos, y en cada extremo una boca dentada se debatía por dónde empezar a morder. Dakarai abrió la boca, tan anonadado que dejó caer lo que tenía entre manos antes de arrastrarse por el suelo en un torpe intento por ponerse en pie. La enorme planta arremetió contra él, lanzando una de sus extremidades para golpear el suelo justo en el lugar donde, segundos antes, estaba el muchacho. Echó a correr a toda prisa detrás del ladrón, y si bien el chico era rápido, no tardó en darle alzance debido a que Kisahj cayó sin motivo aparente de bruces al suelo.
Escupió la tierra que había tragado, con la mejilla magullada por la caída. Maldijo por lo bajo un momento, preguntándose cón qué demonios habría tropezado. Pero apenas acababa de formularse aquella pregunta cuando una enorme raíz se enervó entre la hojarasca, donde había permanecido oculta,aferrándolo con fuerza por una pierna y elevándolo por los aires.
Dakarai chistó mientras desenfundaba su enorme martillo, imbuído de una magia arcana y poderosa.
-¡Idiota! ¡Te dije tallos claros y hojas moradas! ¡No tallos claros y hojas borgoña!
-¡¿Me has visto cara de pintor?! ¡Que entiendo yo de morado y borgoña!-gritó Kisahj, aquejado de un terrible mareo debido a los zarandeos de la parra, que lo agitaba en el aire como si de un muñeco se tratara.
Todo se movía a velocidad de vértigo.
El cielo y la tierra se sucedían, los árboles a su alrededor pasaban deprisa; la gigantesca masa que era el suelo se acercaba a él de forma abrumadora para después alejarse, una y otra vez, hasta que finalmente se encontró con ella dolorosamente. Perdió el sentido un par de segundos. El dolor del golpe lo aturdió inevitablemente y siquiera se dio cuenta de que la parra volvía a levantarlo en el aire, con intención de estrellarlo de nuevo en el suelo.
Dakarai apretó los dientes y conjuró en el idioma de los druidas. Un montón de enormes raíces emergieron de la tierra para aferrarse al bulbo con fuerza, sin embargo tan pronto como entraron en contacto con la planta, las raíces del hechizo de Dakarai perdieron su energía y se marchitaron. El drow farfulló palabras inconexas. Kisahj seguía removiéndose.

Le dolía el pecho como si algo se hubiera roto en su interior. ¿Probablemente una costilla? Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se llevó la mano al cinturón, tratando de aferrar su daga. No obstante, al sentirla entre sus dedos, un terrible dolor acuciante lo desbordó por completo. Una de las bocas de la planta se había cerrado con una fuerza casi hermética en torno a su costado. El muchacho gritó, desgarrado por el sufrimiento, y la daga cayó de sus manos. Pronto el calor de la sangre inundó su cuerpo. Sentía las telas de sus ropajes pegarse a su piel, empapadas, y el olor del hierro era inconfundible. Apretó los dientes, dolido, pero no pudo hacer nada cuando la parra lo lanzó lejos. Oyó el sonido seco de su propia columna al chocar de espaldas contra algún árbol cercano, y cayó al suelo realmente desorientado. Entre nieblas; distinguía la figura de Dakarai, que enarbolaba su arma por encima de su cabeza, haciendo frente al enemigo. Luego de eso, una segunda figura... Raices.

Las puertas del castillo se abrieron de par en par. Silver estaba realmente contenta, y ni siquiera sabría decir por qué. Cuando Klaud se acercó a ella para anunciarle el regreso de los muchachos, no pudo evitar dibujar una sonrisa. Por fin podría empezar con sus proyectos; si Dakarai había logrado encontrar los materiales que necesitaba, comenzaría esa misma noche. Entreteniéndose en ésta y otras ideas de igual índole, salió al patio a recibir al elfo. Sin embargo el panorama con que se encontró no resultaba tan ideal como lo había esbozado en su cabeza.
Los jóvenes la miraban, abatidos. Tenían el rostro sucio, las ropas rotas y el aspecto cansado de quien lleva varios días sin dormir. La princesa corrió hacia ellos, preocupada. Al detenerse, la sonrisa despreocupada del ladrón hizo latir de nuevo su corazón, que parecía haberse bloqueado por un instante.
-¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?
-Culpa de este idiota, que toca donde no debe -el druida lanzó una mirada de reproche a su mejor amigo, peor él sencillamente se echó a reír, si bien el dolor de su costilla acabó por hacerlo toser.
-¿Dios mío, estáis heridos?
-Princesa...creo que tenemos una plaga en el jardín -bromeó el pícaro, para desesperación de su amigo.
-¡Anda y que te zurzan, casi nos matan por tu culpa!
-Dakarai, no es momento -lo apremió la princesa, sorprendentemente para ambos chicos, y se acercó al maltrecho pícaro para ayudarlo a caminar. Gratamente impresionado, Kisahj no dudó un instante en pegarse a la dama, alejándose del druida, quien lo acuchillaba con gesto de fastidio.

-Pasais más tiempo en cama que en pie -suspiró Silver, mientras ordenaba un montón de paños blancos en la cómoda del dormitorio del ladrón. Apenas comenzaba a amanecer. Kisahj había pasado la noche entre terribles fiebres y la chica se había pasado todo el tiempo yendo y viniendo para asegurarse de que estuviera bien. Aunque Klaud había insistido en que aquello era trabajo para las doncellas, Silver no había consentido en dejar solo al elfo más de lo estrictamente necesario.
-Y vos pasáis más tiempo en mi dormitorio que en el vuestro propio-sonrió el chico, con gesto burlón, pero Silver hizo caso omiso a sus tentativas de fastidio.
-Estáis muy débil, Sir Kisahj. No juguéis con vuestra suerte. Ahora sé dónde os duele -lo miró con los ojos entrecerrados, y él aún amplió su sonrisa. -Sabéis, quería presentaros a alguien. Llegó anoche a la Orden y estaba bastante interesada por vos...
-¿Interesada? Oh, ¿Quién es?
-Bueno, yo... -dijo Silver, pero sus palabras se vieron interrumpidas por el repentino golpeteo en la puerta de una mano demasiado frágil como para ser masculina. Apenas llamó tres veces, y después el enorme portón se abrió despacio, tímidamente. Una cabecita rubia asomó por el quicio, y buscó por la habitación hasta encontrarse con los ojos de la princesa. Luego se reverenció exageradamente ante ella.
-Perdón, mi lady, no sabía que os interrumpía -se excusó la muchacha.
-Quizás sería apropiado dejar que Sir Kisahj se vista antes de pasar visita -comentó la dama elfa a la recién llegada, pero el ladrón intervino entonces.
-A mí me da igual -se encogió de hombros, y pronto lamentó haberlo hecho. Una nueva punzada lo sacudió de arriba a abajo. La chica se acercó apenas un par de pasos a la cama con gesto de preocupación. Kisahj dibujó una enorme sonrisa dolida. -Ya se pasará... -comentó sin poder dejar de abrazarse el torso desnudo, únicamente cubierto por la venda que Silver había dispuesto a su alrededor. La muchacha sonrió cándidamente.
-Encantada de conoceros, Sir Kisahj.

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Reseñas:
Aquél día, a mi tierno lvl 24, me emocioné viendome capaz de matar parras de lvl 28 y 29. Dakarai vino pronto a ayudarme y ambos nos enfrascamos con las parras hasta que se nos fue la pinza y le pegamos a una de lvl 30 con la que no pudimos...

No tuvimos tiempo de correr.