miércoles, 25 de agosto de 2010

EL PICARO DICE: 14

CAPÍTULO 14

El animal se escabuyó con prisas, internándose en la espesura del boscaje en dirección a la seguridad de su madriguera. Kisahj frenó su carrera a escasos metros de distancia, y se detuvo para coger aire. Apoyando las manos sobre sus propias rodillas, resolló por el largo trecho recorrido tras su presa, y con una sonrisa a medias iluminando su rostro se preparó para sacar al conejo del agujero.
La voz de Dakarai lo interrumpió, sin embargo, en la lejanía, y con un gesto de fastidio el ladrón se dio la vuelta, desistiendo de almorzar en aquella ocasión.
-Maldita sea, ¿dónde te metes? ¡No me estás ayudando nada! -el druida venía cargado con un montón de fardos de plantas, y aún parecía afanado en buscar en las inmediaciones del bosque algunos ingredientes más, por cuanto no dejaba de inspeccionar los suelos.
El otoño había llegado a Taborea.
Aslan no era sino un espeso manto de hojas anaranjadas y cobrizas, arremolinadas a los pies de los altos árboles desnudos. Todo en el paisaje anunciaba la inminente llegada de los tiempos fríos, y Dakarai se preparaba para almacenar el suficiente material para trabajar cómodo en invierno, en vista de que algunas de las plantas dejarían de crecer con las primeras nieves. Silver había encontrado la excusa del druida bastante coherente, de modo que había cedido en darle el día libre, insistiendo a cambio en que Kisahj lo acompañase, y de este modo trajeran también parte de lo recaudado para ella.
-Acabo de perder mi almuerzo por tu culpa- El ladrón se metió las manos en los bolsillos y miró a su amigo con desgana. Dakarai chistó.
-¡Me chivaré a Silver! ¡Estoy harto de hacer tu trabajo y que te vayas de rositas!
-Eres un quejica.
-¡O te pones a ayudarme con las hierbas o cuenta con que envenenaré tu cena esta noche!
-Dioses, como te pones -Kisahj alzó las manos en señal de rendición, reprimiendo una carcajada, y se acercó hasta el drow para echar un vistazo a las plantas. -A ver, ¿qué tengo que buscar?
Dakarai cogió un pequeño brote entre sus dedos y se lo mostró al ladrón con convicción.
-Fíjate bien. Busca plantas como ésta; de hojas moradas y tallos claros. Suelen crecer cerca de los árboles. ¿Lo has entendido?
Kisahj entrecerró los ojos, examinando la hierba, y asintió.
-Hojas moradas y tallos claros...de acuerdo. -Se marchó de allí con la actitud optimista que lo caracterizaba, silbando por lo bajo mientras deambulaba entre las coníferas con despreocupación. Dakarai lo miraba con los ojos entrecerrados. No se fiaba un pelo. Seguramente aprovecharía cualquier momento de despiste suyo para volver a tirarse en cualquier parte sin hacer nada.

Pasó el bonito peine nacarado por su cabello un par de veces más, y cuando se hubo asegurado de que cada una de las oscuras ondas de su pelo estaba en su sitio, sonrió apenas perceptiblemente a su imagen en el espejo. Dejó el peine sobre el elegante tocador y se sentó en el mullido taburete tapizado en terciopelo rojo. Cogió la carta entre sus manos; aquella que descansaba en algún lugar cerca de sus enseres personales. Le había llegado la noche anterior, y aún no se había acordado de leerla. Silver desplegó el papel con parsimonia, y deslizó sus hermosos ojos azules por cada línea del texto, pulcramente relatado. Parecía una petición de ingreso en la Orden.
Una de tantas. ¿O no?

-Anda....Dakarai... -comentó Kisahj a espaldas del drow. El druida estaba agachado, preocupado por salvar el diminuto brote que sostenía entre sus manos. Si tiraba con demasiada rudeza podría romper las raíces, y las necesitaba enteras para elaborar sus pociones. De esta guisa, no se giró para mirar a su amigo.
-Que...
-Mm...-Kisahj dudó un instante, acercándose aún más a él -Encontré una de esas plantas que buscas...
-Pues ponla en el montón -repuso el elfo albino, mientras miraba al transluz las diminutas raíces de la planta y se felicitaba por el trabajo bien hecho.
-Ya lo intenté pero...creo que no quiere estarse quieta -dijo, sin más, y echó a correr de allí.
-¿Cómo que no quiere estarse...? ¿Qué estás hablando? -cuando se giró sobre sí mismo, el druida se encontró cara a cara con un gigantesco bulbo amarillento que se removía, disgustado. Dos largos látigos sobresalían de su cuerpo a modo de brazos, y en cada extremo una boca dentada se debatía por dónde empezar a morder. Dakarai abrió la boca, tan anonadado que dejó caer lo que tenía entre manos antes de arrastrarse por el suelo en un torpe intento por ponerse en pie. La enorme planta arremetió contra él, lanzando una de sus extremidades para golpear el suelo justo en el lugar donde, segundos antes, estaba el muchacho. Echó a correr a toda prisa detrás del ladrón, y si bien el chico era rápido, no tardó en darle alzance debido a que Kisahj cayó sin motivo aparente de bruces al suelo.
Escupió la tierra que había tragado, con la mejilla magullada por la caída. Maldijo por lo bajo un momento, preguntándose cón qué demonios habría tropezado. Pero apenas acababa de formularse aquella pregunta cuando una enorme raíz se enervó entre la hojarasca, donde había permanecido oculta,aferrándolo con fuerza por una pierna y elevándolo por los aires.
Dakarai chistó mientras desenfundaba su enorme martillo, imbuído de una magia arcana y poderosa.
-¡Idiota! ¡Te dije tallos claros y hojas moradas! ¡No tallos claros y hojas borgoña!
-¡¿Me has visto cara de pintor?! ¡Que entiendo yo de morado y borgoña!-gritó Kisahj, aquejado de un terrible mareo debido a los zarandeos de la parra, que lo agitaba en el aire como si de un muñeco se tratara.
Todo se movía a velocidad de vértigo.
El cielo y la tierra se sucedían, los árboles a su alrededor pasaban deprisa; la gigantesca masa que era el suelo se acercaba a él de forma abrumadora para después alejarse, una y otra vez, hasta que finalmente se encontró con ella dolorosamente. Perdió el sentido un par de segundos. El dolor del golpe lo aturdió inevitablemente y siquiera se dio cuenta de que la parra volvía a levantarlo en el aire, con intención de estrellarlo de nuevo en el suelo.
Dakarai apretó los dientes y conjuró en el idioma de los druidas. Un montón de enormes raíces emergieron de la tierra para aferrarse al bulbo con fuerza, sin embargo tan pronto como entraron en contacto con la planta, las raíces del hechizo de Dakarai perdieron su energía y se marchitaron. El drow farfulló palabras inconexas. Kisahj seguía removiéndose.

Le dolía el pecho como si algo se hubiera roto en su interior. ¿Probablemente una costilla? Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se llevó la mano al cinturón, tratando de aferrar su daga. No obstante, al sentirla entre sus dedos, un terrible dolor acuciante lo desbordó por completo. Una de las bocas de la planta se había cerrado con una fuerza casi hermética en torno a su costado. El muchacho gritó, desgarrado por el sufrimiento, y la daga cayó de sus manos. Pronto el calor de la sangre inundó su cuerpo. Sentía las telas de sus ropajes pegarse a su piel, empapadas, y el olor del hierro era inconfundible. Apretó los dientes, dolido, pero no pudo hacer nada cuando la parra lo lanzó lejos. Oyó el sonido seco de su propia columna al chocar de espaldas contra algún árbol cercano, y cayó al suelo realmente desorientado. Entre nieblas; distinguía la figura de Dakarai, que enarbolaba su arma por encima de su cabeza, haciendo frente al enemigo. Luego de eso, una segunda figura... Raices.

Las puertas del castillo se abrieron de par en par. Silver estaba realmente contenta, y ni siquiera sabría decir por qué. Cuando Klaud se acercó a ella para anunciarle el regreso de los muchachos, no pudo evitar dibujar una sonrisa. Por fin podría empezar con sus proyectos; si Dakarai había logrado encontrar los materiales que necesitaba, comenzaría esa misma noche. Entreteniéndose en ésta y otras ideas de igual índole, salió al patio a recibir al elfo. Sin embargo el panorama con que se encontró no resultaba tan ideal como lo había esbozado en su cabeza.
Los jóvenes la miraban, abatidos. Tenían el rostro sucio, las ropas rotas y el aspecto cansado de quien lleva varios días sin dormir. La princesa corrió hacia ellos, preocupada. Al detenerse, la sonrisa despreocupada del ladrón hizo latir de nuevo su corazón, que parecía haberse bloqueado por un instante.
-¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?
-Culpa de este idiota, que toca donde no debe -el druida lanzó una mirada de reproche a su mejor amigo, peor él sencillamente se echó a reír, si bien el dolor de su costilla acabó por hacerlo toser.
-¿Dios mío, estáis heridos?
-Princesa...creo que tenemos una plaga en el jardín -bromeó el pícaro, para desesperación de su amigo.
-¡Anda y que te zurzan, casi nos matan por tu culpa!
-Dakarai, no es momento -lo apremió la princesa, sorprendentemente para ambos chicos, y se acercó al maltrecho pícaro para ayudarlo a caminar. Gratamente impresionado, Kisahj no dudó un instante en pegarse a la dama, alejándose del druida, quien lo acuchillaba con gesto de fastidio.

-Pasais más tiempo en cama que en pie -suspiró Silver, mientras ordenaba un montón de paños blancos en la cómoda del dormitorio del ladrón. Apenas comenzaba a amanecer. Kisahj había pasado la noche entre terribles fiebres y la chica se había pasado todo el tiempo yendo y viniendo para asegurarse de que estuviera bien. Aunque Klaud había insistido en que aquello era trabajo para las doncellas, Silver no había consentido en dejar solo al elfo más de lo estrictamente necesario.
-Y vos pasáis más tiempo en mi dormitorio que en el vuestro propio-sonrió el chico, con gesto burlón, pero Silver hizo caso omiso a sus tentativas de fastidio.
-Estáis muy débil, Sir Kisahj. No juguéis con vuestra suerte. Ahora sé dónde os duele -lo miró con los ojos entrecerrados, y él aún amplió su sonrisa. -Sabéis, quería presentaros a alguien. Llegó anoche a la Orden y estaba bastante interesada por vos...
-¿Interesada? Oh, ¿Quién es?
-Bueno, yo... -dijo Silver, pero sus palabras se vieron interrumpidas por el repentino golpeteo en la puerta de una mano demasiado frágil como para ser masculina. Apenas llamó tres veces, y después el enorme portón se abrió despacio, tímidamente. Una cabecita rubia asomó por el quicio, y buscó por la habitación hasta encontrarse con los ojos de la princesa. Luego se reverenció exageradamente ante ella.
-Perdón, mi lady, no sabía que os interrumpía -se excusó la muchacha.
-Quizás sería apropiado dejar que Sir Kisahj se vista antes de pasar visita -comentó la dama elfa a la recién llegada, pero el ladrón intervino entonces.
-A mí me da igual -se encogió de hombros, y pronto lamentó haberlo hecho. Una nueva punzada lo sacudió de arriba a abajo. La chica se acercó apenas un par de pasos a la cama con gesto de preocupación. Kisahj dibujó una enorme sonrisa dolida. -Ya se pasará... -comentó sin poder dejar de abrazarse el torso desnudo, únicamente cubierto por la venda que Silver había dispuesto a su alrededor. La muchacha sonrió cándidamente.
-Encantada de conoceros, Sir Kisahj.

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Reseñas:
Aquél día, a mi tierno lvl 24, me emocioné viendome capaz de matar parras de lvl 28 y 29. Dakarai vino pronto a ayudarme y ambos nos enfrascamos con las parras hasta que se nos fue la pinza y le pegamos a una de lvl 30 con la que no pudimos...

No tuvimos tiempo de correr.

martes, 15 de junio de 2010

EL PÍCARO DICE: 13

Capítulo 13

La resplandeciente luz de los hechizos se apreciaba en la lejanía.
Conforme se acercaba al castillo, el sonido de los cascos de su caballo al galope se vio ahogado por el ensordecedor entrechocar de espadas, dentro de los muros del patio. El corcel relinchó, molesto, cuando Kisahj tiró de las bridas para frenar en seco, y aun dio una vuelta sobre sí mismo, trotando encabritado por los ruidos. El ladrón bajó a toda prisa de su jaca y, sin perder el tiempo, se encamino hacia el interior del recinto.
Dentro todo era caos.
Los guardias estaban luchando encarnizadamente, y el joven ni tan siquiera supo contra quién. Pero no le importaba lo más mínimo. Tenía prisa.
Mucha prisa.
Tomó la precaución de mantenerse al margen de la contienda, utilizando las sombras de los altos muros colindantes para deslizarse con sigilo hacia la torre principal. Echó un vistazo rápido al interior de la fortaleza; donde el revuelo era notable, y optó por escurrirse hacia la parte trasera de los jardines. Se ajustó con fuerza los guantes de cuero y se deshizo de su oscura capa aterciopelada, y como otras tantas veces, hundió tan firmemente como pudo los dedos entre los bloques de piedra de la pared, y comenzó a escalar.

Se alejaron de la Orden tan deprisa como les permitían sus piernas a través de los vastos senderos que discurrían por el bosque. Yetmaja sentía que su cuerpo estaba exhausto; llevaba algunas noches sin descansar por culpa de la incertidumbre; y Dakarai la arrastraba tras de sí sin que ella pudiera reaccionar debidamente. No obstante; un único pensamiento la alentaba.
El de obtener su libertad; al fin.
E ir en busca de su hija.
Sonriéndose a sí misma por mantener aquella esperanza; se infundió fuerzas para no desfallecer y aguantar el ritmo del druida. Si lograban cruzar la frontera del reino; todo aquello habría terminado.
Pronto comenzó a llover de nuevo.
La tormenta rugió pesadamente al descargarse sobre los campos de Taborea, y en cuestión de segundos ya les resultaba imposible ver por dónde pisaban, de tan espesa como era la cortina de agua. La tierra de los caminos se convirtió en fango, dificultándoles aun más la huída.
Y para cuando quisieron darse cuenta; se habían perdido en el bosque.
-Mierda...- masculló Dakarai, mirando a todas partes sin lograr orientarse. El cabello se pegaba a su rostro en la frente y los pómulos por efecto del agua. Sus ropas se calaron hasta hacerse enormemente pesadas, y comenzó a sentir que el barro les alcanzaba por encima de los tobillos. -¡Deberíamos esperar a que escampe! -gritó, para hacerse oír por encima del estruendo de la lluvia. Yetmaja se acercó hasta él, tratando de mirarlo a la cara y distinguir sus facciones.
-¡Pero no tenemos tiempo!
-¡No llegaremos muy lejos con este temporal! -negó con la cabeza enérgicamente.
-¡Nos atraparán! ¡No podemos...!
-¡Confía en mí! -el druida tomó las manos de la chica entre las suyas propias para infundirle su apoyo incondicional. En la mirada del elfo había determinación y valentía.
Yetmaja no podía hacer menos que acceder a lo que el chico le pedía.
-¡Pronto amainará la tormenta!- añadió él entonces, poniéndose de nuevo en marcha para conducirla a través de los árboles cercanos. Una vez lo bastante alejados del camino, el muchacho buscó con la mirada un lugar apartado en el que guarecerse. Se acercaron hasta un nervudo y anciano tronco de árbol que se retorcía sobre sí mismo en grotescas formas, sirviendo de abrigo natural. Dakarai hizo un leve movimiento de mano, y las ramas más bajas del árbol se combaron sobre sí mismas para servirles de techumbre. Alli abajo, en completa penumbra, el suelo estaba relativamente seco.
-Esperaremos hasta que podamos avanzar...-dijo el chico. Le hubiera gustado poder encender un fuego para mantenerse en calor, si bien no sólo era poco recomendable dado que la luz de las llamas podría delatarlos en la distancia; sino que también parecía imposible que nada pudiera arder alli con aquella humedad. Con estos pensamientos ocupando su cabeza, Dakarai reconoció que la ayuda de su mejor amigo le habría resultado muy útil en aquella situación. No por nada era un elemental de fuego.
Pero, ¿dónde estaba Kisahj, y porqué no había regresado a por Yetmaja?
-Todo saldrá bien, no te preocupes...-dirigió una mirada tranquilizadora a la muchacha, pero ella se había apoyado sobre el hombro del druida y había vuelto a dormirse.

Abrió la ventana de una patada y saltó al interior de la habitación. Echó un vistazo rápido a la estancia, pero estaba vacía. Dakarai no estaba allí.
Jadeando levemente por el esfuerzo, Kisahj se encaminó hacia la salida del dormitorio; tenía que encontrar a Yetmaja como fuera. Estaba seguro de que la joven había acudido a la Orden, porque no tenía nadie más a quien pedir ayuda. Ahora debía darle alcance antes de que lo hiciera la Hermandad de la Bruma.
Echó a correr por el pasillo, con las ropas caladas por el agua, y antes de que pudiese alcanzar la esquina más cercana, una voz lo llamó, suplicante.
-¡Kisahj!-dijo la chica. Él le dedicó una mirada rápida, y la joven lo aferró por el brazo con fuerza, para impedir que se marchase. -¿Qué está pasando? ¡Tengo miedo!
-Azura, métete en tu cuarto y no salgas de allí. No es nada grave, no tienes por qué preocuparte -le ordenó él.
-No quiero estar sola; déjame ir contigo.
-Tengo prisa -Kisahj resultó tajante, pero la elfa no pareció darse por vencida, aun así.
-Si estás buscando a Dakarai...
-¿Le has visto? -Entonces fue el pícaro quien la aferró con fuerza por los hombros, clavando su mirada en los ojos de la mujer, mientras ella asentía apresuradamente.
-Abandonó el castillo y se fue al bosque. Iba con una chica muy guapa vestida de blanco.
Kisahj suspiró, a medio camino entre el alivio y el fastidio. Había esperado que Dakarai supiera qué hacer con ella, pero internarse en los bosques en un día de tormenta como aquél no haría sino dificultar su trabajo. El ladrón chistó por lo bajo y echó a correr por el pasillo, en dirección a las escaleras.
Azura aguardó un par de segundos de pie, en mitad del corredor.
Después se dispuso a seguir a su amigo.

Apenas cuarenta minutos después, amainó la tormenta. Dakarai abrió los ojos, adormecido, con la ligera impresión de que su extraña aventura no había sido más que un sueño. Pero allí estaban.
Solos; en la oscuridad.
Perseguidos.
Yetmaja se removió débilmente entre los brazos del muchacho. Él no lograba recordar en qué momento había pasado el brazo por encima de los hombros de ella, pero se retiró lentamente, para despertarla con delicadeza.
-Yetmaja...-la zarandeó levemente.- Tenemos que irnos.
La chica abrió los ojos; confusa. Parecía sentirse tan desorientada como el propio Dakarai, y tras restregarse un par de veces la cara con las manos, miró al druida, con los ojos desorbitados.
Y gritó de terror.
Se apartó de su lado a toda prisa, poniéndose de pie y alejándose algunos metros sin dejar de encararlo.
-¿Qué...?- Dakarai no supo lo que le ocurría a la muchacha hasta que sintió que sobre su cabeza, algo ajeno se movía. Con el corazón en un puño, se giró lentamente para descubrir un nervudo rostro amaderado, que lo observaba con fijeza.
Se miraron el uno al otro un instante.
Luego Dakarai salió a toda prisa de allí, al tiempo que el enorme ent lanzaba una de sus más poderosas ramas sobre el muchacho, y golpeaba con furia el lugar que había ocupado momentos antes.
-¡Corre! - gritó el druida.
Se lanzaron a una estrepitosa huída a través de los robledales, humedecidos por las lluvias del temporal. En su carrera, ni la sacerditosa ni el elfo podían prestar demasiada atención al suelo en el que pisaban. Las ramas bajas de los árboles vecinos pasaban por su lado a toda velocidad, pero el estruendo de las pisadas del ent que los seguía de cerca ensombrecía con creces todas sus demás preocupaciones. En plena huída, Yetmaja vislumbró un pequeño pasaje entre árboles, tan estrecho que bien la criatura hubiera tenido problemas en caber por allí. Sin pensárselo dos veces; tiró de la mano de Dakarai y lo hizo virar de su trayectoria, y ambos se internaron entre los encinos con la ligereza de las gacelas para oír, apenas un instante después, que el gigantesco Ent chocaba de lleno con los troncos de los árboles. Gruñendo, furioso, con un sonido perturbador que recordaba a la profundidad más arcana de los bosques, el ent ordenó a los árboles apartarse de su camino, y éstos obedecieron. Se abrieron en abanico hacia los lados, sumisos como ovejas a las órdenes del pastor, y la criatura se adentró tras los muchachos en el campo de coníferas.
-¡No hemos logrado despistarle! -gritó Yetmaja, jadeando por la carrera. El chico únicamente chistó.
-¡Tenemos que salir de aquí! ¡El bosque es su terreno! -Giró de nuevo para conducirla a los exteriores, pero ni con ello el ent se dio por vencido. Cuando se abrieron paso a la verde pradera enfangada; Dakarai hubo de frenar súbitamente, con el gesto descompuesto, y Yetmaja chocó con sus espaldas.
A los pies de los muchachos, un inmenso precipicio se abría, tan profundo, que las nieblas impedían ver el final. Mirara donde mirase, el gigantesco cañón ocupaba su vista, y Dakarai supo entonces que no tenían más alternativa que hacer frente a su enemigo.
Yetmaja gimió asustada, cuando la criatura finalmente les dio alcance.

La mujer se acercó con paso decidido y autoritario hasta el caballero, envuelta en una elegante túnica aterciopelada de color blanco, con hermosos bordados azules adornando sus mangas y su capa. Movió apenas perceptiblemente la cabeza para apartar el cabello de su rostro, y tras la salvaje melena rizada aparecieron unos ojos acusadores y fríos como el hielo.
Klaud sin embargo, mantuvo en todo momento la compostura.
-Con la venia, caballero. ¿Habéis encontrado a nuestra discípula?- inquirió ella, en representación de todos los miembros del consejo de la Hermandad de la Bruma, quienes la resguardaban, a unos metros de distancia.
Por su parte, los caballeros de la Orden de Septentrion esperaban tras su general pacientemente, con las armas en ristre.
-Me temo que en el transcurso de la búsqueda, hemos sido asediados por algún grupo de rebeldes-dijo el caballero, y la mujer asintió.
-¿Ha habido consecuencias importantes? -se interesó ella, echando un rápido vistazo a los hombres que custodiaban el patio.
-No. Por suerte; eran un grupo pequeño, sin otro interés que el de incordiar. Nada grave. Sin embargo, nuestro temor inicial a un asalto organizado nos impidió centrarnos en la búsqueda de la sacerdotisa desaparecida- alegó el muchacho, con tal convicción, que casi parecía que realmente se arrepentía de no haber entregado a Yetmaja. Su interlocutora se mordió el labio inferior y chistó.
-No es culpa vuestra. Confío en que, ahora que ha pasado el revuelo, podréis uniros a nuestra partida de rastreo -señaló a las jóvenes que la acompañaban, y el caballero accedió cortésmente.
-Por supuesto -dijo.
Había hecho todo cuanto estaba en su mano para retrasar aquél momento. Sin embargo, ya no podía seguir esquivando sus obligaciones como paladín, por mucho que le doliera. Únicamente deseó que, a aquellas alturas, Dakarai estuviera con Yetmaja lejos.
Muy lejos.

El halo azulado envolvió mágicamente al druida en el momento en que las ramas que hacían las veces de brazos del ent cayeron sobre él, aplastantes, y el hechizo repelió el ataque de la criatura. Yetmaja lo había invocado justo a tiempo para salvar al elfo del doloroso golpe, y Dakarai no perdió la oportunidad de lanzarse contra el monstruo; martillo en mano. Hasta tres veces descargó, con toda la fuerza de que fue capaz, el poder del arma contra él, sin resultados aparentes. La poderosa armadura del roble absorbía todo el daño que el chico pudiera hacerle físicamente, y él chistó por lo bajo. Arrojó a un lado el martillo y se dispuso a luchar con ayuda de su magia, y apenas un deseo del joven bastó para que las espinosas zarzas que lo obedecían a voluntad azotaran sin piedad al enemigo. Pero poco podían ellas hacer.
Las gruesas púas de las plantas se enganchaban en la rugosa corteza del árbol, pero él no sentía ningún dolor. Tiraba de ellas sin miramientos, arrancándolas de los suelos y haciéndolas añicos.
Una pequeña esfera acuosa acudió a la llamada de Yetmaja, quien había preparado el hechizo durante todo aquél tiempo. En la oscuridad nocturna, la estela añil del conjuro dibujó un camino impalpable en el aire cuando fue a estrellarse de lleno contra el ent. Mil gotas de agua salieron disparadas en todas direcciones por la contundencia del impacto; y el ent se tambaleó levemente.
Si bien, al cabo de un par de segundos; volvía a estar en pie como si nada, y visiblemente más airado.
Yetmaja ahogó un grito.
Aquél había sido su mejor conjuro, y no había servido de nada. Tampoco parecía que los ataques de Dakarai fuesen a resultar de utilidad; y la única huída posible consistía en regresar por donde habían venido. Y entregarse.
-¡Cuidado! -Dakarai se arrojó sobre la muchacha para apartarla de la trayectoria del ataque de su adversario. La rama de la criatura pasó sobre sus cabezas y se enarboló hacia el cielo un instante, para volver a arremeter contra ellos. Rodaron por los suelos, llenos de barro, y con las manos y pies hundidos en el fangal, supieron que no tendrían tiempo de levantarse.
De nuevo, la incorpórea pared azul los cubrió como una cúpula protectora para mantenerlos a salvo de la ira del monstruo. Yetmaja canalizó hacia el hechizo toda la energía que le quedaba.
Pero, tarde o temprano, el escudo desaparecería.
El sonido seco del golpear de la madera llamó la atención de Dakarai.
El ent se giró sobre sí mismo para mirar a sus espaldas, y al hacerlo el druida y la sacerdotisa descubrieron, con alivio, una daga clavada en la corteza del árbol.
-Kisahj...- musitó el elfo albino, y aprovechó aquél instante para ponerse en pie y apartar a Yetmaja del alcance de la criatura.
Pronto, la figura del pícaro surgió de entre las sombras para lanzarse contra el enemigo sin contemplaciones. Las dagas gemelas refulgieron un instante, bruñidas por la luz de la luna, que comenzaba a asomar por entre las nubes grises. El ent bramó, enfurecido, cuando Kisahj arremetió contra él lanzándole con presteza los dos cuchillos, y aún extrajo un par más de puñales y saltó sobre su rival para acuchillarlo incansablemente. Aferrado a la parte superior del árbol, Kisahj salió despedido cuando éste se removió con violencia, airado por la intrusión, pero pícaro no tuvo problema en caer de pie.
A una distancia de escasos metros, el ladrón y la criatura se miraron un instante.
El chico alzaba las dagas en posición defensiva, pero el ent simplemente permanecía de pie, como si a aquellas alturas luchase torpemente por respirar.
Rugió.
Era un sonido triste y profundo, como venido de las mismas entrañas del bosque.
Y finalmente; se desplomó, vencido por los venenos de las armas del elfo pelirrojo, que lo habían corrompido por dentro en apenas cuestión de segundos. Con todo, Kisahj hubo de reconocer que el ent había aguantado estoicamente el asalto. Nunca un enemigo había sobrevivido a una de sus dagas venenosas; y en aquella ocasión fueron cinco las que había necesitado.
Aún tardó un par de segundos en relajarse y poder dirigir una mirada rápida a sus amigos. Yetmaja y Dakarai se acercaron corriendo; y el ladrón tuvo la impresión de que el druida lamentaba profundamente la muerte de la criatura, pero no dijo nada. En cambio, se volvió a toda prisa hacia Yetmaja.
-No tenemos tiempo. Firma esto -dijo, extendiendo un papel húmedo a la muchacha.
Ella lo miró a los ojos y no vaciló un instante.

Peinaron el bosque incansablemente.
Atravesaron las estepas colindantes al macizo boscoso, y Klaud había puesto todo su empeño en que no fuera así, pero finalmente los encontraron. Kaldezeit le regaló una mirada dubitativa; con el gesto desgarrado; a sabiendas de lo que ocurriría a continuación. El caballero inspiró profundamente y apartó la vista del niño cuando gritó:
-¡En nombre de la Real Orden de Caballería de Septentrion! ¡Entregáos!
Toda la guardia acudió a su llamada, para formar, mientras se acercaban a paso ligero y decidido hasta las figuras recortadas contra el cielo de la noche.
Los miembros de la Hermandad de la Bruma cercaron el lugar para evitar que Kisahj, Dakarai y Yetmaja pudieran escapar. De cualquier modo, los jóvenes se encontraban en el centro del claro, y encaraban sin temor a sus opresores.
Tenuemente iluminado por la luz de la luna, Kisahj se encontraba el primero. A sus espaldas, Yetmaja y Dakarai aguardaban, expectantes, las palabras del pícaro. Pero fue Klaud el primero en hablar.
-Por orden de la Real Casa de Caballeros de Septentrion; debéis entegar a la sacerdotisa de nombre Yetmaja para su juicio y ajusticiamiento en pos de...
-Ya podéis volveros por donde habéis venido -lo cortó tajantemente Kisahj, y Klaud apretó los dientes. Si bien era cierto que nunca se había llevado muy bien con el pícaro, no esperaba tener que recurrir a un enfrentamiento público. Confiaba en que el ladrón fuese lo suficientemente avispado para saber que, si se oponía a las órdenes de un superior, sería inmediatamente apresado. Así pues, trató de armarse con paciencia.
-Caballeros; os ordeno que os apartéis inmediatamente. -Habló entonces la portavoz de la Hermandad de la Bruma. La mujer de rubio cabello se adelantó un par de pasos para enfrentarse con el elfo, pero él no cambió un ápice su expresión. -No tenéis nada que ver en este asunto. Las normas de nuestra Hermandad estipulan claramente que los juicios a las sacerdotisas competen a nuestra organización. Así pues, no pongáis en juego vuestra reputación por un error que no es el vuestro.
Kisahj dibujó una sonrisa a medias.
Tenía los ojos cargados de aquella astucia maliciosa que le era tan propia, y la observó algunos segundos ladeando la cabeza, con la curiosidad felina de un guepardo a punto de saltar sobre su presa.
-Has hablado bien; mujer -dijo, únicamente, y extrajo un pergamino arrugado del interior de su chaqueta. Lo extendió para que ella pudiera verlo.
Todos los presentes aguardaron en silencio aquellos instantes, sin entender qué estaba ocurriendo. La portavoz de la Hermandad aún tardó en decidirse; pero finalmente echó a andar hasta Kisahj, salvando la decena de metros que los distanciaban, y tomó el pergamino entre sus manos. Lo leyó rápidamente, deslizando sus ojos a toda velocidad por los caracteres del documento, y su gesto se truncó desagradablemente.
-¿Qué significa esto?- señaló el trozo de papel, azotando a Kisahj con la mirada. La sonrisa del elfo se ensanchó aún más.
-Esto significa que, como bien habéis recalcado vos, tenéis competencia para juzgar a las sacerdotisas de la Hermandad. -Se regodeó en aquellas palabras.- Pero en lo que se refiere a los soldados de la Orden de Septentrion, de la justicia se encarga nuestra adorada princesa.
-¡Esto es un ultraje!- la mujer miró a sus compañeras primero, y a todos los hombres de la Orden. Finalmente, clavó sus ojos heridos en Klaud, pero él no se dio por aludido.
-No es un ultraje, mi lady -Kisahj arrebató el pergamino a la doncella de las manos y volvió a enrollarlo con cuidado. -Es un contrato firmado por la señorita Yetmaja, accediendo a ser mi escudera, y aprobado por la propia Princesa Silvermooncold en persona. Eso, irrefutablemente, convierte a Yetmaja en una miembro de nuestra Orden, por lo que es presumible que no tenéis que preocuparos más por ella.
La mujer aprentó los labios y deseó fulminar al muchacho con la mirada. Aún más, cuando el chico le lanzó un seductor guiño, que la hizo ponerse de los nervios.
-En ese caso -intervino Klaud entonces - será mejor que regresemos a la Orden. Parece que va a empezar a llover otra vez.

El sol volvió a ponerse; una vez más.
El verano tocaba a su fin con un hermoso atardecer anaranjado, que bañaba de ocres los campos de Taborea. Desde lo más alto del tejado del castillo, Kisahj contemplaba el brillante astro rey como si no fuese más que una moneda de cambio corriente. Con la expresión de tedio de quien puede alargar la mano y hacerse con ella en cualquier momento.
No apartó los ojos del paisaje cuando sintió la presencia de Dakarai, quien torpemente se acercaba hasta él atravesando las finas cornisas con la presteza de una sardina en un concurso de salto de longitud. Cuando alcanzó el lugar donde se encontraba el ladrón, se derrumbó a su lado, resollando con la boca abierta.
-Arf, enserio, estas cosas que haces no pueden ser buenas para la salud...- se quejó el chico, pero Kisahj no dijo nada. Solamente sonrió. -¿Qué haces aquí? Te pasas las horas solo.
-Me escaqueo del trabajo...-se excusó el pelirrojo elfo.
-Si, ya...- Dakarai se incorporó, agotado, para quedar sentado junto a su mejor amigo, y dejó que los pies colgaran por el borde del tejado. -¿Estabas pensando otra vez en Yetmaja?
Kisahj tardó algunos momentos en responder.
Finalmente asintió, despacio.
-¿Cuánto hace que se fue? ¿Un mes? ¿Mes y medio?
-Tres meses -respondió con desgana el pícaro. Dakarai puso la boca en forma de O.
-El tiempo pasa deprisa.
-Me pregunto qué será de ella ahora...me hubiera gustado, al menos, poder despedirme. -Kisahj parecía hablar más para sí mismo que para su compañero, pero él se encogió de hombros de cualquier modo.
-Quizás simplemente no se sintió con fuerzas para decir adiós. -Intentó el drow consolar al ladrón.- O tal vez... Tal vez no dijo adiós porque piensa volver algún día.
Kisahj se echó a reír.
Era una carcajada rendida y hermosa.
Alzó la vista al cielo, con aquella sempiterna mueca de vanidad surcando su rostro, y sin querer admitir que la echaba de menos.
- A quién le importa -dijo, solamente.
Y Dakarai suspiró.

A quien.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Y a día de hoy; sigue sin volver.

domingo, 13 de junio de 2010

EL PÍCARO DICE: 12

Capítulo 12

Aquella mañana se presentó triste y gris; tan nublada que Dakarai sentía dolor de cabeza. Resopló con fastidio mientras se afanaba en desempacar su equipaje de la noche anterior, y aún el mediodía cayó sobre Taborea sin que el druida se diese cuenta, por cuanto el encapotado cielo impedía que llegara la luz del sol.
Cuando bajó al enorme comedor, acuciado por el hambre, notó un extraño revuelo a las puertas del castillo. Y entre todas las figuras que iban y venían, una llamó especialmente su atención.
Klaud.
-Mi lady, ruego me disculpéis, pero no puedo dejaros pasar sin una acreditación. -Decía él. -Ésta es la morada de la Princesa Silvermoon y...
-Necesito verle. Os lo ruego; vos no lo comprendéis -la doncella se aferró con fuerza a la sobrevesta del caballero, pero él no hizo el más mínimo intento de librarse de ella.
-Le aseguro que lo lamento en el alma, pero...comprenda que son circunstancias muy especiales... Usted es una sacerdotisa y necesita un dictado del Templo de la Bruma para venir aquí... son las condiciones de nuestro tratado.
-Es muy urgente; sólo él puede ayudarme, por favor -La voz de Yetmaja comenzaba a quebrarse por los nervios. Klaud sintió que se le partía el alma.
-¿Yetmaja? - intervino Dakarai. -La muchacha alzó la vista, esperanzada, y al ver al druida sus ojos se iluminaron.
-Vos sois el amigo de Sir Kisahj -lo reconoció enseguida. -Por favor, tenéis que ayudarme -las lágrimas escapaban a su control y con un gesto suplicante se encaminó hacia el chico. Dakarai y Klaud intercambiaron una mirada seria.
Apenas un segundo.
Y el paladín asintió.
-De acuerdo; seguidme - indicó el druida a la muchacha que lo acompañara, y ella asintió presurosa, enjugando sus lágrimas y esbozando una tímida sonrisa de agradecimiento al joven.

Dakarai cerró con cuidado la puerta de su dormitorio.
Yetmaja paseó con curiosidad poco disimulada sus redondos ojos por los detalles de la estancia, y se sintió aún más pequeña y desprotegida. Se había pasado toda la vida encerrada en el templo y no había conocido jamás la libertad. Su existencia era tan infinitamente humilde, que el simple hecho de estar en un lugar como aquél se le antojaba desmesurado.
-Disculpad que os haya traído aquí -se excusó ante todo el elfo. -No es el mejor lugar para una reunión privada, pero a estas horas el castillo rebosa actividad, y es presumible que no convendría que se aireara demasiado vuestra visita.
-Sí -aceptó Yetmaja. En realidad, le importaba poco lo que dijesen de ella. Tenía otros asuntos más importantes en la cabeza.
-Tomad asiento si lo deseáis- la invitó el muchacho, y ella retrocedió sutílmente hasta acomodarse en el borde de la lujosa cama, mientras Dakarai hacía lo propio en la silla de su escritorio.
-No sé por dónde empezar. Estaba buscando a Sir Kisahj -la chica hundió la vista en el suelo, avergonzada.
-No he tenido noticias suyas hoy. Salió temprano por la mañana, y no ha regresado.
-Ya... -Yetmaja suspiró largamente, estrechando entre sus manos las faldas de su túnica blanca. -Debe estar ocupado con los preparativos; tal como me prometió.
-¿Preparativos?
La doncella miró al druida, inquisitiva.
-Deduzco por vuestras palabras que Sir Kisahj no os ha contado nada sobre nosotros.
-Deducís bien.
Aquello arrancó una pequeña sonrisa de los labios de la dama. Una sonrisa de gratitud.
-Ha sido tan bueno conmigo todo este tiempo... Y no se lo ha contado a nadie. Nunca podré pagárselo.
-Mis más sinceras disculpas -la interrumpió Dakarai. -Pero no estoy especialmente orgulloso de estos..."encuentros", que pueden poner en peligro la reputación de nuestra noble Orden. Sin duda Sir Kisahj ha obrado precariamente.
-No; por favor. Os ruego no digáis eso -defendió al pícaro la mujer. -No conocéis la empresa que lo ha empujado a semejante locura.
Dakarai sonrió, algo escéptico.
-Mi lady; creo conocer bien a mi mejor amigo. Sus "empresas" para con las damiselas no son muy difíciles de imaginar.
Yetmaja comprendió de súbito a qué se refería Dakarai, y sintió que se ruborizaba por momentos.
-Os quivocais -alegó; rápidamente. -Sir Kisahj no... él nunca... Siempre ha sido muy correcto conmigo -dijo al fin, avergonzada. Dakarai alzó las cejas, con incredulidad.
-¿Pues entonces? ¿Por qué esas escapadas a escondidas?
-Yo...podría decirse que...guardaba un secreto. Un secreto importante.
Dakarai se acomodó en la silla, dispuesto a escuchar la historia de la muchacha, pero sin decir nada. No deseaba presionarla. Por su parte, Yetmaja sintió que las manos empezaban a temblarle al evocar aquellos dolorosos recuerdos, y tuvo que esforzarse para mantener la compostura.
-De acuerdo...- admitió ella, al fin.- Mi estancia en el Templo de la Bruma no ha sido precisamente fácil. Ingresé siendo apenas una niña porque mis padres no podían mantenerme y decidieron deshacerse de mí, así que nunca he tenido una figura de protección a mi lado. -
Dakarai agachó la mirada y la clavó en la punta de sus pies.
La chica prosiguió hablando.
-El Templo de la Bruma es sólo para mujeres, pero muchos de los emisarios que las Órdenes envían para contratar nuestros servicios como sacerdotisas son chicos. A veces, tenemos que trabajar con ellos.- Tragó saliva, sintiéndose como una idiota por decir algo así; si bien Dakarai continuaba tan impasible como al principio, y eso la animó a continuar.
-Hubo una vez...- aquello fue ciertamente costoso de admitir. -Sólo una vez -clavó sus preciosos ojos azulados con gesto suplicante en los de Dakarai, quien creyó poder comprenderla.- Creí que él se quedaría a mi lado, pero cuando el contrato de ambas casas dio por finalizado, no volví a verle nunca más. Se marchó, dejándome de lado. A mí y al hijo que traía en mis entrañas.
Dakarai se revolvió, levemente incómodo. Para entonces las lágrimas ya volvían a resbalar pesadamente por las mejillas de Yet.
-Me las arreglé para ocultar mi estado, y no fue nada fácil. Comía muy poco para no engordar demasiado, y nunca volví a compartir el baño con mis hermanas del Templo. Al cabo de ocho meses nació ella. Mi hija. Y yo... yo...- Yet cerró los ojos y sollozó largamente.
-¿Qué ocurrió entonces?-Dakarai la interrumpió por vez primera, sintiendo que de verdad deseaba saber qué era lo que una muchacha tan joven y sola como Yetmaja había hecho con un bebé. Se le pusieron los vellos de punta, imaginando las posibilidades.
-No podía quedármela. Era imposible -trataba de autoconvencerse a sí misma, pero en el fondo sabía que no había tomado la decisión correcta.
-¿Le hiciste daño al bebé?
-No -Yetmaja clavó los ojos en el elfo como si aquella idea le resultase aterradora. -Nunca se me habría pasado por la cabeza hacer algo así. Era mi hija, y la quería. Me escapé una noche del templo, y la abandoné en el pueblo, en la puerta de una de las casas de la aldea. Pero... -frunció el ceño, molesta consigo misma. -Me arepentí desde el mismo momento en que me separé de ella, y para cuando me atreví a regresar, apenas unos meses después, ya se la habían llevado.
-¿Adónde?
-No lo sé. Nunca pude saberlo. La habían entregado a un horfanato, en las afueras. Pero le perdí la pista y me fue imposible volver a encontrarla.
-Entiendo -Dakarai se rascó la cabeza distraídamente. -Y supongo que es ahí donde entra Kisah, ¿Verdad?
Yetmaja asintió levemente.
-Hace ya tres años de aquello; pero aún anhelo poder encontrarla. Y lo que yo no he conseguido en esos tres años, Kisahj lo ha logrado en tres meses.
-Ya -a Dakarai aquello no le sorprendía en absoluto. Su amigo era bueno localizando a gente. Endiabladamente bueno; de hecho. -¿Y qué piensas hacer ahora?
Fuera, a través del enorme ventanal, el cielo se iluminó por un momento, bañado en plata.
Un trueno hizo retumbar sonoramente cada uno de los recovecos del castillo, y acto seguido comenzó de nuevo a llover. Ambos jóvenes lanzaron una mirada perdida a través del cristal, por donde las pequeñas gotitas de agua empezaban a discurrir haciendo zigzag.
-Voy a partir en su búsqueda- sentenció la muchacha, cuando la pregunta de Dakarai casi se había desvanecido en el aire.
-¿Kisahj se encarga de los preparativos de tu viaje?
Ella asintió.
-Pero...-añadió con preocupación. -Ahora mi secreto no está a salvo. Una de las chicas de mi hermandad lo ha descubierto y ha informado a las superioras. A estas alturas deben estar buscándome. No sabía qué hacer; por eso he huído y he venido a buscar a Kisahj.
-¿Y qué ocurrirá si te encuentran?- Dakarai se puso en pie; temiendo que aquél asunto tuviera consecuencias negativas para Yetmaja o para la Orden.
-Si eso ocurre -la chica hundió el rostro entre las manos y sollozó, nerviosa. -Si eso ocurre me encarcelarán y no podré ir a buscarla. No podré...quiero estar con mi hija...- su voz se perdió entre gemidos inconfundibles y Dakarai no pudo evitar acercarse a ella para abrazarla. Se sentó a su lado, en la cama, y la apretó con fuerza contra su pecho.
-Tranquila. Kisahj y yo te ayudaremos. Tienes mi palabra, no dejaré que te encuentren...
En aquél momento, un soldado irrumpió repentinamente en la habitación del muchacho.
-¡Señor, tenemos un intruso! ¡Una sacerdotisa del Templo de la Bruma en búsqueda y captura!
Yetmaja profirió un gritito ahogado, y a Dakarai no se le ocurrió otra cosa que arrojarse sobre ella para tumbarla en la cama.
-¿Qué está haciendo, soldado? ¿Esque no sabe llamar a las puertas? -bramó, el druida, con su tono más enfadado. El pequeño rostro de la joven quedaba parcialmente oculto por el musculoso brazo del muchacho; apoyado junto a su cabeza.
-¡Perdón, señor, no sabía que...! -se excusó el soldado.
-¡Lárguese, estoy ocupado!
-¡Sí; Señor! -cerró la puerta de golpe tras de sí, y aún pasaron algunos segundos en que ambos jóvenes permanecieron en silencio, pendientes de los pasos del guardia, que se perdían por el enmoquetado pasillo con prisas. Con el corazón latiéndole a toda velocidad; Yetmaja suspiró y le dedicó una larga mirada al elfo. Él la correspondió con un gesto inquisitivo.
-¿Sabes que fue así como conocí a Kisahj?
El muchacho se ruborizó entonces levemente, cayendo de pronto en la cuenta de que se encontraba recostado sobre el cuerpo de la mujer y se apartó de su lado con diligencia.
-Perdón, yo...- Pero a Yetmaja le hizo gracia, y aún con las lágrimas resbalando por su rostro, echó a reír tímidamente.
-Los caballeros de esta Orden tienen tendencia a derribar doncellas al más mínimo descuido -dijo la muchacha, feliz.
Dakarai se contagió de su pequeña carcajada, y lamentó profundamente haber pensado alguna vez que aquella mujer podía traer problemas a la Orden de caballeros. Pues, ¿qué eran los caballeros sino guerreros que luchaban por el bien?

-"Artículo 2583: La Sagrada Hermandad de la Bruma se reserva el derecho de ajusticiamiento de las sacerdotisas que incurran en la violación de uno o más de los siguientes deberes de obligada integridad moral:"
*Desobediencia a los cargos superiores
*Desacatamiento de los horarios establecidos
*Incumplimiento voluntario de una misión que le haya sido asignada por contrato
*Robo, dentro o fuera del recinto de convivencia de la hermandad
*Conspiración
*Fornicación
*Asesinato... etc, etc.
Kaldezeit cerró el libro de golpe, sin terminar de leer el resto de artículos, y miró a sus amigos con resolución. Dakarai y Klaud lo contemplaban sin saber bien qué decir. Los estatutos de la Hermandad a la que pertenecía Yetmaja estipulaban claramente que la chica sería ejemplarmente castigada por lo que había hecho. En algunos casos, los jurados habían incluso penado de muerte a las sacerdotisas. Ambos muchachos fueron recorridos de arriba a abajo por un escalofrío indescriptible.
El druida lanzó una mirada de soslayo hacia sus espaldas.
Acomodada en su cama, en postura fetal, dormía la joven. Respiraba sosegadamente y se hallaba en un sueño apacible y profundo; en el que se había sumido un par de horas atrás. Parecía realmente exhausta, así que el chico había optado por no despertarla hasta que fuera estrictamente necesario.
-No sé qué pretendes que hagamos. Las normas están muy claras -sentenció Klaud. Dakarai lo miró sin poder creer que su amigo dijese aquello.
-¿Ves a esa mujer de ahí? -la señaló con apuro. -Si la entregamos a su gente la encarcelarán de por vida. ¿Cómo puedes aludir a las normas?
Klaud agachó la mirada, levemente avergonzado. En casos como aquél, no sabía cuál era el bando correcto.
-Esto se nos escapa de las manos -añadió, después. -Nosotros no somos quien para decidir...
-No, sí que somos quien -Dakarai se puso en pie, airado, y hostigó con la mirada a sus dos compañeros. -Somos hombres de honor y cuando fuimos investidos juramos proteger a los desvalidos. Pues por mi honor, que haré cuanto esté en mi mano por proteger a Yetmaja.
El silencio se hizo durante un par de segundos en los que la respiración de Dakarai sonaba tan fuerte, que podían escucharla los otros dos jóvenes. Luego, Kaldezeit dibujó una enorme sonrisa.
-¡Cuenta conmigo, Daka!- el gesto del druida pareció entonces relajarse cuando Klaud suspiró largo y tendido.
-No me puedo creer que ese pícaro haya hecho algo bueno por una vez en su vida. -Aseguró el caballero. -Tendremos que apoyarle.
El rostro de Dakarai se iluminó por segundos, inundado por la emoción de contar con la ayuda de sus mejores amigos. Con ellos de su lado; sabía que sería pan comido, y comenzaba a atisbar una leve esperanza para Yetmaja.
Sin embargo, las horas se sucedieron y las noticias de Kisahj no parecían querer llegar. La búsqueda y los esfuerzos por encontrar a Yetmaja se redoblaron en la Hermandad, así como en la propia Orden, y para cuando cayó la noche, el castillo era un hervidero de guardias que pululaban de aquí para allá.
Los tres amigos decidieron entonces que no podían seguir esperando; debían sacar a la muchacha de allí como fuera.
-De acuerdo; ya sabéis lo que tenéis que hacer -sentenció Klaud, y los otros dos muchachos asintieron. -Espero que esto salga bien o de lo contrario me habré jugado mi puesto de general para nada.
Dakarai sonrió. Estaban arriesgando demasiado.
-Que el honor os guarde -tendió el muchacho su puño, y las manos de sus amigos se posaron sobre él.
-Que el honor os guarde -respondieron Klaud y Kaldezeit al unísono, y acto seguido, salieron del dormitorio a toda prisa. Dakarai y Yetmaja tendrían aproximadamente un par de minutos desde que se produjera la señal para salir de allí, mientras el caballero y el mago entretenían a la guardia.
El chico se acercó hasta la sacerdotisa, que se hallaba sentada en el borde de la cama, visiblemente nerviosa. Había escuchado por completo el plan de los hombres para sacarla de allí, y sabía que harían por ella más de lo que merecía. Dakarai se arrodilló frente a la joven y la miró con dulzura.
-Todo saldrá bien -le aseguró. La chica le dirigió una mirada eternamente agradecida.
-Sois muy buenos conmigo.
-Vamos; tenemos que prepararnos -el druida le guiñó un ojo y se puso en pie para acercarse al enorme ventanal que presidía su habitación. Desde allí, alcanzaba a ver el patio trasero del castillo, donde los guardias realizaban sus entrenamientos diarios. En aquellos momentos, estaba colmado de hombres que patrullaban sin descanso, a la espera de encontrar al intruso antes de que la Hermandad de la Bruma decidiera acusarlos de complicidad y anulara su tratado de alianza para con la Orden. Pero a Dakarai, aquello le importaba un pimiento ya.
De pronto, un inmenso muro de cristal azulado y translúcido recorrió todo el área del patio, raudo como un relámpago, y después se hizo añicos, rompiéndose en mil esquirlas brillantes que salieron disparadas hacia los guardias. El hechizo apenas les hizo daño, si bien fue suficiente para hacerlos creer que eran asediados por los enemigos, y rápidamente entraron en formación de combate.
Klaud apareció de pronto en escena, con el enorme espadón de plata a sus espaldas, para guiar a los guerreros en la batalla.
-¡A mí, soldados! -les ordenó, alzando el puño. -¡Preparáos para la batalla! ¡Formación defensiva! -los guardias se replegaron sobre sí mismos, dejando el patio prácticamente vacío. En el momento en que el caballero activó su escudo azulado, brillando con especial intensidad, Dakarai supo que había llegado su turno.
-Es la señal -dijo a Yetmaja. -Vamos. -Tendió una mano a la muchacha mientras apoyaba la otra en el alféizar de la ventana, ejerciendo una leve presión. De su contacto con la fría piedra, entre pequeños destellos dorados, surgieron unas gruesas zarzas enredaderas, que buscaron mágicamente el camino hacia el exterior del castillo y descendieron hasta la planta baja por la pared de la torre. Yetmaja se abrazó con fuerza a Dakarai y él subió de un salto a la ventana para, segundos después, deslizarse por la artificial escalinata de raíces que había invocado.
Tan pronto como alcanzaron el suelo, Dakarai tomó de la mano a la sacerdotisa, y ambos echaron a correr hacia el muro lateral de la fortaleza, donde la pequeña verja de hierro era todo cuanto les flanqueaba el paso.
Dakarai la derribó sin apenas molestia de una sola patada, y después arrastró consigo a la mujer hasta que ambos se perdieron por el camino en dirección a los bosques, internándose en la negra espesura de la madrugada.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Un poco de cohesión en todo esto.

jueves, 10 de junio de 2010

EL PÍCARO DICE: 11

CAPITULO 11

Kisahj rezongó y se dió la vuelta, incómodo, para esconder la cabeza bajo la almohada.
Apenas le importaba que ella estuviera allí, en su cuarto, tan temprano por la mañana. De no ser que parecía dispuesta a no dejarle descansar.
-¿Dónde lo habré dejado? -se preguntó Azura a sí misma, aunque en voz alta, mientras desordenaba los cajones del mueble del dormitorio. Cajones, donde, por supuesto, aparte de un par de mudas de ropa no había más que cachibaches que probablemente el pícaro tenía intención de vender por una buena suma.
Entre tanto desorden; un pequeño sobre blanco enseguida llamó la atención de la muchacha. Lo miró con curiosidad un par de segundos, y después se animó a abrir la carta. Apenas había rozado el papel con las manos, cuando Kisahj ya se había puesto en pie como una exhalación para arrebatárselo, de mal humor.
-¿Qué demonios estás haciendo? -masculló, sin siquiera darse cuenta de que estaba arrugando el sobre. -¿No te han enseñado que hurgar en el correo de los demás es...? ¡Vamos, que si vuelves a meter tu nariz en mis cosas te rebajo el pescuezo!
Azura lo miró; arrepentida.
No había ni un deje de malicia en sus ojos, y no acababa de comprender el motivo por el cual el muchacho se enfadaba con ella.
-Sólo estaba buscando mi collar nuevo... -su gesto lucía tan sumamente sincero, que hasta Kisahj sintió una patada en el corazón por haberle gritado de aquella forma. Finalmente pareció relajarse. No tenía ni zorra idea de lo que estaba hablando la druida, pero con casi total seguridad lograrían entenderse lo bastante como para echarla de allí cuanto antes.
-A ver, ¿de qué collar hablas? ¿Y por qué iba a tener yo tu collar?-dijo, con paciencia infinita. La muchacha se encogió de hombros.
-El collar precioso que me dieron ayer por haber cumplido mi misión derrotando Zurjiñones.
Kisahj rezongó.
Recordaba la noche anterior, hacía apenas unas horas. Azura había irrumpido en el campamento de los Zurhidon mientras ellos se encontraban infiltrados, y por error habían comenzado una disputa que les había costado un combate contra toda la base de los magos enemigos. No contenta con ello, de vuelta a Varanas, la chica recordó súbitamente que se había olvidado en el campamento al rehén que se suponía que debía ir a rescatar, y tuvieron que deshacer lo andado, para finalmente descubrir que el susodicho rehén no era otra cosa que un sapo gigante. La persona que había encargado a Azura adentrarse en un mar de enemigos de la Orden Oscura que planeaba asediar Varanas y arrasar a sus habitantes, resultó ser un crío de 7 años que lo único que quería era recuperar a su mascota. Azura había aceptado a cambio de un vulgar collar de cuentas rojas. Una baratija que Kisahj ni tan siquiera se molestaría en recoger si encontrase tirada en el suelo. Recordando todo aquello, el pícaro sintió que los casi invisibles y suaves pelillos de su columna vertebral se erizaban involuntariamente de indignación.
-No tengo tu collar, ¿para qué mierd...? -la miró a la cara y se mordió la lengua. -¿Para qué iba yo a querer un collar de chica?-adoptó un tono más conciliador y teatral, pero Azura no se percató de que el ladrón estaba fingiendo, y aquellas palabras amables despertaron en ella una enorme sonrisa.
-Dakarai dijo que probablemente lo tenías tú.
-¿Así que eso dijo? -Kisahj puso los brazos en jarra.
-Sí...¿cómo era? Ah, dijo textualmente que eras un ladrón y una rata asquerosa, que probablemente me lo habías robado solamente por fastidiar. Y que me lo devuelvas; gilipoyas.
Alguna vena se hinchó considerablemente en la sien del muchacho, mientras la elfa continuaba sonriendo como si nada. En cuanto pudiera, mataría a Dakarai.
-Dime; Azura...- Kisahj se mesó la perilla algunos segundos. -Ese collar tuyo... ¿tenía unas bolitas rosadas y pequeñitas...más o menos asi? -hizo un gesto con los dedos para aproximar el tamaño que quería indicar.
-¡Sí, tal como dices!
-¿Con unas diminutas mariposas pintadas en las perlas?
-¡Exacto!
-El collar que buscas, ¿no es ese que llevas puesto ahora mismo? -el pícaro señaló el pronunciado escote de la chiquilla y ella siguió la dirección de su dedo hasta concluir que lo que decía el joven era cierto.
-¡Andá! ¡Pues es verdad!
Kisahj se llevó la mano al cinturón para extraer lentamente su daga envenenada. Pero recordó de pronto que estaba en calzoncillos y se maldijo por no llevarla encima.
-Bueno, entonces nada. ¡Gracias por ayudarme a encontrarlo! -dijo resueltamente la chica, y salió a paso ligero de allí, tarareando alguna divertida cancioncilla y sin percatarse de que el muchacho la miraba con los ojos entrecerrados, regodeándose mentalmente al imaginar decenas de formas distintas para torturarla.

-Gracias por vuestro impecable trabajo, habéis sido muy útiles a la Guardia Real -Teresa extendió el pequeño pergamino a Dakarai, y el muchacho lo aceptó con una sonrisa de complacencia.
-No fue para tanto...
-Fue muy precipitado, hicisteis un gran trabajo. Deja de ser modesto -aquello sonó más a una orden que a un cumplido, y el druida recompuso el gesto, al tiempo que aceptaba también la cuantiosa suma de oro que la mujer le entregaba. -Me pondré en contacto con Lady Silvermoon y le hablaré de esto. Puede que en un futuro volvamos a trabajar juntos.
-Claro...
En aquel momento Kisahj apareció por la pequeña escalera de madera de la posada, cargando en sus hombros el pequeño saco con sus pertenencias y los cachibaches que, para asombro de su mejor amigo, el pícaro había tenido ocasión de reunir la noche anterior en una ronda nocturna por la ciudad. Por supuesto, el druida no quiso indagar demasiado acerca de la procedencia de aquellos objetos. Estaba totalmente convencido de que si supiera bien a qué se dedicaba el ladrón, sería incapaz de dirigirle la palabra.
El muchacho pasó junto a ellos casi trotando para hacer ruido, y los metálicos tesoros resonaron con alboroto dentro del macuto.
-¡Hora de irnos! -dijo el pícaro, sin más.
-Eh...Kisahj- lo llamó Dakarai.- Tengo que decirte al...- pero el muchacho ya había abandonado la posada, y caminaba resueltamente hacia su caballo para comenzar los preparativos para el viaje de regreso. Se aseguró de que su corcel estaba bien ensillado y las bridas correctamente aseguradas, y después lanzó a lomos del palafrén su mercancía, y la ató con cuerdas al cuerpo del animal.
-Había un elfo en el solar... -cantaba, distraído. En aquél instante, otro saco bien distinto al suyo cayó sobre el caballo, lanzado desde el otro flanco del equino. Kisahj alzó una ceja.
Se asomó distraídamente por encima del lomo de la bestia y dibujó un mohín malicioso cuando descubrió que Azura trataba, sin demasiado acierto, de colocar su equipaje sobre la misma. Pero una y otra vez se le caía al suelo.
La chica chistó, molesta, y volvió a lanzarlo de nuevo.
-Em...- Kisahj se rascó la cabeza, y lanzó una mirada en derredor antes de hablar. -Azura, ¿qué estás haciendo?- inquirió.
Ella cesó en su empeño por unos segundos, y con los brazos en jarra, repuso:
-Pues empacando mis cosas -dibujó una alegre sonrisa, de aquellas que dejaban ver todos sus perfectos y diminutos dientes blancos.
-Éste es mi caballo...- rezongó el pícaro, cruzando los brazos sobre el costado del animal y dejando caer su mejilla entre ellos. La miraba con el cansancio de una madre joven al cargo de demasiados niños. Pero también, con interés.
-Ya lo sé -dijo ella, sin más.- Dakarai dijo que podía montar con cualquiera de los dos... Pero si te molesta -añadió rápidamente, ruborizada.
-Espera; espera. ¿De qué estás hablando?
-Vendrá con nosotros -Dakarai interrumpió la conversación de los jóvenes. Había salido de la posada y apareció de improvisto a espaldas del pícaro, con las manos metidas en los bolsillos, y una actitud sumisa pero tajante. Aquella forma pasiva que Dakarai tenía de decir las cosas. Aquella manera, que no admitía réplica pero que a la vez estaba cargada de disculpas silenciosas. Y Kisahj supo que no debía oponerse.
Resopló largamente, y en vistas de que no había nada que decir, montó en su caballo y tendió una mano a Azura.
-Vamos -le dijo, con una media sonrisa.
La muchacha, tan hermosa como era, sonrió también.

-¡Ay, estás corriendo demasiado!-Azura se aferró con fuerza a la cintura del pelirrojo muchacho, y él volvió a espolear maliciosamente el caballo. Porque cuanto más corría el palafrén, mejor podía sentir las sensuales curvas del cuerpo de la joven contra su espalda. A aquellas alturas del viaje, la chica iba tan apretada contra él, que le dolían los brazos de hacer fuerza para evitar caerse. Y Kisahj solamente sonreía, ajeno a las reprobaciones de Dakarai.
Caía ya la noche cuando el viento les trajo las notas de los cuernos de la Orden, que se alzaban gloriosamente a los cielos para avisar de la llegada de los caballeros. El portón se abrió pesadamente, tirado de gruesas cadenas, y los chicos se adentraron a través del puente en el inmenso castillo donde, apenas minutos después, los pajes y sirvientes acudieron a retirarles el equipaje.
Dakarai ayudó a Azura a desmontar del animal.
A la chica le temblaban las piernas por el viaje, y cuando el druida ya comenzaba a reprocharle al pícaro su actitud, ella sólamente alegó:
-No importa. De todos modos, ha sido divertido.
-¡La princesa Silvermoon! -avisó uno de los guardias de la llegada de la dama al patio, y todos se cuadraron inmediatamente para recibirla. Kisahj, sin embargo, aún permanecía a lomos de su montura.
La doncella atravesó el trecho que los separaba con porte sereno y elegante, y al llegar hasta los jóvenes, Dakarai se inclinó en una profunda reverencia. Azura no supo bien cómo reaccionar, hasta que su amigo tiró de ella para obligarla a arrodillarse también. Silver sonrió. No así cuando su mirada se posó en el pícaro, quien bostezaba perezosamente, aunque en silencio.
-Sir Dakarai; por favor, ponedme al tanto del resultado de vuestra misión.
-Si; mi lady -el chico se puso en pie, y se dispuso a entregar el pergamino que les había concedido Teresa. La dama élfica lo desenrolló lentamente, y leyó su contenido con un brillo de satisfacción en la mirada.
-Os felicito; caballeros -dijo entonces. -Estaréis muy cansados después de estar todo el día en los caminos. Pasad; la cena se servirá pronto en el comedor. -La mujer se dio la vuelta con indiferencia, invitando a los druidas a seguirla pero obviando al ladrón, y si bien él no lo pasó por alto, no estaba entre sus principales quehaceres el llenar el estómago esa noche.
-Con mis más sentidas disculpas -dijo el chico, alzando la voz para que la princesa pudiera oírlo, aunque ella no se giró para mirarlo- esta noche no podré disfrutar de vuestra compañía. Tengo asuntos pendientes. Mi lady...- inclinó levemente la cabeza a modo de despedida, y dando la vuelta con su caballo, salió al galope del castillo, perdiéndose en la espesura de la noche. Silver aún tardó unos segundos en recomponerse, pero nadie que la hubiese visto esa noche podría haber adivinado jamás que el pícaro le importaba lo más mínimo.

Llovía a raudales.
La tormenta se descargaba con furia sobre todo Aslan, y en el castillo, las noches eran sobrecogedoras cuando la lluvia golpeaba los inmensos ventanales. Dakarai entrecerró los ojos, tratando de avistar un claro en el cielo; pero aquella noche no había luna, ni estrellas. Aquella noche se ahogaba en su propia oscuridad.
Llamaron tímidamente a la puerta; con unos golpes tan frágiles, que de no ser por su agudo oído de elfo no habría podido siquiera escucharlos. En otras circunstncias, no mucho tiempo atrás, cuando aún era un cazarecompensas libre, el más mínimo atisbo de movimiento a aquellas horas lo habría hecho recelar. Pero en la Orden las cosas eran distintas.
La Orden era ahora su hogar; y allí no había nada que temer.
Azura asomó tímidamente la azulada cabecilla por el pequeño resquicio de la puerta abierta, temiendo haber despertado al elfo. Pero él estaba en pie, junto a la ventana, y le dedicaba una sonrisa campechana.
La muchacha llevaba puesta una larga camisa blanca; sin duda una prenda de hombre que le quedaba tan grande que bien le servía de camisón. Dakarai la reconoció enseguida, pues él mismo se la había dado para que la joven tuviera algo cómodo con lo que dormir. Hasta donde él sabía, los viajeros acostumbraban a dormir a la interperie con sus armaduras equipadas, o bien completamente desnudos si se alojaban en posadas. Un viajero no tenía espacio en su equipaje para delicadezas como prendas nocturnas; y por eso llevar un camisón era algo del todo innecesario para ella. No obstante, las cosas en la Orden eran distintas, y ni la armadura ni la desnudez de la chica eran lo más apropiado.
-¿Ya te vas a dormir?- preguntó él, tan sólo. Azura asintió, con una leve nota de rubor encendiendo sus mejillas.
-Este lugar es enorme, y me ha costado encontrar los baños. Ahora que volvía a mi cuarto aprovechaba para darte las buenas noches.
Dakarai suspiró con una sonrisa.
-Que descanses.
-Dakarai...-la chica se removió, algo inquieta. El elfo la miró con gesto inquisitivo.- Me da vergüenza admitirlo pero... soy un poquito torpe a veces. ¿Crees que lo haré bien en los entrenamientos de mañana? Me gusta mucho este lugar. Quiero quedarme con vosotros.
El chico se rascó la cabeza un instante.
Se acercó hasta ella caminando despacio y se detuvo cuando apenas los distanciaban unos pasos para mirarla un par de segundos en silencio. Con un sincero gesto de complicidad que transmitía sus mejores deseos hacia la chica, pusos sus manos en los hombros de ella y dijo:
-Lo harás estupendamente. Sé que lo conseguirás.
El tiempo pareció detenerse entonces por un instante.
Azura lo contempló con los ojos vidriosos, y luego simplemente rompió a gritar.
-¡Kyaaaaaaaaaaaaa, PERVERTIDO! ¡NO ME TOQUES! -y le propinó un golpe tan contundente, que Dakarai perdió la noción de lo que estaba ocurriendo, y para cuando consiguió recomponerse, estaba tumbado bocabajo en el suelo y ella se había marchado corriendo de su habitación.

Kisahj apareció en el camino, como surgido de repente de las sombras, escupido por la oscuridad nocturna, bajo aquella cortina de flechas plateadas que era la lluvia. El viento tempestuoso azotaba sus cabellos y su negra capa, y aunque lo empujaba con fuerza, el muchacho no prestaba la más mínima atención a las inclemencias del tiempo. Tenía una cita importante.
Al final del sendero, alumbrada por un pequeño candil titilante, se hallaba la figura encapuchada, que lo aguardaba en silencio y con paciencia, sin moverse del lugar.
Kisahj llegó hasta ella resoplando, y sin mediar palabra extrajo del interior de sus ropajes un sobre ya arrugado (de hecho, lo había arrugado él mismo aquella mañana). Su acompañante lo aceptó con cariño; podría decirse que casi con devoción, y tras mantenerlo entre sus propias manos unos segundos, la mujer se echó a temblar, emocionada, y se abrazó al ladrón.
-Creí que este momento no llegaría nunca -dijo ella, con la voz quebrada, hundiendo su rostro en el pecho del pícaro. Él alzó la vista a los cielos y dejó que el agua discurriera sin reservas por su frente, sus mejillas; su mentón. Suspiró largamente.
Había trabajado muy duro en los últimos meses para obtener aquella información, pero ahora que Yetmaja estaba entre sus brazos sentía que su esfuerzo había valido con creces la pena.
La sacerdotisa aún sollozó en silencio un par de minutos, en los que él se limitó a abrazarla con quietud. Cuando al fin se sintió capaz de hablar sin que las lágrimas la interrumpieran, la chica alzó el rostro para mirarlo, profundamente agradecida.
Pero también enormemente angustiada.
-Las cosas se han complicado; Kisahj -la joven enjugó rápidamente sus lágrimas para que él no la viese llorar, si bien aquél gesto carecía de sentido, pues el aguacero había camuflado su llanto todo el tiempo.
-¿Qué quieres decir? -inquirió él, con el corazón en vilo.
-Creo que sospechan algo.
-¿Quien?
Yetmaja tardó algunos segundos en responder. Fruncía el ceño, aterrorizada ante la propia idea de que sus sospechas fuesen ciertas.
-Una de las hermanas del templo. Ha insinuado conocer algo acerca de nuestros encuentros. ¡Dios mio, Kisahj, no se que voy a hacer!
-Tranquilízate -le ordenó el pícaro, con aquél control de la situación que ella necesitaba sentir que alguien tenía. Porque desde luego, la sacerdotisa no podia dejar de temblar.
-Si me descubren me expulsarán y lo sabes.
-Lo sé; pero no tienes por qué preocuparte. Te dije que me encargaría de todo. Quitaré de enmedio a todo aquél que se interponga en tu camino; Yet.
-Estás loco -la chica negó fervientemente.- No puedes hacer eso. No quiero que lo hagas.
Kisahj sonrió.
Pero era una sonrisa muy triste.
-Aún tenemos algo de tiempo, Yet. Quizás sólo sean imaginaciones tuyas y esa compañera de la que hablas no sepa nada en realidad. Lo prepararé todo para mañana mismo. Moveré cielo y tierra si hace falta. Tú sólo confía en mí.
Yetmaja asintió; con una única lágrima recorriendo su rostro, emborronada por el agua de la tormenta.
Pero para aquellos entonces, Kisahj ya se había perdido de vuelta por el sendero oscuro.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Si ya mencioné en el cap 1 que la aparición de la princesa fue el momento decisivo en que la aventura de Kisahj comenzaba, ahora las cosas toman su cauce con Yetmaja.
En la realidad... Ojalas las cosas hubieran ocurrido asi.

jueves, 3 de junio de 2010

EL PÍCARO DICE: 10

Capítulo 10

-Algún día; Gaia nos recompensará por esto. No sé por qué, pero algo me lo dice... una corazonada.
-Ya pues -Kisahj dio un coscorrón como quien no quiere la cosa a Yuri, que permanecía atado de manos y pies e iba cargado en la parte trasera del caballo del pícaro. Le habían cubierto la cabeza con un saco para que nadie pudiera reconocerlo - espero que la recompensa de Gaia sea sustanciosa y compense las ganas de rebajar gaznates que me ha dejado este imbécil.
Yuri blasfemó por lo bajo, sin que se le llegase a entender gran cosa debido a la tela que le tapaba la cara.
-No sé, Kisahj. Yo también lo hubiera ajusticiado sin pensarlo, pero... he sentido algo...Los designios de Gaia son claros. Ahora puedo verlos.
-Yaaaaa, ya -el pelirrojo elfo se rascó la cabeza, desinteresadamente.
Abordaban los caminos en dirección a la gran ciudad de Varanas, donde habrían de cobrar la recompensa de la misión para la Orden. Este era el modo en que las casas de caballería se ganaban el reconocimiento del pueblo; colaborando con los problemas de las gentes y haciendo bienes por ellos. A menudo, las recompensas incluían sustanciosas sumas que permitían nuevas adquisiciones a los caballeros, como sillas de montar o armas, pero por lo general, las misiones de bajo nivel como aquella sólo tenía como interés para la Orden ganarse el favor del populacho. Todo cuanto obtendrían por entregar al ladrón sería un certificado que justificaría a la princesa que Kisahj y Dakarai habían cumplido su trabajo.
-Oye Kisahj; me estaba preguntando...- el druida rompió la silenciosa paz que se había hecho entre ambos durante aquellos segundos, y el pícaro le lanzó una mirada cansada e interrogante. -¿Qué te traes ahora entre manos con aquella mujer...?
-¿Mujer? ¿Cuál de todas?- el ladrón sonrió, fingiendo no entender el comentario de su amigo, si bien era cierto que aquella pregunta tenía bastante sentido.
-Sabes de sobra cuál. La de esta mañana.
-Esta mañana he estado con unas cuantas.
-¡Deja de fingir que no sabes de lo que hablo, maldito idiota!- Dakarai arrugó el morro, fastidiado, y cuando Kisahj rompió a reir en carcajadas, decidió que era mejor autocontrolarse. Sacarlo de sus casillas era lo que su amigo pretendía.
-Bueno, ¿lo sabe Silver?
-¿Qué es lo que tiene que saber?
-Que, nuevamente, estás poniendo en juego la reputación de nuestra Orden de caballeros viéndote a escondidas con una chica de una afamada casa de Sacerdotisas.
-No creo que mis asuntos incumban a la Orden.
-Ya lo creo que sí -Dakarai rumió sus palabras antes de escupirlas. -Cuando se destape este escándalo, porque ocurrirá, buscarán al culpable de robar el honor de una de las virginales y castas sacerdotisas de la bruma. Esa gente se pasa la vida encerrada en templos rezando; sé lo que me digo. Para ellos su religión es lo más importante, y no la perdonarán bajo ningún pretexto. Ni siquiera aunque alegase violación. -El pícaro rió como respuesta a los comentarios de su amigo, que empezaban a desvariar sutilmente sin necesidad de que él interviniese en la conversación.
-Y más aún, cuando descubran que ese culpable es un caballero de nuestra Orden las cosas se van a poner bien feas. Tenemos una alianza con el Templo de la Bruma. Nadie con dos dedos de frente se la jugaría por una aventura de tres al cuarto... Si yo fuera Silver te habría puesto en la calle hace mucho -el druida lo achuchilló con la mirada, haciéndose eco de sus propias palabras, pero Kisahj se limitó a encogerse de hombros.
-Pero no eres Silver. Ella no haría nunca algo así.
-Confías demasiado en tus encantos, me parece a mí...
-Pues tú también deberías empezar a confiar. En mis encantos, digo. A la vista está que me las apaño. Y por Yetmaja ni te preocupes, en unos días todo habrá acabado.
-¿Cómo dices...? -Dakarai no acababa de entender a qué podía referirse su amigo. De todos modos, no llegó a saberlo, porque Kisahj espoleó vivamente su caballo y se perdió entre el gentío, por el enorme puente de la entrada principal de Varanas. El druida suspiró, agotado.
Ser amigo de Kisahj lo haría envejecer prematuramente.

La mujer acudió presto a recibirles.
Ninguno de los dos había esperado que al mando de los guardias de aquella ciudad, se encontrase una muchacha tan joven, y además tan atractiva. Su nombre, había dicho; era Teresa.
No había vacilado un segundo en comprobar que, efectivamente, era Yuri el bandido que tenía ante ella, y para cuando comenzaron los interrogatorios al ladrón, Kisahj y Dakarai se hubieron ya marchado de los dominios de la dama, y comenzaban a ensillar de nuevo los caballos para partir de vuelta. Como habían esperado, Teresa les facilitó el pequeño papiro que notificaba la captura del sibilino bandido, expedido directamente de su puño y letra. La carta blanca de los muchachos para empezar a ganar puestos en la Orden.
Dakarai se llevó las manos al pequeño morral que pendia de su costado izquierdo para guardar la recompensa de aquella misión, cuando se dio cuenta de algo.
-Mierda...- se quejó entonces.
-¿Qué?
-He perdido una bolsa de ingredientes. Debe haberse caído durante la pelea en el campamento de los bandidos.
-¿Quieres que volvamos a buscarla...?
-No, da igual -suspiró, buscando en derredor con la mirada hasta fijar la vista en un pequeño establecimiento, a unas decenas de metros. -Compraré las cosas en aquella tienda de la esquina; espérame aquí -le pidió el druida. Kisahj resopló.
Aguardó pacientemente cruzado de brazos y con la espalda apoyada contra el lomo de su caballo, y cuando perdió la cuenta de los minutos transcurridos, Teresa salió nuevamente de la tienda de los generales como una exhalación.
-¡Caballero! -lo llamó, a toda prisa. El ladrón se giró hacia ella; interrogante y servicial. -¡Tenemos un problema!

-Y yo que quería haberme ido a casa esta noche...- Dakarai se quejaba en voz baja, oculto tras las rocas. Parecía que la diosa fortuna no estaba de su parte aquél día.
-Deja de parlar; ha sido una suerte que aún estuviéramos por allí. De lo contrario podían haberle dado esta misión a otro cualquiera.
-¿Suerte, dices? Ves las cosas desde una perspectiva extraña.
-Ésta misión no nos la ha encargado la Orden, y por lo tanto, la recompensa irá directamente a nuestros bolsillos -Kisahj se frotó las manos con codicia; y el druida chistó.
-Vale, pues dime de una puñetera vez en qué consiste la dichosa misión; que me has traído a rastras sin darme una explicación siquiera.
-Ah, es cierto.
Lo era.
Apenas Dakarai había regresado de conseguir sus nuevos ingredientes en la tienda, cuando Kisahj lo había obligado a montar en su caballo y salir al galope a toda velocidad de allí. Sin entender del todo el motivo, ahora el druida estaba junto a su amigo, recluido tras una inmensa montaña y planeando algo que ni siquiera sabia qué era.
-Por lo que se ve, el tal Yuri no era trigo limpio...-comentó Kisahj, sin más.
-Menuda novedad. ¿Vas a decirme algo que no sepa?
-Hasta ahora creíamos que se trataba del simple cabecilla de una banda de salteadores de caminos. Sin embargo era bastante más que eso. Se trataba de un contacto camuflado entre dos bandos; uno de ellos es la Orden de Zurhidon.
-¡¿Cómo dices?! ¿Zurhidon?
-¿Te suena? -Kisahj arrugó el gesto, incrédulo.
-¡Por supuesto que me suena! ¡No es la primera vez que Fuenteplateada se ve asolada por su organización!. Es una especie de Orden terrorista que se mueve desde las sombras.
-Je. Pues el otro bando al que Yuri servía como mensajero es, ni más ni menos, que la Orden Blanca de Varanas.
-¿Cómo es posible? -Dakarai contuvo el aliento; sin duda bastante más consciente de lo que aquello significaba que el pícaro, quien a fin de cuentas, sólo estaba allí por la suculenta recompensa en monedas de oro.
-Los Zurhidon se han servido de la pequeña banda de tres al cuarto de Yuri para crear alboroto. Las Guardia Real de Varanas debía interceder en los altercados y era entonces cuando enviaban a los miembros de la Orden Blanca al campamento bandido. De este modo, Yuri y su contacto de la Orden Blanca intercambiaban información cifrada sin levantar demasiadas sospechas. Lo que los Zurhidon no esperaban era que la Guardia Real de Varanas sospechara de alguno de los miembros de la Orden Blanca y decidieran enviar a la Orden de Septentrion esta vez.
-Claro... todo cobra sentido.
-Así pues, recabaremos los datos que nos sea posible acerca del campamento de Zurhidon de este área para ayudar a organizar un ataque de la Guardia Real mañana mismo a primera hora -Kisahj volvió a sonreír, pletórico. Seguramente, imaginándose gastando el dinero de la recompensa en bebida y mujeres.
Dakarai se mordió la lengua, y asintió.

Cuando se asomaron al otro lado del escarpado montículo; divisaron el pequeño campamento.
Estaba compuesto por una decena de tiendas, y los hombres pululaban de aquí a allá con la tranquilidad de quien no puede imaginar un ataque inminente.
Lo cierto era que el campamento estaba bastante bien escondido.
Nadie que pasara por allí de casualidad habría sabido localizarlo, si no supiera exactamente dónde debía mirar; pues el enclave rocoso les procuraba una privacidad envidiable.
-¿Son esos...? -Dakarai hundió un poco más la barbilla en el suelo. Se encontraban en la parte más alta de la roca, tumbados para espiar al enemigo desde las alturas.
-Genial...-musitó Kisahj.
-Diría que hay, aproximadamente, una veintena de hombres.
-Podríamos con ellos de sobra, pero...
-Pero mejor no intentarlo, por si acaso -concluyó Dakarai, en lugar de su amigo.
-Tenemos que recabar la máxima información posible; no nos serviría de nada alertarlos, podrían hacer cualquier estupidez. Destruir documentos comprometedores; teletrasportarse a otro lugar... suicidarse.Vete a saber.
-¿Pues qué sugieres?
-Está claro que tenemos que infiltrarnos entre ellos, y está claro también que eres demasiado patoso para aventurarnos a entrar confiando en tu sigilo.
-¿No pensarás dejarme atrás? -Dakarai acuchilló con los ojos a su mejor amigo. Kisahj mesó su perilla un par de segundos.
-Se me ocurre otra cosa...

-Dime la verad; a tí te ha dado hoy por jugar a los disfraces -Dakarai masculló por lo bajo, y su voz natural sonó más apagada debido a la capucha y la máscara que le cubrían el rostro.
El inmenso manto perlado que era el cielo se alzaba sobre Fuenteplateada tan oscuro como la misma noche. Kisahj había aprovechado las sombras a su favor.
Trabajar en la oscuridad era mucho más sencillo para alguien como él, que se valía de su tenacidad y sigilo para deshacerse de sus enemigos.
Sin demasiados esfuerzos, consiguió mermar a un par de hombres para obtener los uniformes de la Orden, si bien se lamentaba de haber tenido que gastar un frasco de veneno para eliminarlos sutilmente, pues las manchas de sangre en la ropa habría podido alertar al resto.
-Deja de quejarte o vuelve a la montaña -chistó el joven pelirrojo, también oculto tras aquella oscura máscara que sólo dejaba ver sus hermosos ojos del color del fuego.
-Ni de coña. Mira; ésa parece la tienda del general al mando -señaló con la cabeza el emplazamiento más grande de todo el campamento, y Kisahj estuvo de acuerdo con la observación de su amigo.
-Voy a entrar- dijo; sin más.
-Vigilaré desde aquí -Dakarai se sentó sobre una pequeña roca cercana y extrajo de entre sus ropajes un cuaderno de viaje forrado en piel, y fingió ponerse a leer tranquilamente. Se trataba de la libreta en la que apuntaba las misiones que llevaban al día Kisahj y él, cuando aún eran cazarecompensas libres. Por un momento, algo parecido a la emoción lo turbó. Se estaba acomodando a la vida del caballero; y había empezado a olvidar la incertidumbre de la vida salvaje; cuando no sabían con certeza si al día siguiente tendrían un sitio donde comer o dormir.
Echó una mirada perdida hacia la tienda a la cual se había dirigido Kisahj.
Su amigo, por el contrario, no se había adaptado nada bien a la forma de vida que llevaba ahora. Supuso que Kisahj añoraba en cierta medida ese pasado que el propio Dakarai se estaba esforzando por borrar, y se sintió terriblemente culpable.
La pequeña cabeza del ladrón volvió a emerger de entre las telas de la tienda. Echó un vistazo a su alrededor antes de decidirse a salir; tan sutilmente que ninguno de los hombres que patrullaban aquella zona se percató siquiera de su presencia. Kisahj merodeó algunos minutos más por el campamento para no levantar sospechas, y finalmente volvió al enclave donde lo esperaba Dakarai.
-Hora de irnos -dijo el pícaro; sin más, y el druida se puso en pie.
La brisa de la noche les trajo el sonido repentino de las hojas de la arboleda al agitarse, descontentas, y desde la copa del roble más cercano, un enemigo se lanzó sobre ellos, con presteza.
La realidad fue más bien que cayó sobre Kisahj torpemente por casualidad; y Dakarai se apartó a tiempo con los ojos como platos.
El pícaro masculló torpemente, tumbado en el suelo bocarriba con su rival encima, e hizo algunos aspavientos con las manos para librarse de él. Cuando abrió los ojos, descubrió que no era únicamente la máscara que llevaba la que dificultaba su respiración. También los generosos senos de la muchacha que habían caído justo en su cara.
-¡Kyaaaaaaaa! ¡Los Zurjiñones me atacan! ¡Kukiiiiii!-gritó ella, histérica. Dakarai se apresuró a taparle la boca para que no alertara al resto del campamento, pero ya era demasiado tarde.
Kisahj se incorporó de nuevo, al tiempo que Raíces aparecía de la nada.Pero esta vez no venía a ayudarle.
Se lanzó sobre él como una bestia sedienta de sangre dispuesta a devorarlo.
-¡Raíces! ¿Qué demonios estás haciendo? ¡Para de una vez! -el espíritu lanzó un poderoso golpe contra el ladrón, y él apenas tuvo tiempo de esquivarlo,por cuanto no podía comprender que su fiel amigo se volviera de repente en su contra. El puño del ente de los bosques lo alcanzó de lleno en el costado y el muchacho salió disparado un par de metros.
-¡Kisahj! - gritó Dakarai, mientras trataba que la muchacha no escapara; pero ella le propinó un mordisco tan fuerte en la mano con la que le cubría la boca que el druida no pudo sino soltarla entre improperios.
Para aquellos momentos, el campamento entero se había acercado hasta ellos.
-¡Una intrusa! ¡Destruidla! -gritaban los magos-Dakarai chistó. Lanzó una mirada perdida a su compañero, que volvía a ponerse en pie justo cuando Raíces se echaba sobre él para atacarlo de nuevo. Pero, en aquél preciso momento; otro espíritu de roble apareció en sus naríces para contener al que pretendía atacar a Kisahj.
-¿Dos Raíces? -el pícaro no daba crédito a lo que veían sus ojos.
A su alrededor; todo era un caos.
Los espíritus luchaban ferozmente entre sí, produciendo roncos bramidos; como el del tronco de un árbol al partirse por la mitad,alcanzado por un rayo. Poco más allá; los Zurhidones acorralaban a la muchacha desconocida; y entre ellos, Dakarai continuaba fingiendo. Kisahj lo supo enseguida. Era hora de marcharse de allí.
Se acercó cautelosamente al druida, mientras a pocos metros se desataba una dura contienda entre la joven y los hombres más cercanos. El pícaro llamó la atención de su amigo.
-Nos marchamos -dijo simplemente, y echó a correr hacia las lindes montañosas, más allá de la arboleda que limitaba el campamento. Pero Dakarai no se movió del sitio, y Kisahj tuvo que deshacer sus pasos.
-¿Qué haces? ¿Quieres mover el culo de una vez?
-Ve tú; yo me quedo -con un rápido gesto, el chico se deshizo de la incómoda túnica que tanto estorbaba sus movimientos y extrajo su enorme martillo del cinturón. Aprovechó los momentos en que los miembros de la Orden de Zurhidon aún estaban distraídos con la muchacha para atacarlos por la espalda.
De un único golpe se deshizo de tres de ellos; dos de llos cuales no tuvieron tiempo ni de gritar por el dolor del ataque; ya que murieron en el acto. La muchacha cayó de rodillas en el suelo; rodeada por todos sus enemigos, Dakarai no dudó en lanzarse en su ayuda, pese a que los hombres ya habían empezado a atacarle a él también.
Kisahj chistó en sus adentros y se arrancó también las ropas.
Dakarai y su inalterable sentido de la justicia y el deber acabarían por matarlo prematuramente.

-Auch...- se quejó Kisahj. Era el tercer hechizo de curación que la muchacha desconocida lanzaba sobre él, y en lugar de la reconfortante mejoría a la que estaba acostumbrado cuando lo hacía Dakarai, lo habían sacudido tres pequeñas descargas eléctricas, que no hacían sino empeorar su mal humor.
-Ay, perdona. Ahora me saldrá bien -la joven se concentró un instante para acumular la energía en sus manos, y cuando creyó que el conjuro estaba listo, dirigió el gesto hacia el ladronzuelo.
-¡Agh! -gritó él nuevamente, y la miró de soslayo, entrecerrando los ojos con aire acusador.
-¡Perodón, perdón! ¡Esque estoy muy nerviosa! ¡Ahora lo haré mejor!
Dakarai puso una mano sobre el hombro de la muchacha, con gesto amable, y sonrió. En apenas un movimiento pudo curar perfectamente las heridas de Kisahj, sin esfuerzo alguno. Ella se entristeció enormemente.
-No te preocupes; ya mejorarás -la animó el druida, y en una fracción de segundo el rostro de la chica se había iluminado de felicidad. Tanto, que el elfo albino casi se sintió incómodo.
Era una chica preciosa.
Probablemente; la mujer más hermosa que habían visto en sus vidas.
Tenía el cabello del color de las ondas del mar; y sus ojos, cargados de pestañas, eran tan claros que parecían espejos. Sus labios; su pálida piel y sus sinuosas curvas. Todo era perfecto en ella. Y ninguno de los dos lo había pasado por alto.
-Mi nombre es Dakarai -el chico tendió su mano amistosamente para que ella la estrechara.Y lo hizo, quizás con más entusiasmo de lo que el elfo había esperado.
-¡Yo soy Azüra!-sonrió la aprendiz de druida -¡Y éste es Kuki! -señaló a su lado. Los dos amigos dirigieron la vista hacia el enorme espíritu de roble que pululaba por los alrededores, aparentemente ajeno a la conversación de los tres aventureros. Kisahj clavó sus ojos en él; pensativo. Después miró a Raíces.
Ignoraba que existiesen más de aquella especie.
Pensándolo bien; ni siquiera sabía de dónde había salido su amigo y no se había cuestionado el motivo por el cuál lo seguía allá donde fuera. Kuki parecía visiblemente más pequeño que Raíces.
El pícaro se preguntó si aquello tenía algún significado en especial.
-¿Tú también tienes un Kuki? -inquirió Azura entonces, observando con curiosidad al espectro, junto a Kisahj. Él bufó.
-En realidad; Kisahj lo llama Raíces -intervino Dakarai, en espera de apaciguar los ánimos de su amigo. Parecía ciertamente receloso con la chica por el incidente que casi les costaba la vida, minutos antes.
-Raíces es un nombre muy cursi -Azura sacó la lengua al ladrón, y sin cambiar un ápice su expresión, Kisahj ya iba desenfundando su daga venenosa cuando Dakarai lo obligó a guardarla de nuevo por la fuerza.
-Raíces es un gran nombre -lo tranquilizó el druida, como si fuera un niño pequeño.
-¿De dónde lo has sacado? -Kisahj habló entonces, con voz monocorde. Señaló al espíritu guardian de Azura, y ella se encogió de hombros.
-Lo invoqué yo misma.
-¿Cómo?
-Soy druida; ¿no? -resolvió ella, como si fuera lo más obvio del mundo.
-Pues hasta donde yo sé, esta cosa me ha estado siguiendo durante años y yo no soy druida -el chico frunció el ceño, extrañado, pero a Azura no le parecía nada del otro mundo.
-Azura; ¿dónde has aprendido a invocar a estas criaturas? -Dakarai comenzó a interesarse por ella de un modo más profundo de lo que había considerado en un inicio. Se moría de ganas de saber cómo la muchacha había logrado aquello.
-La magia de los druidas guardianes es así.
El elfo albino abrió la boca en forma de O.
Empezaba a comprenderlo todo.
Kisahj, sin embargo, alzó una ceja en señal de disconformidad, y su amigo se dispuso a explicarse mejor.
-Los druidas para completar nuestra formación debemos estudiar tres ramas básicas de los hechizos; que son curación, ataque e invocación. En cierto momento de nuestro aprendizaje, los conjuros llegan a requerir tanta energía y concentración para aprenderlos que el estudiante debe elegir al menos una rama que desechar y continuar estudiando las otras dos.
-¿Y qué con todo eso? -Kisahj lo miraba como si Dakarai estuviera perdiendo la chabeta; no se enteraba de nada en absoluto.
-Yo renuncié a la invocación...- el elfo se rascó la cabeza, levemente azorado. -Así que no sabía que Raíces era un espíritu llamado por la magia arcana druida.
-Pues -Kisahj se sintió como si estuviera en mitad de una encruzijada. Por un momento,todo cuanto deseó fue volver a casa. Pero luego recordó que no tenía casa a la que ir -peor me lo pones. Tenía la esperanza de que dijeras que lo habías invocado tú -señaló a su mejor amigo con aire acusador, pero dejando entrever un atisbo de broma.
-No es necesario -intervino Azura entonces. -Cualquier druida que haya estudiado la invocación, es decir los llamados druidas guardianes, pudo hacerlo.
-¿Y me sigue a mí? No tiene mucho sentido.
-Bueno; quizás esa persona deseaba que su espíritu te protegiera.
Kisahj sintió que algo lo golpeaba desde dentro.
Algo oscuro, y profundo; algo tan enterrado entre sus entrañas que creyó que le arrancaría el alma. La boca se le secó y el corazón se le aceleró hasta ser audible para los druidas, que se miraron extrañados entre sí.
-Kisahj, ¿crees que a Raíces lo ha enviado...? -pero el pícaro cortó aquella pregunta súbitamente, con una mirada amenazadora. Dakarai se contuvo y retrocedió un par de pasos.
Cuando el joven se marchó de allí a paso ligero, su amigo aún esperó algunos segundos para decidirse a seguirle. Suspiró; cansado.
No tenía remedio.
Sabía que el tormento que consumía al ladrón por dentro no acabaría hasta que regresara a buscarle.
A su hermano perdido.
-¿He dicho algo malo? -Azura hizo un adorable puchero, y por un momento Dakarai se olvidó de Kisahj y sus problemas.
-No; todo está bien. Tranquila.
-Chachi; porque quizás me pasé un poco. Raíces no es un nombre tan feo.
El chico sonrió.
-¿Qué piensas hacer ahora? -le preguntó a la muchacha; manteniendo aquél gesto afable que le era tan propio. Ella cruzó las manos detrás de su espalda adorablemente, y echó a andar junto al druida por el sendero, siguiendo la estela de Kisahj, quien se perdía ya a solas por el horizonte.
-Volveré a la ciudad, y cobraré por mi misión -sonrió abiertamente, y el elfo no pudo evitar pensar que su trabajo lo habían hecho él y Kisahj, pero no dijo nada.
-De acuerdo; ven con nosotros entonces -le ofreció a la chica, y ella asintió.-Pero sólo hasta la ciudad, ¿eh? -recalcó él, por si acaso.
-Sí; ya lo he entendido.

Sólo hasta la ciudad.

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By Rouge Rogue


Reseñas: El asalto al campamento de Zurhidon fue real. Se apostaban (y de hecho,allí siguen) en la zona noreste de Fuenteplateada, y con lvl 18 ya me dedicaba a hacer incursiones por allí. Cierto día Dakarai se ofreció a acompañarme; y tuve de golpe todos los problemas que no había tenido nunca, ya que, como pícaro, solía entrar y salir de allí con bastante facilidad.
Él por el contrario, con su fantástico aggro, no sólo se contentaba con atraer a los magos sino que aquella vez vino con 3 avestruces coloridos de la zona colindante pisándole los talones.

En cuando a Azura; espero que te guste el modo en que he decidido meterte. Tan torpe y olvidadiza pero sumamente adorable como has sido desde el principio ;)