martes, 15 de junio de 2010

EL PÍCARO DICE: 13

Capítulo 13

La resplandeciente luz de los hechizos se apreciaba en la lejanía.
Conforme se acercaba al castillo, el sonido de los cascos de su caballo al galope se vio ahogado por el ensordecedor entrechocar de espadas, dentro de los muros del patio. El corcel relinchó, molesto, cuando Kisahj tiró de las bridas para frenar en seco, y aun dio una vuelta sobre sí mismo, trotando encabritado por los ruidos. El ladrón bajó a toda prisa de su jaca y, sin perder el tiempo, se encamino hacia el interior del recinto.
Dentro todo era caos.
Los guardias estaban luchando encarnizadamente, y el joven ni tan siquiera supo contra quién. Pero no le importaba lo más mínimo. Tenía prisa.
Mucha prisa.
Tomó la precaución de mantenerse al margen de la contienda, utilizando las sombras de los altos muros colindantes para deslizarse con sigilo hacia la torre principal. Echó un vistazo rápido al interior de la fortaleza; donde el revuelo era notable, y optó por escurrirse hacia la parte trasera de los jardines. Se ajustó con fuerza los guantes de cuero y se deshizo de su oscura capa aterciopelada, y como otras tantas veces, hundió tan firmemente como pudo los dedos entre los bloques de piedra de la pared, y comenzó a escalar.

Se alejaron de la Orden tan deprisa como les permitían sus piernas a través de los vastos senderos que discurrían por el bosque. Yetmaja sentía que su cuerpo estaba exhausto; llevaba algunas noches sin descansar por culpa de la incertidumbre; y Dakarai la arrastraba tras de sí sin que ella pudiera reaccionar debidamente. No obstante; un único pensamiento la alentaba.
El de obtener su libertad; al fin.
E ir en busca de su hija.
Sonriéndose a sí misma por mantener aquella esperanza; se infundió fuerzas para no desfallecer y aguantar el ritmo del druida. Si lograban cruzar la frontera del reino; todo aquello habría terminado.
Pronto comenzó a llover de nuevo.
La tormenta rugió pesadamente al descargarse sobre los campos de Taborea, y en cuestión de segundos ya les resultaba imposible ver por dónde pisaban, de tan espesa como era la cortina de agua. La tierra de los caminos se convirtió en fango, dificultándoles aun más la huída.
Y para cuando quisieron darse cuenta; se habían perdido en el bosque.
-Mierda...- masculló Dakarai, mirando a todas partes sin lograr orientarse. El cabello se pegaba a su rostro en la frente y los pómulos por efecto del agua. Sus ropas se calaron hasta hacerse enormemente pesadas, y comenzó a sentir que el barro les alcanzaba por encima de los tobillos. -¡Deberíamos esperar a que escampe! -gritó, para hacerse oír por encima del estruendo de la lluvia. Yetmaja se acercó hasta él, tratando de mirarlo a la cara y distinguir sus facciones.
-¡Pero no tenemos tiempo!
-¡No llegaremos muy lejos con este temporal! -negó con la cabeza enérgicamente.
-¡Nos atraparán! ¡No podemos...!
-¡Confía en mí! -el druida tomó las manos de la chica entre las suyas propias para infundirle su apoyo incondicional. En la mirada del elfo había determinación y valentía.
Yetmaja no podía hacer menos que acceder a lo que el chico le pedía.
-¡Pronto amainará la tormenta!- añadió él entonces, poniéndose de nuevo en marcha para conducirla a través de los árboles cercanos. Una vez lo bastante alejados del camino, el muchacho buscó con la mirada un lugar apartado en el que guarecerse. Se acercaron hasta un nervudo y anciano tronco de árbol que se retorcía sobre sí mismo en grotescas formas, sirviendo de abrigo natural. Dakarai hizo un leve movimiento de mano, y las ramas más bajas del árbol se combaron sobre sí mismas para servirles de techumbre. Alli abajo, en completa penumbra, el suelo estaba relativamente seco.
-Esperaremos hasta que podamos avanzar...-dijo el chico. Le hubiera gustado poder encender un fuego para mantenerse en calor, si bien no sólo era poco recomendable dado que la luz de las llamas podría delatarlos en la distancia; sino que también parecía imposible que nada pudiera arder alli con aquella humedad. Con estos pensamientos ocupando su cabeza, Dakarai reconoció que la ayuda de su mejor amigo le habría resultado muy útil en aquella situación. No por nada era un elemental de fuego.
Pero, ¿dónde estaba Kisahj, y porqué no había regresado a por Yetmaja?
-Todo saldrá bien, no te preocupes...-dirigió una mirada tranquilizadora a la muchacha, pero ella se había apoyado sobre el hombro del druida y había vuelto a dormirse.

Abrió la ventana de una patada y saltó al interior de la habitación. Echó un vistazo rápido a la estancia, pero estaba vacía. Dakarai no estaba allí.
Jadeando levemente por el esfuerzo, Kisahj se encaminó hacia la salida del dormitorio; tenía que encontrar a Yetmaja como fuera. Estaba seguro de que la joven había acudido a la Orden, porque no tenía nadie más a quien pedir ayuda. Ahora debía darle alcance antes de que lo hiciera la Hermandad de la Bruma.
Echó a correr por el pasillo, con las ropas caladas por el agua, y antes de que pudiese alcanzar la esquina más cercana, una voz lo llamó, suplicante.
-¡Kisahj!-dijo la chica. Él le dedicó una mirada rápida, y la joven lo aferró por el brazo con fuerza, para impedir que se marchase. -¿Qué está pasando? ¡Tengo miedo!
-Azura, métete en tu cuarto y no salgas de allí. No es nada grave, no tienes por qué preocuparte -le ordenó él.
-No quiero estar sola; déjame ir contigo.
-Tengo prisa -Kisahj resultó tajante, pero la elfa no pareció darse por vencida, aun así.
-Si estás buscando a Dakarai...
-¿Le has visto? -Entonces fue el pícaro quien la aferró con fuerza por los hombros, clavando su mirada en los ojos de la mujer, mientras ella asentía apresuradamente.
-Abandonó el castillo y se fue al bosque. Iba con una chica muy guapa vestida de blanco.
Kisahj suspiró, a medio camino entre el alivio y el fastidio. Había esperado que Dakarai supiera qué hacer con ella, pero internarse en los bosques en un día de tormenta como aquél no haría sino dificultar su trabajo. El ladrón chistó por lo bajo y echó a correr por el pasillo, en dirección a las escaleras.
Azura aguardó un par de segundos de pie, en mitad del corredor.
Después se dispuso a seguir a su amigo.

Apenas cuarenta minutos después, amainó la tormenta. Dakarai abrió los ojos, adormecido, con la ligera impresión de que su extraña aventura no había sido más que un sueño. Pero allí estaban.
Solos; en la oscuridad.
Perseguidos.
Yetmaja se removió débilmente entre los brazos del muchacho. Él no lograba recordar en qué momento había pasado el brazo por encima de los hombros de ella, pero se retiró lentamente, para despertarla con delicadeza.
-Yetmaja...-la zarandeó levemente.- Tenemos que irnos.
La chica abrió los ojos; confusa. Parecía sentirse tan desorientada como el propio Dakarai, y tras restregarse un par de veces la cara con las manos, miró al druida, con los ojos desorbitados.
Y gritó de terror.
Se apartó de su lado a toda prisa, poniéndose de pie y alejándose algunos metros sin dejar de encararlo.
-¿Qué...?- Dakarai no supo lo que le ocurría a la muchacha hasta que sintió que sobre su cabeza, algo ajeno se movía. Con el corazón en un puño, se giró lentamente para descubrir un nervudo rostro amaderado, que lo observaba con fijeza.
Se miraron el uno al otro un instante.
Luego Dakarai salió a toda prisa de allí, al tiempo que el enorme ent lanzaba una de sus más poderosas ramas sobre el muchacho, y golpeaba con furia el lugar que había ocupado momentos antes.
-¡Corre! - gritó el druida.
Se lanzaron a una estrepitosa huída a través de los robledales, humedecidos por las lluvias del temporal. En su carrera, ni la sacerditosa ni el elfo podían prestar demasiada atención al suelo en el que pisaban. Las ramas bajas de los árboles vecinos pasaban por su lado a toda velocidad, pero el estruendo de las pisadas del ent que los seguía de cerca ensombrecía con creces todas sus demás preocupaciones. En plena huída, Yetmaja vislumbró un pequeño pasaje entre árboles, tan estrecho que bien la criatura hubiera tenido problemas en caber por allí. Sin pensárselo dos veces; tiró de la mano de Dakarai y lo hizo virar de su trayectoria, y ambos se internaron entre los encinos con la ligereza de las gacelas para oír, apenas un instante después, que el gigantesco Ent chocaba de lleno con los troncos de los árboles. Gruñendo, furioso, con un sonido perturbador que recordaba a la profundidad más arcana de los bosques, el ent ordenó a los árboles apartarse de su camino, y éstos obedecieron. Se abrieron en abanico hacia los lados, sumisos como ovejas a las órdenes del pastor, y la criatura se adentró tras los muchachos en el campo de coníferas.
-¡No hemos logrado despistarle! -gritó Yetmaja, jadeando por la carrera. El chico únicamente chistó.
-¡Tenemos que salir de aquí! ¡El bosque es su terreno! -Giró de nuevo para conducirla a los exteriores, pero ni con ello el ent se dio por vencido. Cuando se abrieron paso a la verde pradera enfangada; Dakarai hubo de frenar súbitamente, con el gesto descompuesto, y Yetmaja chocó con sus espaldas.
A los pies de los muchachos, un inmenso precipicio se abría, tan profundo, que las nieblas impedían ver el final. Mirara donde mirase, el gigantesco cañón ocupaba su vista, y Dakarai supo entonces que no tenían más alternativa que hacer frente a su enemigo.
Yetmaja gimió asustada, cuando la criatura finalmente les dio alcance.

La mujer se acercó con paso decidido y autoritario hasta el caballero, envuelta en una elegante túnica aterciopelada de color blanco, con hermosos bordados azules adornando sus mangas y su capa. Movió apenas perceptiblemente la cabeza para apartar el cabello de su rostro, y tras la salvaje melena rizada aparecieron unos ojos acusadores y fríos como el hielo.
Klaud sin embargo, mantuvo en todo momento la compostura.
-Con la venia, caballero. ¿Habéis encontrado a nuestra discípula?- inquirió ella, en representación de todos los miembros del consejo de la Hermandad de la Bruma, quienes la resguardaban, a unos metros de distancia.
Por su parte, los caballeros de la Orden de Septentrion esperaban tras su general pacientemente, con las armas en ristre.
-Me temo que en el transcurso de la búsqueda, hemos sido asediados por algún grupo de rebeldes-dijo el caballero, y la mujer asintió.
-¿Ha habido consecuencias importantes? -se interesó ella, echando un rápido vistazo a los hombres que custodiaban el patio.
-No. Por suerte; eran un grupo pequeño, sin otro interés que el de incordiar. Nada grave. Sin embargo, nuestro temor inicial a un asalto organizado nos impidió centrarnos en la búsqueda de la sacerdotisa desaparecida- alegó el muchacho, con tal convicción, que casi parecía que realmente se arrepentía de no haber entregado a Yetmaja. Su interlocutora se mordió el labio inferior y chistó.
-No es culpa vuestra. Confío en que, ahora que ha pasado el revuelo, podréis uniros a nuestra partida de rastreo -señaló a las jóvenes que la acompañaban, y el caballero accedió cortésmente.
-Por supuesto -dijo.
Había hecho todo cuanto estaba en su mano para retrasar aquél momento. Sin embargo, ya no podía seguir esquivando sus obligaciones como paladín, por mucho que le doliera. Únicamente deseó que, a aquellas alturas, Dakarai estuviera con Yetmaja lejos.
Muy lejos.

El halo azulado envolvió mágicamente al druida en el momento en que las ramas que hacían las veces de brazos del ent cayeron sobre él, aplastantes, y el hechizo repelió el ataque de la criatura. Yetmaja lo había invocado justo a tiempo para salvar al elfo del doloroso golpe, y Dakarai no perdió la oportunidad de lanzarse contra el monstruo; martillo en mano. Hasta tres veces descargó, con toda la fuerza de que fue capaz, el poder del arma contra él, sin resultados aparentes. La poderosa armadura del roble absorbía todo el daño que el chico pudiera hacerle físicamente, y él chistó por lo bajo. Arrojó a un lado el martillo y se dispuso a luchar con ayuda de su magia, y apenas un deseo del joven bastó para que las espinosas zarzas que lo obedecían a voluntad azotaran sin piedad al enemigo. Pero poco podían ellas hacer.
Las gruesas púas de las plantas se enganchaban en la rugosa corteza del árbol, pero él no sentía ningún dolor. Tiraba de ellas sin miramientos, arrancándolas de los suelos y haciéndolas añicos.
Una pequeña esfera acuosa acudió a la llamada de Yetmaja, quien había preparado el hechizo durante todo aquél tiempo. En la oscuridad nocturna, la estela añil del conjuro dibujó un camino impalpable en el aire cuando fue a estrellarse de lleno contra el ent. Mil gotas de agua salieron disparadas en todas direcciones por la contundencia del impacto; y el ent se tambaleó levemente.
Si bien, al cabo de un par de segundos; volvía a estar en pie como si nada, y visiblemente más airado.
Yetmaja ahogó un grito.
Aquél había sido su mejor conjuro, y no había servido de nada. Tampoco parecía que los ataques de Dakarai fuesen a resultar de utilidad; y la única huída posible consistía en regresar por donde habían venido. Y entregarse.
-¡Cuidado! -Dakarai se arrojó sobre la muchacha para apartarla de la trayectoria del ataque de su adversario. La rama de la criatura pasó sobre sus cabezas y se enarboló hacia el cielo un instante, para volver a arremeter contra ellos. Rodaron por los suelos, llenos de barro, y con las manos y pies hundidos en el fangal, supieron que no tendrían tiempo de levantarse.
De nuevo, la incorpórea pared azul los cubrió como una cúpula protectora para mantenerlos a salvo de la ira del monstruo. Yetmaja canalizó hacia el hechizo toda la energía que le quedaba.
Pero, tarde o temprano, el escudo desaparecería.
El sonido seco del golpear de la madera llamó la atención de Dakarai.
El ent se giró sobre sí mismo para mirar a sus espaldas, y al hacerlo el druida y la sacerdotisa descubrieron, con alivio, una daga clavada en la corteza del árbol.
-Kisahj...- musitó el elfo albino, y aprovechó aquél instante para ponerse en pie y apartar a Yetmaja del alcance de la criatura.
Pronto, la figura del pícaro surgió de entre las sombras para lanzarse contra el enemigo sin contemplaciones. Las dagas gemelas refulgieron un instante, bruñidas por la luz de la luna, que comenzaba a asomar por entre las nubes grises. El ent bramó, enfurecido, cuando Kisahj arremetió contra él lanzándole con presteza los dos cuchillos, y aún extrajo un par más de puñales y saltó sobre su rival para acuchillarlo incansablemente. Aferrado a la parte superior del árbol, Kisahj salió despedido cuando éste se removió con violencia, airado por la intrusión, pero pícaro no tuvo problema en caer de pie.
A una distancia de escasos metros, el ladrón y la criatura se miraron un instante.
El chico alzaba las dagas en posición defensiva, pero el ent simplemente permanecía de pie, como si a aquellas alturas luchase torpemente por respirar.
Rugió.
Era un sonido triste y profundo, como venido de las mismas entrañas del bosque.
Y finalmente; se desplomó, vencido por los venenos de las armas del elfo pelirrojo, que lo habían corrompido por dentro en apenas cuestión de segundos. Con todo, Kisahj hubo de reconocer que el ent había aguantado estoicamente el asalto. Nunca un enemigo había sobrevivido a una de sus dagas venenosas; y en aquella ocasión fueron cinco las que había necesitado.
Aún tardó un par de segundos en relajarse y poder dirigir una mirada rápida a sus amigos. Yetmaja y Dakarai se acercaron corriendo; y el ladrón tuvo la impresión de que el druida lamentaba profundamente la muerte de la criatura, pero no dijo nada. En cambio, se volvió a toda prisa hacia Yetmaja.
-No tenemos tiempo. Firma esto -dijo, extendiendo un papel húmedo a la muchacha.
Ella lo miró a los ojos y no vaciló un instante.

Peinaron el bosque incansablemente.
Atravesaron las estepas colindantes al macizo boscoso, y Klaud había puesto todo su empeño en que no fuera así, pero finalmente los encontraron. Kaldezeit le regaló una mirada dubitativa; con el gesto desgarrado; a sabiendas de lo que ocurriría a continuación. El caballero inspiró profundamente y apartó la vista del niño cuando gritó:
-¡En nombre de la Real Orden de Caballería de Septentrion! ¡Entregáos!
Toda la guardia acudió a su llamada, para formar, mientras se acercaban a paso ligero y decidido hasta las figuras recortadas contra el cielo de la noche.
Los miembros de la Hermandad de la Bruma cercaron el lugar para evitar que Kisahj, Dakarai y Yetmaja pudieran escapar. De cualquier modo, los jóvenes se encontraban en el centro del claro, y encaraban sin temor a sus opresores.
Tenuemente iluminado por la luz de la luna, Kisahj se encontraba el primero. A sus espaldas, Yetmaja y Dakarai aguardaban, expectantes, las palabras del pícaro. Pero fue Klaud el primero en hablar.
-Por orden de la Real Casa de Caballeros de Septentrion; debéis entegar a la sacerdotisa de nombre Yetmaja para su juicio y ajusticiamiento en pos de...
-Ya podéis volveros por donde habéis venido -lo cortó tajantemente Kisahj, y Klaud apretó los dientes. Si bien era cierto que nunca se había llevado muy bien con el pícaro, no esperaba tener que recurrir a un enfrentamiento público. Confiaba en que el ladrón fuese lo suficientemente avispado para saber que, si se oponía a las órdenes de un superior, sería inmediatamente apresado. Así pues, trató de armarse con paciencia.
-Caballeros; os ordeno que os apartéis inmediatamente. -Habló entonces la portavoz de la Hermandad de la Bruma. La mujer de rubio cabello se adelantó un par de pasos para enfrentarse con el elfo, pero él no cambió un ápice su expresión. -No tenéis nada que ver en este asunto. Las normas de nuestra Hermandad estipulan claramente que los juicios a las sacerdotisas competen a nuestra organización. Así pues, no pongáis en juego vuestra reputación por un error que no es el vuestro.
Kisahj dibujó una sonrisa a medias.
Tenía los ojos cargados de aquella astucia maliciosa que le era tan propia, y la observó algunos segundos ladeando la cabeza, con la curiosidad felina de un guepardo a punto de saltar sobre su presa.
-Has hablado bien; mujer -dijo, únicamente, y extrajo un pergamino arrugado del interior de su chaqueta. Lo extendió para que ella pudiera verlo.
Todos los presentes aguardaron en silencio aquellos instantes, sin entender qué estaba ocurriendo. La portavoz de la Hermandad aún tardó en decidirse; pero finalmente echó a andar hasta Kisahj, salvando la decena de metros que los distanciaban, y tomó el pergamino entre sus manos. Lo leyó rápidamente, deslizando sus ojos a toda velocidad por los caracteres del documento, y su gesto se truncó desagradablemente.
-¿Qué significa esto?- señaló el trozo de papel, azotando a Kisahj con la mirada. La sonrisa del elfo se ensanchó aún más.
-Esto significa que, como bien habéis recalcado vos, tenéis competencia para juzgar a las sacerdotisas de la Hermandad. -Se regodeó en aquellas palabras.- Pero en lo que se refiere a los soldados de la Orden de Septentrion, de la justicia se encarga nuestra adorada princesa.
-¡Esto es un ultraje!- la mujer miró a sus compañeras primero, y a todos los hombres de la Orden. Finalmente, clavó sus ojos heridos en Klaud, pero él no se dio por aludido.
-No es un ultraje, mi lady -Kisahj arrebató el pergamino a la doncella de las manos y volvió a enrollarlo con cuidado. -Es un contrato firmado por la señorita Yetmaja, accediendo a ser mi escudera, y aprobado por la propia Princesa Silvermooncold en persona. Eso, irrefutablemente, convierte a Yetmaja en una miembro de nuestra Orden, por lo que es presumible que no tenéis que preocuparos más por ella.
La mujer aprentó los labios y deseó fulminar al muchacho con la mirada. Aún más, cuando el chico le lanzó un seductor guiño, que la hizo ponerse de los nervios.
-En ese caso -intervino Klaud entonces - será mejor que regresemos a la Orden. Parece que va a empezar a llover otra vez.

El sol volvió a ponerse; una vez más.
El verano tocaba a su fin con un hermoso atardecer anaranjado, que bañaba de ocres los campos de Taborea. Desde lo más alto del tejado del castillo, Kisahj contemplaba el brillante astro rey como si no fuese más que una moneda de cambio corriente. Con la expresión de tedio de quien puede alargar la mano y hacerse con ella en cualquier momento.
No apartó los ojos del paisaje cuando sintió la presencia de Dakarai, quien torpemente se acercaba hasta él atravesando las finas cornisas con la presteza de una sardina en un concurso de salto de longitud. Cuando alcanzó el lugar donde se encontraba el ladrón, se derrumbó a su lado, resollando con la boca abierta.
-Arf, enserio, estas cosas que haces no pueden ser buenas para la salud...- se quejó el chico, pero Kisahj no dijo nada. Solamente sonrió. -¿Qué haces aquí? Te pasas las horas solo.
-Me escaqueo del trabajo...-se excusó el pelirrojo elfo.
-Si, ya...- Dakarai se incorporó, agotado, para quedar sentado junto a su mejor amigo, y dejó que los pies colgaran por el borde del tejado. -¿Estabas pensando otra vez en Yetmaja?
Kisahj tardó algunos momentos en responder.
Finalmente asintió, despacio.
-¿Cuánto hace que se fue? ¿Un mes? ¿Mes y medio?
-Tres meses -respondió con desgana el pícaro. Dakarai puso la boca en forma de O.
-El tiempo pasa deprisa.
-Me pregunto qué será de ella ahora...me hubiera gustado, al menos, poder despedirme. -Kisahj parecía hablar más para sí mismo que para su compañero, pero él se encogió de hombros de cualquier modo.
-Quizás simplemente no se sintió con fuerzas para decir adiós. -Intentó el drow consolar al ladrón.- O tal vez... Tal vez no dijo adiós porque piensa volver algún día.
Kisahj se echó a reír.
Era una carcajada rendida y hermosa.
Alzó la vista al cielo, con aquella sempiterna mueca de vanidad surcando su rostro, y sin querer admitir que la echaba de menos.
- A quién le importa -dijo, solamente.
Y Dakarai suspiró.

A quien.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Y a día de hoy; sigue sin volver.

8 comentarios:

  1. Pero mantenemos la esperanza de que un día volverá :)

    Y la recibiremos con los brazos abiertos, como si nunca se hubiese marchado...

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  2. yo tb creo que volvera, antes o despues, muy currado el cap kiss, enorabuena :-))

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  3. wooo la historia a mejorao tela quiero mas!! xDD
    Naneee olaaaa te dije q diria algo por aqui dedicado a ti pero nose qponerte :P asi q aqui tienes esta xapuza xDD

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  4. Vaya caca de paladín y de comentario xD Klaud hijo, esmérate porque de seguir así no ligarás jamás. Nane, me lo he pasado muy bien hoy en abadía y haciendo botellón en mi casa xD Siento de verás que murieras las dos veces, te prometo que la próxima vez estaré siempre a tu lado para que no te pase nada ^^

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  5. dejalo probe, lo importante es que cumplio la promesa. Las muertes de abadia, na las dos fueron culpa mia, en una me cai... en la otra.... eldel no m pidio que lo curase yo lo cure porke quise^^, ya todos sabemos que la tengo una ligera debilidad por morirme cada 2 x 3. Y lo del botellon m toca darte las gracias por explicarme la movida de agregar a la gente y todo eso^^

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  6. Es lo que pasa cuando eres curandera. El pj al que curas solo se gana la atención del bicho al que le está pegando. Los agregados que pululan a su alrededor irán a por tí en cuanto lances el hechizo xD

    No me des las gracias porque lo hago encantado :)

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  7. ........... si vais a abadia..xD y llego yo con too el morro y toditos los cristales para mi :P juasjuasjuasjuas aunque nane murio por mi culpa :/
    .....nos cortaron el rollo con el mantenimiento asqueroso -.-

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