domingo, 13 de junio de 2010

EL PÍCARO DICE: 12

Capítulo 12

Aquella mañana se presentó triste y gris; tan nublada que Dakarai sentía dolor de cabeza. Resopló con fastidio mientras se afanaba en desempacar su equipaje de la noche anterior, y aún el mediodía cayó sobre Taborea sin que el druida se diese cuenta, por cuanto el encapotado cielo impedía que llegara la luz del sol.
Cuando bajó al enorme comedor, acuciado por el hambre, notó un extraño revuelo a las puertas del castillo. Y entre todas las figuras que iban y venían, una llamó especialmente su atención.
Klaud.
-Mi lady, ruego me disculpéis, pero no puedo dejaros pasar sin una acreditación. -Decía él. -Ésta es la morada de la Princesa Silvermoon y...
-Necesito verle. Os lo ruego; vos no lo comprendéis -la doncella se aferró con fuerza a la sobrevesta del caballero, pero él no hizo el más mínimo intento de librarse de ella.
-Le aseguro que lo lamento en el alma, pero...comprenda que son circunstancias muy especiales... Usted es una sacerdotisa y necesita un dictado del Templo de la Bruma para venir aquí... son las condiciones de nuestro tratado.
-Es muy urgente; sólo él puede ayudarme, por favor -La voz de Yetmaja comenzaba a quebrarse por los nervios. Klaud sintió que se le partía el alma.
-¿Yetmaja? - intervino Dakarai. -La muchacha alzó la vista, esperanzada, y al ver al druida sus ojos se iluminaron.
-Vos sois el amigo de Sir Kisahj -lo reconoció enseguida. -Por favor, tenéis que ayudarme -las lágrimas escapaban a su control y con un gesto suplicante se encaminó hacia el chico. Dakarai y Klaud intercambiaron una mirada seria.
Apenas un segundo.
Y el paladín asintió.
-De acuerdo; seguidme - indicó el druida a la muchacha que lo acompañara, y ella asintió presurosa, enjugando sus lágrimas y esbozando una tímida sonrisa de agradecimiento al joven.

Dakarai cerró con cuidado la puerta de su dormitorio.
Yetmaja paseó con curiosidad poco disimulada sus redondos ojos por los detalles de la estancia, y se sintió aún más pequeña y desprotegida. Se había pasado toda la vida encerrada en el templo y no había conocido jamás la libertad. Su existencia era tan infinitamente humilde, que el simple hecho de estar en un lugar como aquél se le antojaba desmesurado.
-Disculpad que os haya traído aquí -se excusó ante todo el elfo. -No es el mejor lugar para una reunión privada, pero a estas horas el castillo rebosa actividad, y es presumible que no convendría que se aireara demasiado vuestra visita.
-Sí -aceptó Yetmaja. En realidad, le importaba poco lo que dijesen de ella. Tenía otros asuntos más importantes en la cabeza.
-Tomad asiento si lo deseáis- la invitó el muchacho, y ella retrocedió sutílmente hasta acomodarse en el borde de la lujosa cama, mientras Dakarai hacía lo propio en la silla de su escritorio.
-No sé por dónde empezar. Estaba buscando a Sir Kisahj -la chica hundió la vista en el suelo, avergonzada.
-No he tenido noticias suyas hoy. Salió temprano por la mañana, y no ha regresado.
-Ya... -Yetmaja suspiró largamente, estrechando entre sus manos las faldas de su túnica blanca. -Debe estar ocupado con los preparativos; tal como me prometió.
-¿Preparativos?
La doncella miró al druida, inquisitiva.
-Deduzco por vuestras palabras que Sir Kisahj no os ha contado nada sobre nosotros.
-Deducís bien.
Aquello arrancó una pequeña sonrisa de los labios de la dama. Una sonrisa de gratitud.
-Ha sido tan bueno conmigo todo este tiempo... Y no se lo ha contado a nadie. Nunca podré pagárselo.
-Mis más sinceras disculpas -la interrumpió Dakarai. -Pero no estoy especialmente orgulloso de estos..."encuentros", que pueden poner en peligro la reputación de nuestra noble Orden. Sin duda Sir Kisahj ha obrado precariamente.
-No; por favor. Os ruego no digáis eso -defendió al pícaro la mujer. -No conocéis la empresa que lo ha empujado a semejante locura.
Dakarai sonrió, algo escéptico.
-Mi lady; creo conocer bien a mi mejor amigo. Sus "empresas" para con las damiselas no son muy difíciles de imaginar.
Yetmaja comprendió de súbito a qué se refería Dakarai, y sintió que se ruborizaba por momentos.
-Os quivocais -alegó; rápidamente. -Sir Kisahj no... él nunca... Siempre ha sido muy correcto conmigo -dijo al fin, avergonzada. Dakarai alzó las cejas, con incredulidad.
-¿Pues entonces? ¿Por qué esas escapadas a escondidas?
-Yo...podría decirse que...guardaba un secreto. Un secreto importante.
Dakarai se acomodó en la silla, dispuesto a escuchar la historia de la muchacha, pero sin decir nada. No deseaba presionarla. Por su parte, Yetmaja sintió que las manos empezaban a temblarle al evocar aquellos dolorosos recuerdos, y tuvo que esforzarse para mantener la compostura.
-De acuerdo...- admitió ella, al fin.- Mi estancia en el Templo de la Bruma no ha sido precisamente fácil. Ingresé siendo apenas una niña porque mis padres no podían mantenerme y decidieron deshacerse de mí, así que nunca he tenido una figura de protección a mi lado. -
Dakarai agachó la mirada y la clavó en la punta de sus pies.
La chica prosiguió hablando.
-El Templo de la Bruma es sólo para mujeres, pero muchos de los emisarios que las Órdenes envían para contratar nuestros servicios como sacerdotisas son chicos. A veces, tenemos que trabajar con ellos.- Tragó saliva, sintiéndose como una idiota por decir algo así; si bien Dakarai continuaba tan impasible como al principio, y eso la animó a continuar.
-Hubo una vez...- aquello fue ciertamente costoso de admitir. -Sólo una vez -clavó sus preciosos ojos azulados con gesto suplicante en los de Dakarai, quien creyó poder comprenderla.- Creí que él se quedaría a mi lado, pero cuando el contrato de ambas casas dio por finalizado, no volví a verle nunca más. Se marchó, dejándome de lado. A mí y al hijo que traía en mis entrañas.
Dakarai se revolvió, levemente incómodo. Para entonces las lágrimas ya volvían a resbalar pesadamente por las mejillas de Yet.
-Me las arreglé para ocultar mi estado, y no fue nada fácil. Comía muy poco para no engordar demasiado, y nunca volví a compartir el baño con mis hermanas del Templo. Al cabo de ocho meses nació ella. Mi hija. Y yo... yo...- Yet cerró los ojos y sollozó largamente.
-¿Qué ocurrió entonces?-Dakarai la interrumpió por vez primera, sintiendo que de verdad deseaba saber qué era lo que una muchacha tan joven y sola como Yetmaja había hecho con un bebé. Se le pusieron los vellos de punta, imaginando las posibilidades.
-No podía quedármela. Era imposible -trataba de autoconvencerse a sí misma, pero en el fondo sabía que no había tomado la decisión correcta.
-¿Le hiciste daño al bebé?
-No -Yetmaja clavó los ojos en el elfo como si aquella idea le resultase aterradora. -Nunca se me habría pasado por la cabeza hacer algo así. Era mi hija, y la quería. Me escapé una noche del templo, y la abandoné en el pueblo, en la puerta de una de las casas de la aldea. Pero... -frunció el ceño, molesta consigo misma. -Me arepentí desde el mismo momento en que me separé de ella, y para cuando me atreví a regresar, apenas unos meses después, ya se la habían llevado.
-¿Adónde?
-No lo sé. Nunca pude saberlo. La habían entregado a un horfanato, en las afueras. Pero le perdí la pista y me fue imposible volver a encontrarla.
-Entiendo -Dakarai se rascó la cabeza distraídamente. -Y supongo que es ahí donde entra Kisah, ¿Verdad?
Yetmaja asintió levemente.
-Hace ya tres años de aquello; pero aún anhelo poder encontrarla. Y lo que yo no he conseguido en esos tres años, Kisahj lo ha logrado en tres meses.
-Ya -a Dakarai aquello no le sorprendía en absoluto. Su amigo era bueno localizando a gente. Endiabladamente bueno; de hecho. -¿Y qué piensas hacer ahora?
Fuera, a través del enorme ventanal, el cielo se iluminó por un momento, bañado en plata.
Un trueno hizo retumbar sonoramente cada uno de los recovecos del castillo, y acto seguido comenzó de nuevo a llover. Ambos jóvenes lanzaron una mirada perdida a través del cristal, por donde las pequeñas gotitas de agua empezaban a discurrir haciendo zigzag.
-Voy a partir en su búsqueda- sentenció la muchacha, cuando la pregunta de Dakarai casi se había desvanecido en el aire.
-¿Kisahj se encarga de los preparativos de tu viaje?
Ella asintió.
-Pero...-añadió con preocupación. -Ahora mi secreto no está a salvo. Una de las chicas de mi hermandad lo ha descubierto y ha informado a las superioras. A estas alturas deben estar buscándome. No sabía qué hacer; por eso he huído y he venido a buscar a Kisahj.
-¿Y qué ocurrirá si te encuentran?- Dakarai se puso en pie; temiendo que aquél asunto tuviera consecuencias negativas para Yetmaja o para la Orden.
-Si eso ocurre -la chica hundió el rostro entre las manos y sollozó, nerviosa. -Si eso ocurre me encarcelarán y no podré ir a buscarla. No podré...quiero estar con mi hija...- su voz se perdió entre gemidos inconfundibles y Dakarai no pudo evitar acercarse a ella para abrazarla. Se sentó a su lado, en la cama, y la apretó con fuerza contra su pecho.
-Tranquila. Kisahj y yo te ayudaremos. Tienes mi palabra, no dejaré que te encuentren...
En aquél momento, un soldado irrumpió repentinamente en la habitación del muchacho.
-¡Señor, tenemos un intruso! ¡Una sacerdotisa del Templo de la Bruma en búsqueda y captura!
Yetmaja profirió un gritito ahogado, y a Dakarai no se le ocurrió otra cosa que arrojarse sobre ella para tumbarla en la cama.
-¿Qué está haciendo, soldado? ¿Esque no sabe llamar a las puertas? -bramó, el druida, con su tono más enfadado. El pequeño rostro de la joven quedaba parcialmente oculto por el musculoso brazo del muchacho; apoyado junto a su cabeza.
-¡Perdón, señor, no sabía que...! -se excusó el soldado.
-¡Lárguese, estoy ocupado!
-¡Sí; Señor! -cerró la puerta de golpe tras de sí, y aún pasaron algunos segundos en que ambos jóvenes permanecieron en silencio, pendientes de los pasos del guardia, que se perdían por el enmoquetado pasillo con prisas. Con el corazón latiéndole a toda velocidad; Yetmaja suspiró y le dedicó una larga mirada al elfo. Él la correspondió con un gesto inquisitivo.
-¿Sabes que fue así como conocí a Kisahj?
El muchacho se ruborizó entonces levemente, cayendo de pronto en la cuenta de que se encontraba recostado sobre el cuerpo de la mujer y se apartó de su lado con diligencia.
-Perdón, yo...- Pero a Yetmaja le hizo gracia, y aún con las lágrimas resbalando por su rostro, echó a reír tímidamente.
-Los caballeros de esta Orden tienen tendencia a derribar doncellas al más mínimo descuido -dijo la muchacha, feliz.
Dakarai se contagió de su pequeña carcajada, y lamentó profundamente haber pensado alguna vez que aquella mujer podía traer problemas a la Orden de caballeros. Pues, ¿qué eran los caballeros sino guerreros que luchaban por el bien?

-"Artículo 2583: La Sagrada Hermandad de la Bruma se reserva el derecho de ajusticiamiento de las sacerdotisas que incurran en la violación de uno o más de los siguientes deberes de obligada integridad moral:"
*Desobediencia a los cargos superiores
*Desacatamiento de los horarios establecidos
*Incumplimiento voluntario de una misión que le haya sido asignada por contrato
*Robo, dentro o fuera del recinto de convivencia de la hermandad
*Conspiración
*Fornicación
*Asesinato... etc, etc.
Kaldezeit cerró el libro de golpe, sin terminar de leer el resto de artículos, y miró a sus amigos con resolución. Dakarai y Klaud lo contemplaban sin saber bien qué decir. Los estatutos de la Hermandad a la que pertenecía Yetmaja estipulaban claramente que la chica sería ejemplarmente castigada por lo que había hecho. En algunos casos, los jurados habían incluso penado de muerte a las sacerdotisas. Ambos muchachos fueron recorridos de arriba a abajo por un escalofrío indescriptible.
El druida lanzó una mirada de soslayo hacia sus espaldas.
Acomodada en su cama, en postura fetal, dormía la joven. Respiraba sosegadamente y se hallaba en un sueño apacible y profundo; en el que se había sumido un par de horas atrás. Parecía realmente exhausta, así que el chico había optado por no despertarla hasta que fuera estrictamente necesario.
-No sé qué pretendes que hagamos. Las normas están muy claras -sentenció Klaud. Dakarai lo miró sin poder creer que su amigo dijese aquello.
-¿Ves a esa mujer de ahí? -la señaló con apuro. -Si la entregamos a su gente la encarcelarán de por vida. ¿Cómo puedes aludir a las normas?
Klaud agachó la mirada, levemente avergonzado. En casos como aquél, no sabía cuál era el bando correcto.
-Esto se nos escapa de las manos -añadió, después. -Nosotros no somos quien para decidir...
-No, sí que somos quien -Dakarai se puso en pie, airado, y hostigó con la mirada a sus dos compañeros. -Somos hombres de honor y cuando fuimos investidos juramos proteger a los desvalidos. Pues por mi honor, que haré cuanto esté en mi mano por proteger a Yetmaja.
El silencio se hizo durante un par de segundos en los que la respiración de Dakarai sonaba tan fuerte, que podían escucharla los otros dos jóvenes. Luego, Kaldezeit dibujó una enorme sonrisa.
-¡Cuenta conmigo, Daka!- el gesto del druida pareció entonces relajarse cuando Klaud suspiró largo y tendido.
-No me puedo creer que ese pícaro haya hecho algo bueno por una vez en su vida. -Aseguró el caballero. -Tendremos que apoyarle.
El rostro de Dakarai se iluminó por segundos, inundado por la emoción de contar con la ayuda de sus mejores amigos. Con ellos de su lado; sabía que sería pan comido, y comenzaba a atisbar una leve esperanza para Yetmaja.
Sin embargo, las horas se sucedieron y las noticias de Kisahj no parecían querer llegar. La búsqueda y los esfuerzos por encontrar a Yetmaja se redoblaron en la Hermandad, así como en la propia Orden, y para cuando cayó la noche, el castillo era un hervidero de guardias que pululaban de aquí para allá.
Los tres amigos decidieron entonces que no podían seguir esperando; debían sacar a la muchacha de allí como fuera.
-De acuerdo; ya sabéis lo que tenéis que hacer -sentenció Klaud, y los otros dos muchachos asintieron. -Espero que esto salga bien o de lo contrario me habré jugado mi puesto de general para nada.
Dakarai sonrió. Estaban arriesgando demasiado.
-Que el honor os guarde -tendió el muchacho su puño, y las manos de sus amigos se posaron sobre él.
-Que el honor os guarde -respondieron Klaud y Kaldezeit al unísono, y acto seguido, salieron del dormitorio a toda prisa. Dakarai y Yetmaja tendrían aproximadamente un par de minutos desde que se produjera la señal para salir de allí, mientras el caballero y el mago entretenían a la guardia.
El chico se acercó hasta la sacerdotisa, que se hallaba sentada en el borde de la cama, visiblemente nerviosa. Había escuchado por completo el plan de los hombres para sacarla de allí, y sabía que harían por ella más de lo que merecía. Dakarai se arrodilló frente a la joven y la miró con dulzura.
-Todo saldrá bien -le aseguró. La chica le dirigió una mirada eternamente agradecida.
-Sois muy buenos conmigo.
-Vamos; tenemos que prepararnos -el druida le guiñó un ojo y se puso en pie para acercarse al enorme ventanal que presidía su habitación. Desde allí, alcanzaba a ver el patio trasero del castillo, donde los guardias realizaban sus entrenamientos diarios. En aquellos momentos, estaba colmado de hombres que patrullaban sin descanso, a la espera de encontrar al intruso antes de que la Hermandad de la Bruma decidiera acusarlos de complicidad y anulara su tratado de alianza para con la Orden. Pero a Dakarai, aquello le importaba un pimiento ya.
De pronto, un inmenso muro de cristal azulado y translúcido recorrió todo el área del patio, raudo como un relámpago, y después se hizo añicos, rompiéndose en mil esquirlas brillantes que salieron disparadas hacia los guardias. El hechizo apenas les hizo daño, si bien fue suficiente para hacerlos creer que eran asediados por los enemigos, y rápidamente entraron en formación de combate.
Klaud apareció de pronto en escena, con el enorme espadón de plata a sus espaldas, para guiar a los guerreros en la batalla.
-¡A mí, soldados! -les ordenó, alzando el puño. -¡Preparáos para la batalla! ¡Formación defensiva! -los guardias se replegaron sobre sí mismos, dejando el patio prácticamente vacío. En el momento en que el caballero activó su escudo azulado, brillando con especial intensidad, Dakarai supo que había llegado su turno.
-Es la señal -dijo a Yetmaja. -Vamos. -Tendió una mano a la muchacha mientras apoyaba la otra en el alféizar de la ventana, ejerciendo una leve presión. De su contacto con la fría piedra, entre pequeños destellos dorados, surgieron unas gruesas zarzas enredaderas, que buscaron mágicamente el camino hacia el exterior del castillo y descendieron hasta la planta baja por la pared de la torre. Yetmaja se abrazó con fuerza a Dakarai y él subió de un salto a la ventana para, segundos después, deslizarse por la artificial escalinata de raíces que había invocado.
Tan pronto como alcanzaron el suelo, Dakarai tomó de la mano a la sacerdotisa, y ambos echaron a correr hacia el muro lateral de la fortaleza, donde la pequeña verja de hierro era todo cuanto les flanqueaba el paso.
Dakarai la derribó sin apenas molestia de una sola patada, y después arrastró consigo a la mujer hasta que ambos se perdieron por el camino en dirección a los bosques, internándose en la negra espesura de la madrugada.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Un poco de cohesión en todo esto.

3 comentarios:

  1. haber que pasa al fin con yet...asias kiss por darte tanta prisa^^

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  2. Como de costumbre, logras sorprenderme con todo lo que haces :)

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  3. En eso esta la gracia del juego, hermano ;)

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