domingo, 23 de enero de 2011

El pícaro dice: 15

CAPÍTULO 15

-Es un secreto a voces entre las sacerdotisas del templo de la bruma. Las superioras no están al tanto de nada, por supuesto, pero las aprendizas se han encargado de correr la voz...Ahora sois famoso entre las paredes de nuestro templo. Todas están al tanto de la historia de nuestra hermana Yetmaja, y vuestro nombre aparece como el de los grandes héroes... -la chica hablaba con emoción contenida, con el aire propio de una colegiala adolescente, aunque su voz era pausada y cargada de entendimiento. Kisahj la observó de reojo disimulando una sonrisa bajo aquella máscara de superioridad que por costumbre llevaba. Siguieron paseando con tranquilidad por los jardines del castillo como si dispusieran de todo el tiempo del mundo, charlando vanalmente sobre aquellos temas sin importancia.
-Seh, bueno...Soy genial y todo eso -comentaba el pícaro con aire de orgullo y la chica reía cándidamente.- Pero ¿es por eso que tenías tanto interés en conocerme? ¿Para eso has ingresado en la Orden de Septentrion? ¿Solo por saber si las historias que se contaban sobre el viaje de Yetmaja eran ciertas?
-Bueno... -ella pareció meditar las palabras del joven por un segundo. Se sonrojó ligeramente- A decir verdad esa historia nos ha abierto los ojos al mundo. Muchas hemos crecido en el templo sin conocer otra vida que la de servidumbre... -enrollaba en su dedo un largo tirabuzón rubio y jugueteaba con él.- Y vos habéis logrado sembrar una semilla de esperanza en nuestros corazones. Muchas de las chicas se han decidido a dar el paso, a dejar el templo. A arriesgarse y superar el temor que las mantenía allí encerradas...-
Kisahj se mesó la perilla, asintiendo, fingiendo tratar de comprender lo que la joven deseaba expresar.
Pero en realidad le importaba un comino, ella era preciosa.
-¿Por qué hicísteis tal cosa por Yetmaja? -inquirió ella luego de un segundo de silencio que Kisahj creyó, sería el inicio de un nuevo tema. Pero no resultó así. El chico la miró un instante y ella pasó a explicarse deprisa, como si temiera que no la hubiese comprendido. -Arriesgasteis vuestro puesto en la Orden por una desconocida. No puedo concebir tal gesto de altruismo. Creo que debíais sentir algo profundo por ella -las mejillas de la muchacha se tiñeron levemente de rubor al decir aquello, y se encogió apenas notoriamente dentro de sus sencillos pero hermosos ropajes. Kisahj entreabrió los labios y al final dijo:
-¿Has visto alguna vez un pájaro sin alas?-
La joven tardó un poco en responder y negó con suavidad con la cabeza.
-Claro que no, porque se mueren. Si les quitas la posibilidad de ser libres y hacer lo que de verdad les gusta, se marchitan y se apagan. -La joven meneó un instante la larga cascada de bucles.
-¿Yetmaja era como un pájaro sin alas encerrada dentro del templo?-
Kisahj rió socarronamente. Tanto, que ella se avergonzó de no haber dado en el clavo.
-No, el pájaro sin alas soy yo cuando alguien me impone lo que tengo o no tengo que hacer. Ayudé a Yetmaja porque quería, y no hay dios que me ponga trabas cuando quiero algo -resolvió. Luego giraron por el camino empedrado en dirección al pequeño manantial. Llevar el brazo en cabestrillo ya le suponía un notable esfuerzo al ladrón, quien, según creía Dakarai, debía ser hiperactivo y la simple idea de no andar dando brincos por ahí lo atormentaba.
-Por cierto, ¿cómo dijiste que te llamabas? Ir...Irin... -trataba el chico de hacer memoria. Ella sonrió graciosamente y lo empujó un poco haciendo chocar su hombro con el hombro sano de él.
-Erinies -dijo al final.- Me llamo Erinies.

-Sólo tenemos que ir a la zona más baja de Ystra, coger a alguno de esos Berhus salvajes y esquilarlo. No tendremos que luchar en ningún momento y si la cosa se complica los sedamos -había dicho Dakarai, y Kisahj se negó rotundamente.
-Estoy en mis días de permiso -canturreaba el elfo, sin hacer más que mover de un lado a otro los pies encima de la mesa de su estudio, con los brazos tras la cabeza y reclinado en la silla cómodamente.
-¿Qué clase de amigo eres tú? ¡No me haces favores nunca cuando te los pido! ¡Hace apenas unos meses yo me estaba jugando el cuello por tí y tu amiguita Yetmaja y ahora no eres capaz ni de hacerme compañía en el camino!
-No puedo andar -refutó él a ver si colaba.
-Vamos en carro.
-No puedo montar en carro.
-Está bien -el druida dió una sonora palmada en la superficie de la mesa.- Haz lo que quieras pero que sepas... -lo señaló acusadoramente con el dedo y Kisahj ensanchó aún más una sonrisa malvada ya existente- ...que sepas que te vas a perder a las bellezas nórdicas de la zona. Chicas rubias de tez clarísima y ojos azules, con los pechos...
-¿Cuándo partimos? - el pelirrojo elfo ya se había puesto en pie y con la mano libre asió su cinturón. Dakarai lo miró de soslayo con desprecio.
-Eres un asco de amigo -sentenció, pero toda aquella parte Kisahj había hecho por olvidarla porque no le interesaba lo más mínimo. Y allí estaba ahora, silbando alegremente en el carro que traqueteaba mientras avanzaban a un paso muy lento hacia la frontera helada de Ystra. Cuando la canción llegaba a su punto álgido él golpeaba en su pierna con la palma de la mano mientras agitaba la cabeza, y eso a Dakarai lo ponía de los nervios.
-¡Basta! Es la última vez que la cantas por hoy, ¿me oyes? ¡Van al menos quince veces seguidas!
-Diecinueve, te quedaste dormidooo -Kisahj le hablaba sin abandonar la melodía de la cancioncilla. El drow lo estrangularía de no ser que estaba ¿malherido?, o eso se había dicho. En las últimas horas empezaba a sopesar la idea de que nadie lo echaría de menos si lo tiraba del carro.
-Mira, ¿no es ese el paso de Ystra? -Kisahj al fin decidió dejar de ser un incordio y se puso de rodillas en el carro para señalar en la distancia. Dakarai estrechó la mirada, y sí, de entre las rocas de una titánica montaña que se perdía en los cielos divisó el pequeño túnel que conectaba las dos regiones creado artificialmente para evitar tener que dar un rodeo que les llevaría posiblemente días.
-Los dioses me han bendecido poniendo Ystra más cerca de lo que la recordaba - murmuró el elfo albino por lo bajo, pero Kisahj no hizo caso aun habiéndolo escuchado. Para cuando salieron de nuevo a la cegadora luz del sol desde la oscuridad del abrigo rocoso, el chico dio un salto para bajar del carro alegremente y estiró por lo alto el brazo que tenía libre.
-Bien, ¿dónde están las mujeres?
-Primero el trabajo- sentenció Dakarai. Y aunque a Kisahj no le tomó en absoluto por sorpresa aquella reacción de su amigo, fingió indignarse igual.
-¿Antes unos osos peludos gigantes con tentáculos que unas preciosas, y suaves muñequitas de sensuales curvas...? ¿Tú estás majara?
-Hoy estás especialmente pelmazo. Esa medicación para el dolor que te dan, ¿no te tiene un poco alterado?
-Tal vez. Y me hace ver dragoncitos de colores-bromeó Kisahj y se acercó al carro para coger su mochila. A efectos prácticos, Dakarai nunca sabía si la dichosa mochila servía para algo, pero el pícaro la llevaba amarrada a él como si fuera parte de su alma. El pequeño bulto en la esquina del carro se removió bajo las mantas pero el chico lo ignoró por completo y volvió junto a Dakarai, que ya echaba a andar por el sendero en dirección a la meseta.
La tierra de Ystra se abría ante ellos, portentosa, salvaje e indomable, bañando de blanco todo cuanto alcanzaba la vista. Las capas de nieve se solapaban entre sí como un mar interminable, que iba a morir en las faldas de las montañas. Los picos nevados arañaban los cielos, los hielos en los asilos rocosos al alcance de los ojos mundanos se habían solidificado formando carámbanos y estalactitas. Daba la impresión de que las cuevas lloraban eternamente.
No tardaron mucho en abordar la amplia llanura, allá donde el camino se hacía ya inservible. La manada de berhuses pastaba tranquilamente, Kisahj se preguntaba alimentandose de qué, si no había más que nieve miraran donde mirasen. Dakarai escrutó con el ceño fruncido al pícaro un instante y le advirtió con severidad.
-Sígueme y no hagas el idiota. Si haces movimientos bruscos, se asustarán.
-Entendido -dijo el chico con gesto angelical. Dakarai, por supuesto, no se lo creyó en absoluto. De cualquier modo refunfuñó y echó a andar con precaución por entre las enormes criaturas. Kisahj los observaba con un interés bastante inocente. Aquellas extrañas bestias eran robustas, y no se parecían a nada en concreto. Tenían el pelaje largo y lanudo de un búfalo, la constitución corpulenta de un oso y una enorme y preponderante frente. Unos largos tentáculos asomaban en sus rostros, sin demasiada funcionalidad aparente, pensó el ladrón. Y en aquél orden de cosas, Dakarai se había detenido junto a uno de los ejemplares. El animal agachaba la cabeza despacio, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Los tentáculos junto a su boca se movían deprisa hundiéndose en la nieve para buscar brotes y raíces con que alimentarse. El druida puso una mano satisfecho sobre el peludo lomo de la criatura y le sonrió a Kisahj.
-Éste no nos dará problemas -sentenció.
-¿Cómo lo sabes?
-Se lo he preguntado, claro.-
Kisahj hizo un gesto, llevándose el dedo a la sien para indicar que el elfo albino estaba perdiendo la cordura.
-Venga, tráeme los utensilios. Vamos a sacar lana de Berhú para la túnica de ceremonias nueva de la princesa. La necesita para la proxima reunión de la embajada.
-Enserio...¿nos hace recorrer tres horas de camino en carro y venir a parar a un sitio donde se le hiela a uno hasta los mocos para hacerse una túnica nueva, pudiendo comprar la lana a algún mercader? -
Dakarai arrugó el morro.
-Aunque no lo creas, no muchos mercaderes comercian con lana de Berhú. Aquí donde los ves, son unas criaturas sumamente agresivas -dijo el druida, echando mano a las enormes tijeras. Abrió el saco a sus pies, bien desplegado para que no se desperdiciara demasiado pelo.- Y muy peligrosas -cogió el primer mechón y comenzó a cortar. Kisahj lo miraba largamente con las manos en los bolsillos sin creérselo demasiado. -Hay que tener muy buena mano, por lo usual son muy territoriales y se ponen de mala uva cuando tienen intrusos. Tienes suerte de que venga contigo -lanzó una cana de arrogancia al aire.
-En primer lugar, yo vengo contigo. En segundo...sigo sin creer que nadie en el mundo comercie lana de Berhú. -Dakarai suspiró.
-Fui yo quien le propuso a Silver conseguir la lana personalmente, me pareció que sería más distinguido que comprarla. Y además, es un modo de estar con ella en esa importante reunión, de que sepa que la apoyamos y lo damos todo por ella...
-Si, vale. Le estás haciendo la pelota a la princesa -lo cortó Kisahj. Su amigo el drow lo acuchilló con la mirada.
-...un asco de amigo -masculló y siguió afanándose en cortar lana. Se había formado una calva considerable en el lomo de la bestia, pero ésta ni se inmutaba. De cuando en cuando agitaba la testa o se volvía para rascarse parte del costado, pero se la veía tranquila. No así con el individuo de un par de metros más allá, que los miraba ahora con cara de pocos amigos.
-Oye Dakarai, ese bicho nos mira raro -dijo desinteresadamente, señalando hacia el otro Berhú. Dakarai asomó a duras penas la cabeza por encima del lomo del que trasquilaba en aquél momento -tan alto era- para echar un vistazo. Efectivamente, aquél Berhú bufaba nervioso y agachaba la testa en señal de un ataque inminente. El chico dejó caer las tijeras a la nieve y alzó las manos para tratar de calmarlo. Su mente se abrió paso hacia la del animal, buscando encontrarla, arroparla y calmarla, pero apenas llegaba a establecer contacto con él por cuan molesto se encontraba.
-Y ese otro. Y ese -El pícaro señaló a su alrededor. De repente toda la manada se había puesto en alerta por los bufidos renqueantes del que parecía el líder del grupo. Los guturales bramidos resonaban desde la parte más honda de sus gargantas, amenazadores. Dakarai sintió que su frente se perlaba levemente por el sudor. Estar en medio de una manada de moles de 600 kg que atacaban a testarazos podría suponerles un problema.
-Será mejor que nos retiremos despacio... -empezó a decir Dakarai y dió un pasito hacia atrás. Pero el Berhú líder se alzó sobre sus patas traseras y lanzó un berrido al aire. Al caer de nuevo sobre su peso, el suelo se estremeció ligeramente. Con aquella última amenaza, el animal agachó la cabeza y se lanzó a correr hacia ellos, agitándose enfurecido. Dakarai se lanzó al suelo y salió rodando, mientras Kisahj saltaba justo en dirección contraria y dejaba que el animal pasara por donde habían estado segundos antes. El resto de las reses piafaron y arañaron la superficie del suelo con aquellas garras poderosas. Estaban rodeados por completo y si se acercaban a alguno de ellos los golpearían con seguridad. En aquél instante la vocecilla asustadiza les llegó desde algunos metros de distancia. Dakarai se sorprendió sumamente de oírla, pero parecía que a Kisahj no le pillaba desprevenido.
-¡Ay! -dijo la muchacha, temblorosa, sosteniendo el callado entre sus manos. Tres de los berhús la encaraban directamente a ella, cercándola sin escapatoria.
-Hola, Erin -la saludó Kisahj. Dakarai taladró con la mirada a su amigo y el pecho se le llenó de indignación.
-¿Qué demonios hace ella aquí?
-Se coló en el carro -resolvió el elfo. No era una respuesta muy satisfactoria pero no tenían tiempo. El líder volvió a embestir contra ellos, esta vez con más fuerza, y cuando volvieron a apartarse, eligió uno de los objetivos y siguió a Kisahj mientras corría, ya que su pelirrojo cabello era más visible en el fondo blanco de la nieve de lo que lo era Dakarai. El pícaro chistó. Ya se había cansado de ser permisivo, no podía andarse con jueguecitos con aquél brazo en cabestrillo y usó la mano libre para sacar la daga de la parte trasera de su cinturón.
-¡No! -lo instó Dakarai -¡No les hagas daño, podemos intentar...! -pero no acabó la frase.
-¡Ay! ¡Socorro! - Erinies seguía enmedio de las tres bestias, que ahora la empujaban despacio de un lado a otro, como si jugasen a pasársela entre ellas. La chica estaba tan asustada que, pese a haber intentado algún conjuro, no había logrado concentrarse lo suficiente. Dakarai chistó y la miró ahora a ella.
-¡No te muevas, dame tan sólo un segundo!
-¡Date prisa, tengo mucho miedo! -dijo ella con la voz rota. De nuevo uno de los animales la empujó desde el costado, y esta vez la hizo caer al suelo. Erinies se agazapó como un conejillo y se cubrió la cabeza con las manos, buscando protegerse de algún modo, pero su varita cayó al suelo, tintineando con la magia arrebujada en el interior de la esfera de cristal. La luz azul hizo a una de las bestias bramar asustada, y entonces las cosas se complicaron. El animal se alzó sobre sus patas, agitándolas en el aire para defenderse de tan incomprensible elemento, con tal suerte que al caer de nuevo al suelo, pisó el cristal y éste se hizo añicos. Erinies gimió de terror y la onda de energía formada por la magia se contrajo a toda velocidad hasta formar un punto minúsculo que apenas un instante después se expandió por toda la zona, vistiendo el aire de azul con la explosión. La energía azotó a las criaturas más cercanas y Erin debería haber salido despedida algunos metros, de no ser por aquél débil escudo que había tenido tiempo de levantar ante ella.
Kisahj soltó la testa del Berhú líder, que por aquellos entonces luchaba con ventaja por arrancarle la cabeza al pícaro de un mordisco justo cuando la onda trajo consigo un leve temblor de tierra que hizo que todos se paralizasen. Las bestias alzaron la vista al cielo, todas al unísono. Parecían querer acerse eco de aquél terremoto, con los ojos perdidos como en éxtasis, oteando en el aire algo que ellos no alcanzaban a descubrir. Luego comenzaron a bramar y echaron a correr desordenadamente. Dakarai chistó, y en medio de la peligrosa marabunta echó a correr hacia la muchacha agachada en el suelo. La rodeó con uno de sus portentosos brazos y con el otro alzó una jaula de raíces que irrumpieron del suelo a toda velocidad. En apenas un parpadeo, ellos estaban protegidos mágicamente por la barrera del druida, y las bestias que pasaban por su lado los esquivaban -era dificil dilucidar si se debía a que la magia del drow los repelía o porque verdaderamente habían perdido el interés en ellos-. Mientras, Kisahj se había visto obligado a saltar por encima de uno de los monstruos antes de ser arrollado sin escapatoria -que suerte que fuese uno de los miembros más jóvenes- pero igualmente acabó rodando por los suelos. Quejumbroso, con la mejilla hundida en la nieve, aún tuvo tiempo para entrecerrar los ojos y alzar la vista al horizonte. Los berhús habían salido en estampida, ahora comprendía por qué. El temblor se había hecho tan intenso que apenas tuvo tiempo de ponerse en pie y salir corriendo al tiempo que gritaba:
-¡¡UN ALUD!!
Dakarai deshizo a toda prisa su hechizo y aferrando por la muñeca a Erinies la arrastró consigo en dirección al camino de vuelta. Echaron a correr como almas que lleva el diablo justo cuando la avalancha de nieve se hizo visible al final de la meseta. Era una cresta no muy alta, pero lo suficiente para enterrarlos, quien sabe si hacerlos perder la consciencia, y asfixiarse en el hielo. Kisahj no podía imaginar nada peor. Para un genasi de fuego, sólo pensarlo daba escalofríos.
-¡No vamos a llegar! -dijo Erinies, con la voz apremiada por el miedo. Dakarai no le hizo caso, siguió tirando de ella con ahínco. Si tenía energías para quejarse, que las aprovechara para correr más deprisa, les iba la vida en ello. Pero parecía que la suerte no estaba de su parte, o bien aquella muchacha estaba conspirando para suicidarse y arrastrarlos a ellos consigo, porque tropezó con una diminuta piedra apenas saliente en la superficie, y cayó de bruces al suelo. Dakarai, que la llevaba sostenida, perdió el equilibrio cuando ella tiró de él por la caída, y acabó de rodillas a su lado. Se puso de pie con prisas, pero su pierna se hundió medio metro en la capa de nieve y la escarcha helada se le coló dentro de las botas y el pantalón. Era desagradable. Pero era peor la ola que venía contra ellos, con fuerza.
-¡Aguanta la respiración! -dijo el elfo. Era lo único que podía hacer ya. Llenó sus pulmones de aire y cerró los ojos, cruzando los brazos delante de la cabeza para proteger el cráneo esperando ser golpeado con contundencia. El sonido de la nieve que pasaba por su lado era atronador. Llevaba una velocidad más que considerable, y el agua le salpicaba la cara, las ropas y el pelo. ¿Agua? Pero no llegó el dolor.
El escudo de fuego se alzaba ante ellos, portentoso. Kisahj cerró los ojos y apretó los dientes. Con una sola mano era mucho más difícil mantener las llamas. Liberó su brazo herido del cabestrillo y abrió las palmas contra el alud. La vorágine ardiente giraba a la velocidad de un torbellino controlado por Kisahj, pero se sobrevenía mucha más nieve de la que podía fundir, y la fuerza de la avalancha lo empujaba de espaldas, hundiéndole los pies en la tierra. Ya no había nieve a su alrededor, el suelo se había fundido por completo, el agua caliente le empapaba las botas y los pantalones, abriendo surcos entre la nieve y fundiéndola a su paso. Dakarai abrió los ojos como platos. Tamaña muestra de poder sería fruto de un largo estudio para muchos otros, pero no para un genasi. Hijo de un elemental, aquello lo llevaba en las venas. Kisahj era poderoso por naturaleza.
Para cuando la nieve se asentó, las llamas siguieron girando en el aire algunos segundos más. Luego Kisahj cayó de rodillas con un suspiro y apoyó las manos en el suelo encharcado, resollando. Le dolía todo el cuerpo. No sólo la costilla herida, no sólo el brazo lastimado. Le dolía de una manera extraña e incomprensible, que sólo se correspondía con el cansancio extremo al borde de la extenuación.
-¡Kisahj! -Dakarai se arrodilló junto a él y le puso la mano en el hombro -¿Estás bien?
-Pues claro... -el chico suspiró largamente, y entrecerró los ojos para mirar a su amigo. -Por cierto, ¿qué haces tan lejos de tu charca, rana parlante? -Preguntó, ido. Luego de eso, se desmayó.

Klaud suspiró, se pasó la mano por la cara en un ademán por serenarse y para cuando dejó de dar vueltas por la sala para encarar a los chicos adoptó un tono mucho más condescendiente.
-No lo comprendo. Hasta las misiones más sencillas resultan un completo fracaso. No me malinterpretes, Dakarai, tu trabajo es impecable. -Añadió en deferencia al muchacho. Dakarai asintió, no se había sentido ofendido de cualquier modo.- Tenemos muchos informes de tu proceder en el periodo en que Kisahj estuvo relegado del servicio y tienes resultados excelentes. Pero parece que trabajo que se le encomienda es trabajo perdido. Y para variar, vuelve herido otra vez. Echad un vistazo a esto -el caballero le pasó a Kaldezeit la hoja de registros y el chico se rascó la cabeza, ojeando los números a velocidad vertiginosa.
-Caray -dijo.- El presupuesto se ha disparado...
-Efectivamente. ¿Y en qué se gasta? En medicinas y curanderos. Desde que Kisahj está en estas filas hemos sido partícipes de más refriegas, envenenamientos y causas que nos son ajenas que en toda la historia de la Orden. Nada más llegar, el primer día, envió a ese...ente que siempre lo acompaña...
-Raices -lo ayudó Dakarai.
-Eso. Envió a Raíces contra nuestros hombres, hubo heridos. Como castigo lo mandamos encerrar y después a trabajos forzados, pero ¿que hizo? Se dedicó a drogar y envenenar a todos los guardias que lo custodiaban. El asunto de Yetmaja, las misiones...Esto no puede seguir así.-
Dakarai suspiró. Suponía que Klaud tenía razón, pero en aquella ocasión había sido distinto. Si no hubiera sido por Kisahj...
-Klaud, la chica nueva se coló en el carro y formó un estropicio -Kaldezeit miró de soslayo a Dakarai. Trataba de exculparlo.
-Pero Kisahj lo sabía. Se había dado cuenta mucho antes, ¿por qué no puso en sobreaviso al líder de la misión? -extendió la mano señalando al druida. Dakarai abrió los labios. ¿Cómo que Kisahj lo sabía? ¿Cómo había llegado eso a los oídos de Klaud?
-No creo que Kisahj estuviera al tanto de eso... -Klaud cruzó los brazos y lo miró severamente. No parecía dispuesto a aceptar más excusas.
-Erinies asegura lo contrario. ¿Tendré que reuniros a todos para enterarme de lo que ha pasado, o vais a confiar en mi de una vez?- Los chicos suspiraron, el caballero estaba de muy mal humor y no valía la pena intentar buscar un desvío a los problemas. Así no se hacían las cosas en Septentrion. Finalmente el general tomó aire y puso la mano en el hombro del elfo albino. -Hablaré con la princesa al respecto. Gracias por la información, hermano -dijo, solemnemente, y se dió la vuelta para marcharse. Dakarai lo observó largamente mientras se perdía por el inmenso pasillo intercalado de columnas. Klaud estaba muy contento con la eficiencia de Dakarai.
Pero, de algún extraño modo, eso no lo reconfortaba en absoluto.

----------------------
By Rouge Rogue

Reseñas: Erinies era igual de torpe en la realidad. Y si, nos buscó un problema con los berhuses.