domingo, 5 de junio de 2011

EL PICARO DICE: 16

Capitulo 16

Silver había pasado toda la mañana dándole vueltas a aquel asunto. Kaldezeit juraría que aquella arruga que ahora adornaba el ceño de la mujer no había estado momentos antes de que Klaud decidiese visitarla para ponerla al corriente de las nuevas -que no buenas- de la última misión de los muchachos. Lo que menos preocupaba realmente a la princesa era haber perdido la posibilidad de lucir la capa nueva para la ceremonia que tenía pendiente, pero así lo había creído Klaud, quien se había empeñado en organizar una partida inmediata con alguno de sus hombres para conseguir la lana de Berhú. Silv estaba demasiado sumergida en otros pensamientos para haber intentado, siquiera, detenerlo. Y allí andaba ahora, masajeándose las sienes. Ella y sólo ella conocía los verdaderos motivos por los cuales había aceptado a Kisahj en la Orden de Septentrion.
Kisahj Antarath...recordar aquél apellido le dió un escalofrío. Dió otra vuelta por la habitación como un alma atormentada. Había confiado en que él sabría ganarse el favor de Klaud; Kisahj tenía buena mano con la gente, o eso había querido creer. Pero el chico no traía más que problemas, siempre en su particular mundo regido por unas leyes que no estaban a favor de lo correcto, y que sólo se guiaban por las ganas de divertirse que él tuviera. Suspiró de nuevo, al final se dejó caer en el sillón de la esquina, agotada. Pero tan pronto recordó que tenía a alguien presente en la sala irguió la espalda recuperando su señorial compostura.
-Princesa, si estáis cansada puedo redactar la orden en otro momento -sugirió el niño. Silv negó con la cabeza e hizo un gesto con la mano.
-No, lo haremos ahora. Tiene que ser ahora que Klaud no está. Una palabra suya me haría cejar en el empeño... -dijo, no muy convencida. Kaldezeit asintió y humedeció la punta de la pluma de nuevo.
-Está bien, pero... ¿puedo saber en qué ayudará esto exactamente a Kisahj?-
Silver lo pensó seriamente. Era una buena pregunta. Se había lanzado a creer en una corazonada sin probabilidades reales de éxito y se estaba jugando mucho. Era el sueño de una chica tonta, posiblemente. Pero no se le ocurría otro modo de enmendar los errores del elfo para con la Orden.
-Klaud va a proponer a votación la destitución de Kisahj de su cargo y su expulsión de las filas -murmuró la joven. No sabía por qué, la idea de que el muchacho se marchara, que desapareciera de nuevo de su vida, se le hacía aterradora. La llegada de Kisahj a la Orden lo había puesto todo patas arriba, si. Pero también le había dado un motivo para querer levantarse cada mañana, aunque sólo fuera por saber que tenía una función para con su gente. Klaud era fiel y honesto, pero cuando estaba a su lado, ella no sólo se sentía protegida. También anulada como persona en un paraíso de perfección donde su papel era estar aburrida y encerrada en una torre y firmar algún papel de cuando en cuando. Kisahj había acabado con todo, con la paz, con el orden y la quietud. Kisahj había traído problemas, y eso estaba mal...pero la hacía sentir bien; útil. - Tengo que conseguir que esa votación falle a favor de Kisahj...y creo que el único modo es compensar su mal historial con alguna misión que pueda realizar con éxito...una misión tan importante que eclipse todos sus anteriores fracasos. Y debo firmar la orden ahora, antes de que Klaud regrese y reúna al consejo -la chica se llevó un dedo al labio. Parecía que su cabeza pensaba a toda velocidad. Kaldezeit encaró el papiro con una nueva perspectiva mucho más seria. Ahora sabía cuál era su verdadero cometido, y no se trataba de ninguna broma.
-Pero princesa... ¿en qué estáis pensando exactamente? ¿Qué misión será esa tan importante...?- Silver lo miró entonces a los ojos.
-Enviaré a Kisahj como embajador para que consiga la paz de una Orden con la que hemos estado en guerra durante años.-
Kaldezeit tragó saliva y asintió, no muy convencido.
"Kisahj, esta es la tuya..." pensó. "Si no eres capaz de traer la concordia entre las dos partes...al menos no hagas que nos invadan otra vez".

-Oye, eres muy estirado ¿no? ¿No hablas? ¿O esque no sabes nuestro idioma? -el muchacho se echó a reír, pero el hombre no cambió la expresión ni lo más mínimo. Siguió apostado en la puerta, de pie, con la vista al frente. Su semblante era severo, duro como una roca. A Kisahj le hacía gracia porque era sumamente bajito. Más que él, que ya era decir, pues su condición de semielfo le procuraba una estatura considerada entre los humanos como "baja". Pese a todo, la figura del caballero imponía respeto.
-Está bien, no digas nada. Dicen que el que calla otorga, así que tú debes ser muy permisivo. ¿Me dejas salir de aquí? -el pícaro tanteó sus posibilidades pero no obtuvo respuesta del guardia, de modo que se encogió de hombros y alargó la mano para asir el pomo de la puerta, pero entonces la lanza del caballero se interpuso en su camino. Por vez primera un ronco sonido salió de su garganta, similar a un renqueante bufido de desaprobación. Kisahj retiró la mano.
-Caray, ¿qué ha sido eso? No se puede considerar una palabra- su interlocutor lo miró con cara de importarle poco lo que él pensara. Sus órdenes eran vigilar aquella puerta y no permitir que el chico saliese de ninguna de las maneras hasta el regreso del general Klaud, y eso pensaba hacer. Ni más, ni menos.
"Esa voz era como el rugido del viento en el fondo de una caverna", pensó Kisahj. Había desistido de salir de allí por las buenas, de modo que se dió la vuelta para sentarse en uno de los sillones de la habitación. Señaló el otro, invitando al hombre a hacer lo propio, pero, como cabía de esperar, él no se movió del sitio. "El viento, cuando está de mala leche. Dicen que el viento del norte es el que más mala leche tiene de todos. ¿Cómo se llamaba...? Ah, si. Cierzo" -se mesó la perilla un instante perdido en sus cávilas.
Cierzo -el guardia al que él mentalmente había apodado así- alzó una ceja preguntándose si el pícaro estaría intentando ingeniar algo para escapar. Justo en aquél instante llamaron a la puerta y, si acaso el hombre tuviera intención de aportar algo a la que había sido una incansable plática por parte del ladronzuelo, se hubo de aplazar. La cabecita rubia dejó ondear sus suaves bucles cuando se coló por la pequeña rendija abierta. Cierzo se disponía a preguntar a la chica qué deseaba, pero ella extendió enseguida un pergamino firmado por la princesa Silv en persona.
-Lady Silvermoon me ordena entregar esto de forma urgente a Sir Kisahj -dijo, sonrojada. Kisahj se alegró de verla, y más aún de oírla.
-¡Erin! -se puso en pie para recibirla con una sonrisa. La joven pasó al interior de la estancia comedidamente, y con un cálido gesto en el rostro le tendió el pergamino lacrado al chico. Él lo tomó con prisas y cuando se dispuso a abrirlo, la miró inquisitivo.
-El sello está roto -señaló la cera que había cerrado el mensaje no mucho tiempo atrás, y que había sido abierto antes de que lo hiciera él.
-Sí, las órdenes de la princesa fueron que el general Klaud en persona revisara esta misión y diera el visto bueno antes de remitírosla. El general dió su aprobación antes de partir -explicó ella. Kisahj volvió de nuevo la vista al documento y comenzó a leer, aparentemente satisfecho con la resolución de la princesa. Fuera cual fuese aquella misión, la cumpliría con éxito. Le daría a Klaud en las narices con un título honorífico que restituiría todos sus errores del pasado solo por el gozo de verlo rabiar. Y con aquellos alegres pensamientos, se dispuso a desmenuzar las directrices de su próximo trabajo.
Erinies dibujó una malévola sonrisa disfrazada de dulzura.

Kisahj abandonó el castillo a lomos de un corcel color canela de largas patas. Tan pronto cruzó el puente de paso espoleó vivamente al caballo, que echó a correr como si la fuera la vida en ello; tantas ganas tenía de alcanzar su destino. Ya sólo se detuvo para descansar al medio día junto a la orilla del río que cruzaba las lomas de Fuenteplateada y se permitió cerrar los ojos y dormir algunos minutos antes de volver a cabalgar. El camino era largo hasta la llamada Fortaleza Obsidiana, pero si ponía de su parte, podría llegar incluso antes de lo que la princesa esperaba. Antes de lo que lo hubiera conseguido nadie, y su logro tendría aún más mérito de cara a la Orden. Iría pensando en el trayecto alguna frase elocuente para humillar a Klaud en público, eso lo mantendría entretenido en las horas que aún le restaban de viaje. Al paso más rápido que podía permitirse aún faltaban al menos dos días de camino, pero no era nada. Aquello no era nada para un cazarecompensas acostumbrado a trotar libremente por el mundo; dos días se pasaban en un abrir y cerrar de ojos. Repasó de nuevo los puntos claves de su misión. Llegar a Obsidiana, reunirse con el contacto, acudir a la sede de la Orden y exponer las premisas del tratado de Alianza permanente. Y por supuesto, no volverse sin una respuesta positiva. Todo eso dependía directamente de su habilidad. Sería pan comido.

La luna llegó no una, sino dos veces, y al alba del tercer día, el consejo de Septentrion se reunió sin más demora. Silvermoon conocía bien aquella gigantesca sala circular. Había emitido muchos juicios allí desde que regiera la Orden. Antes que ella, sus antecesores lo hicieron también, y podría decirse que toda la estructura del salón estaba empañada de la larga memoria del consejo, y sus vetustas paredes reflejaban el saber arcano de cientos de años, y contaban en silencio las muchas historias que habían presenciado. Ahora estaba allí de nuevo, pero por algún extraño motivo, el tema de la reunión de aquél día le revolvía el estómago. En cierto modo, se sentía culpable de lo que había ocurrido. Había permitido que Kisahj Antarath abandonase las murallas de aquél castillo, ella misma le había dado carta blanca para hacerlo en nombre de una expedición a una ciudad vecina. En teoría, debería haber vuelto aquella misma noche en que partió, con una respuesta de la Orden de Guardianes a su propuesta de Alianza. Pero Kisahj no había regresado el primer día. Tampoco el segundo. Y ahora todos pensaban que el muchacho había escapado de las filas para no hacer frente a su castigo ni a las deudas que había acumulado en Septentrion. La chica tenía ganas de llevarse las manos a la cara y esconderse del mundo, por más que los miembros del consejo no la considerasen ni siquiera un poco culpable de lo sucedido. Sin embargo mantuvo la compostura, como era su usanza, y tomó su asiento en la mesa presidencial del consejo, algo apartada del resto para permitirse evaluar cada gesto de los presentes que allí se hallaban reunidos. Cinco hombres y dos mujeres componían el tribunal de la Orden. Amén de eso, caballeros, testigos y meros curiosos llenaban los asientos de la sala. Todos, menos el acusado, quien precisamente estaba acusado de no encontrarse presente en el momento. Silver no tenía muy claro lo que iba a ocurrir, pero buscar entre la gente con la mirada y encontrar respuesta de una cara conocida le resultó muy grato. Dakarai parecía también igual de consternado, pero no hizo ningún gesto visible de ello, y permaneció en silencio, sentado junto a Kaldezeit. No estaba segura de cuánto tiempo había transcurrido. ¿Segundos? ¿Minutos? Una voz gutural y severa se hizo sonar en la sala para conseguir el silencio del resto de los presentes. El hombre que presidía el consejo carraspeó sonoramente y habló así.
-Con la venia de su majestad la princesa Silvermoon, se da por abierta la reunión, presentes los siete miembros actuales del consejo, su propia majestad y la acusación, así como los demás testigos -miró entonces a Klaud. - Por favor, general, si es tan amable de exponer el caso.-
El joven se puso en pie, y se acercó caminando despacio al centro de la sala. Aquél día llevaba la sobrevesta blanca con el blasón de la Orden adornando el pecho, y aunque las grebas de sus botas resonaban en el suelo de mármol, sin el resto de su armadura Klaud se sentía desnudo. Encaró a los miembros del consejo, después al resto de los testigos, y habló para todos con voz firme y señorial, engalanada de aquél sentido intachable de justicia que vestía todos sus actos. Porque Klaud era noble. Tan noble que no podía permitir aquellas injurias dentro de los muros de la Orden.
-Señores miembros del consejo, Lady Silver -hizo un leve gesto con la cabeza en deferencia a la princesa- y hermanos de esta Orden que hoy habéis tenido a bien venir...Sabéis que soy un hombre de palabra, de honor. Que mis actos nunca están guiados por mis emociones personales, sino por la lógica y la razón, atributos presumibles en un buen caballero como todos los presentes. Es por eso que antes de recurrir al tribunal para realizar una acusación, hecho que no es usual en mí, lo he sopesado largamente y barajado otras opciones. He agotado también todas las posibilidades y la vía del diálogo, me gustaría dejar constancia de esto antes de señalar un nombre. -Apretó los labios como si realmente se apenara de tener que hacer aquello. Pero lo había intentado todo, ¿qué más podía hacer? Incluso hubiera cabido a considerar que el chico se arrepintiera de sus actos, que mostrase de verdad sumisión a la princesa, respeto a la Orden y lealtad a sus hermanos. Que se disculpara ante el consejo y enmendara sus errores. En lugar de eso, se había esfumado, y nadie sabía a dónde.- Hace algunos meses, el general Kisahj Antarath fue juzgado por una grave negligencia y se le condenó a una suspensión de su cargo, con los derechos que ello conllevaba, varias jornadas de trabajos forzados -que no cumplió- y el deber de aportar a la Orden una cantidad estipulada de los gastos que había producido por aquella negligencia en calidad de misiones. Desde entonces, la actitud negativa del mentado individuo -se negó a pronunciar de nuevo aquél nombre. Se crispaba sólo de oírlo- no ha hecho sino crecer, del mismo modo que las deudas contraídas por la Casa de Septentrion por su falta de compromiso y responsabilidad. Adjunto los datos e informes de la tesorería real para que sean estudiados por el consejo -blandió un segundo los papeles en la mano para finalmente dejarlos en la mesa del jurado- y comprueben que no hay sino verdad en mis palabras.-
Los hombres ojearon las cifras con gesto solemne. Klaud volvió de nuevo la vista a los testigos.
-Como prueba además de ello, en el presente día de hoy el acusado se encuentra ausente. Desaparecido, me atrevería a decir, por cuanto no se han tenido noticias suyas en más de cuarenta y ocho horas, aún sabedor de que sería requerido en esta reunión.-
Dakarai no quería oir mas. Todo aquello era cierto. Maldijo por lo bajo, era redundantemente cierto, pero ¿qué podía hacer él? ¿Quedarse callado y esperar que expulsaran a Kisahj de la Orden? ¿Qué haría después el pícaro? ¿Volver a los caminos, a robar en las calles, a matar por dinero? ¿A viajar donde el viento lo arrastrase, y quien sabe si volverían a verse? Se puso en pie entonces, sobresaliendo del resto, impulsado por su propio temor a que todo aquello no le dejara más escapatoria a su mejor amigo. Kisahj siempre se había librado de todo. Parecía tener un as bajo la manga en todo momento, una baraja trucada para cada ocasión. ¿Cómo iba a salir airoso aquella vez, si ni siquiera estaba en la sala? ¿O esque ya no le quedaban más cartas que jugar, y de verdad estaba todo perdido...?
Klaud miró largamente a Dakarai. Sus ojos se encontraron en mitad de la estancia y el general esperó que el druida no se opusiera a las evidencias, aunque sabía que era mucho pedir, por cuanto los lazos de amistad que lo unían al elfo pelirrojo eran innegables desde el primer día.
-Con la venia -Habló el drow. Kaldezeit lo miró con respeto- ¿No es cierto que justamente algunas horas antes de que vos, general Klaud, concertárais una vista con el consejo, el general Kisahj había recibido una orden directa de la propia princesa Silvermoon, que requería su salida de la ciudad y que por tanto excusa su ausencia? - Se hizo un murmullo generalizado entre los presentes, pero Klaud no cambió un ápice el gesto. Esperaba aquella pregunta, tarde o temprano, y cuando encaró a los miembros del consejo, lo hizo con resolución.
-¿Es así como ocurrió, Lady Silvermoon? -inquirió el hombre del consejo. La chica asintió gentilmente y luego su interlocutor centró de nuevo su atención en Klaud. -¿Eso sería suficiente para disculpar la ausencia del acusado, general?- Klaud movió la cabeza un segundo y volvió a andar por la sala con aire pensativo.
-No del todo, señoría -respondió al fin. Dakarai frunció el ceño y se sentó de nuevo. ¿Cómo que no del todo? Una orden directa de la princesa, ¿y no era suficiente? ¿Con qué iba a salir Klaud ahora? -Tengo aquí los documentos que Lady Silver entregó en un sobre al general Kisahj para notificarlo de las directrices de su misión. Dicha misión debería concluirse en un plazo máximo de veinticuatro horas, ida y regreso.-El chico señaló la silla que había ocupado momentos antes de salir al centro de la sala, y con el permiso del consejo acudió a recoger los papeles. Silver sintió que el corazón se le paraba en el pecho. ¿Qué hacía Klaud con aquellos documentos? Ella los había mandado entregar secretamente a Kisahj, y aún habiendo desaparecido el muchacho, la joven había confiado en que nadie supiera la verdadera duración de la misión, por lo cual la acusación respecto a ese punto quedaría vacía. Pero allí estaba, era su carta, de sus propios puño y letra. Y Kisahj no la tenía encima. ¿Qué había pasado?
-Sir Klaud -ella trató de no parecer muy turbada al hablar, aunque la voz sonó trabajosa al principio.- ¿Cómo habéis obtenido esos documentos privados?- Estaba convencida de que Klaud no habría recurrido para ello a nada que pusiera en duda su integridad moral. No podía haberlos robado, ni siquiera hurgando entre las pertenencias de Kisahj. Klaud no era así, y eso ponía al pícaro en una muy severa evidencia.

Kisahj bajó del caballo conforme alcanzaba la plaza principal. La Fortaleza Obsidiana se había ganado su nombre a pulso; el chico no recordaba haber visto un imperio más vasto en los días de su vida. Los altísimos muros tenían un grosor tal que no se abarcaban con los brazos abiertos. Ni siquiera con los brazos abiertos de dos hombres uno junto al otro, y se preguntó a qué clase de enemigos acostumbraban a enfrentarse aquellas gentes. Le pareció por un momento que la idea de Silvermoon de lograr una alianza con ellos era bastante sensata; Septentrion no tenía aquella capacidad armamentística. Paseó la mirada por los cañones, las empalizadas y las rejas metálicas que protegían las puertas de madera de los incendios, y se encaminó hacia la dirección que constaba en los documentos. Silver había adjuntado en aquella carta la información necesaria de los archivos reales, sólo tenía que seguir las indicaciones; preguntar por el representante... Las cosas eran alarmantemente sencillas, ¿con esto iba a limpiar su honor en la Orden? Hasta el momento, no había encontrado traba alguna. Dejó el corcel en los establos y pagó un par de monedas al chico para que lo peinase mientras tanto, y echó a andar hacia el edificio principal. La puerta, tan alta que Kisahj debía entrecerrar los ojos para que su vista de elfo le procurase atisbar el final, se abría ahora ante él, más sobrecogedora que ofreciendo una bienvenida.
Tan pronto puso un pie en la entrada, dos guardias le cercaron firmemente el paso.
-¿Quién sois, quién os envía, y qué queréis?- dijo uno de ellos. Lo miraban con el gesto vacío de quien no se anda con bromas. Tal vez los años de guerra los habían curtido de algún modo inimaginable hasta lograr que sus personalidades se fundieran en sus propias armaduras y se volvieran tan regias como el acero. Aun así, Kisahj arqueó las cejas con gesto jovial, y dijo:
-Buenas tardes. Soy Kisahj Antarath, embajador de las cortes de Septentrion, enviado de la princesa Silvermoon Cold, y estoy buscando al representante de la Hermandad Oscura.

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By Rouge Rogue

Reseñas: Hola, Cierzo! XD

4 comentarios:

  1. he estado tensa todo el capitulo, esa erin... lo hizo a malas al irlo a buscar a la mazmorra donce cierzon lo tenia encerrado fijo.... kis se sale, no dejes de escribir nunca^^ ye l 17 pa cuandoo??? xDDDDD
    Nana

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  2. Me gusta la reseña XD Y me gusta que salga Cierzo. Que majo es *-* Ojalá volviese, ahora que hacemos mazmorras... Pero en verdad mejor que no, que el runes sigue siendo tan caca como de costumbre jaja

    En este capítulo me he sentido inútil xD

    PD. No me quiero ni imaginar el capítulo de la primera reunión con la HO JAJAJ

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  3. Bieeeen! me siento como una maruja con rulos, como si estubiese espiando vuestra história desde un agujerito.A ver como la Lia en el siguiente...

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  4. Vivan las marujas. Gracias por vuestro tiempo ^^

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